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REDACCIÓN: La revolución educativa de los sofistas y la reacción platónica

REDACCIÓN: La revolución educativa de los sofistas y la reacción platónica Con relación a la filosofía anterior, en el siglo V a. C. se observa un cambio absoluto en la temática que va desde lo material a lo espiritual, o de los problemas de la physis a los del anthropos. Las cuestiones en torno al ser humano adquieren en Grecia un prestigio hasta entonces desconocido, mientras que las corrientes en las que pervivió la filosofía natural decaen enormemente, perdidas sus ambiciones globalizadoras y pasando a ser saberes especializados, anunciando el origen de las ciencias naturales.
La renovación intelectual griega va de la mano de los sofistas, que aportaron aires nuevos a la sociedad helénica y consiguieron transformar las actitudes de la gente frente a la filosofía, logrando interesar al público. Mientras que los filósofos del siglo VI a.C. eran creadores solitarios que especulaban en sus alejadas colonias sobre los arjai o primeros principios del mundo físico, los sofistas son pensadores urbanos con una problemática que interesa a la mayoría de la gente porque se ocupa de la naturaleza humana. Se ponen de moda; interesan sus conocimientos (Aristófanes, el comediógrafo, se quejaba de que mientras los teatros estaban vacíos, los salones de los sofistas rebosaban de público), pero sobre todo interesan sus actitudes, estrechamente relacionadas con la renovación de la cultura y de la sociedad griega. Con ellos, aunque no sin dificultades y oposiciones, la filosofía gana prestigio social. Aparece el interés por los temas humanos: sociedad, política, gobierno, ley, comercio, etc. y a través de ellos, de sus enseñanzas, el demos ve la posibilidad de afianzarse en lo que antes era el privilegio de los aristócratas, pero que ya había sido revocado por medidas democráticas: el poder.
Si bien la problemática de la educación no era nueva en Grecia, remontándose en sus cánones clásicos a Homero y a los poemas aristocráticos de Teognis y Píndaro, es la actitud de los sofistas quien la plantea con formas e intereses diferentes, coincidiendo con el esplendor democrático de Atenas, aunque desde otra perspectiva también se la pueda interpretar como una continuación de los pasos iniciados por el pensamiento filosófico del siglo VI a.C.; continuación de la actitud porque si bien los primeros filósofos habían arrancado del mito el logos de la racionalidad, los sofistas, no preocupados básicamente por la problemática natural, hacen lo mismo con respecto al hombre: pretender eliminar los mitos de la condición humana. Y fue a través de la educación como los sofistas ejercieron su arte o técnica poniéndola a disposición de un público que no estaba atado a un pasado aristocrático.
La educación en manos de los sofistas capacitaba para la adquisición de determinadas artes (habilidades), destrezas y mañas, todas suficientes para alcanzar el triunfo en la vida social y pública, especialmente en las asambleas políticas (democracia). En este sentido sí que parece lícito afirmar que los sofistas fueron una revolución en Grecia: pusieron la educación al alcance de todas las clases sociales (algo que anteriormente estaba reservado a las aristocracias; uno de lo mitos derribados por los sofistas), aunque ese alcance estaba circunscrito a quienes lo pagaran (lo cual constituía otra piedra de escándalo para la tradición que nunca había concedido valor económico a las enseñanzas).
Es, por tanto, la creciente demanda social de educadores la que impone los servicios de los sofistas; éstos eran maestros ambulantes (otro escándalo ya que en Grecia el vivir de modo permanente en una misma ciudad era demostrar vinculaciones con una tradición) que estaban dispuestos tanto a enseñar conocimientos como a capacitar a cualquier joven para convertirlo en un hombre públicamente brillante. Los sofistas era educadores, portadores de una técnica (techné), capaces de infundir y desarrollar las virtudes (areté) y habilidades de sus alumnos.
Pero si por una parte compartían el problema de la educación con el pasado, se diferenciaban de él, al menos, en dos cosas: (1) sistematización del saber, como no había ocurrido en la educación anterior; (2) aportación de ideas críticas a los valores de la tradición, lo que les hizo entrar en sucesivos conflictos.
Sus enseñanzas abarcaron todos aquellos asuntos que podían constituir la preocupación por el hombre, la vida social y el interés político; especialmente daban clases de retórica, discutían sobre las costumbres de los pueblos, argumentaban sobre la justicia, daban enseñanzas sobre legislación y, sobre todo, enseñaban retórica, lenguaje y argumentación. O, en una palabra, mostraban los aspectos de la naturaleza humana en sustitución de la problemática natural. El hombre, pues, y todo lo que le circunda, se convierte en objeto de reflexión filosófica crítica y de docencia. Es el origen y los comienzos de la filosofía de la cultura. Sus enseñanzas afectaban, entre otras, las cuestiones sobre las relaciones entre las clases sociales, las relaciones entre los estados, entre los libres y los esclavos, el origen y el fundamento de las leyes, la religión, los dioses, etc., temáticas que fueron expuestas por los sofistas de un modo desgarrador y que conmovieron los cimientos de la tradicional educación griega, abriendo una brecha en el desarrollo de la filosofía: desde ellos la filosofía ya siempre fue algo distinto.
De entre sus múltiples enseñanzas lo que más interesó a los griegos fue su constante referencia al principio de la convención (nomos) que cobró una dimensión especial: la ley dejó de ser mostrada como algo inmutable, vinculada a determinados sectores aristocráticos y se la presentó como el resultado de un pacto entre los hombres que puede ser variado conforme las circunstancias lo prefieran. Por lo tanto, se podía decir, que la acción humana no era una y definitiva (como lo es la acción de la physis) sino que estaba sujeta a un evidente relativismo que refleja los intereses y valores sociales. De este modo, uno de los problemas que más interesó es, precisamente, el de las relaciones entre naturaleza y convención. Hubo sofistas que al distinguir entre ley natural y ley social hacían descansar el fundamento de la leyes sociales en las leyes naturales: la bondad de la primera dependía de lo que se acercara o se alejara de la segunda. La ley natural, decían, es inapelable y principio de todo, mientras que la ley social tiene que estarle sometida. De esta distinción se derivan dos posicionamientos antagónicos: (1) por naturaleza todos somos iguales, todos tenemos las mismas necesidades básicas, etc., lo cual, adicionalmente, des¬truía la supuesta prioridad que los ciudadanos se dan entre sí, pero también la primacía que los griegos creían tener sobre el resto de los pueblos (bárbaros). (2) La naturaleza nos ha hecho a unos más fuertes, más listos, etc. y a otros más débiles, menos inteligentes, por lo tanto la diferenciación social es reflejo de la naturaleza a la cual es preciso someterse. Estas dos posturas, una igualitaria y otra elitista, originadas dentro de los propios sofistas, se enfrentaron entre sí.
A fin de cuentas, la revolución de los sofistas consiste en una crítica a los valores que hace tambalear muchas creencias tradicionales de Grecia; y esa revolución en el pensamiento se asocia estrechamente con la revolución social de la democratización del país. El relativismo, reforzado al comparar países y constituciones de otros pueblos, como lo opuesto a la fijeza de las costumbres, se convirtió en el más importante caballo de batalla puesto que desde él se podía arrasar con todas las creencias morales al dejar de ser lícito que algo pudiera ser universalmente verdadero o que pudiera tener fuerza para ser impuesto sobre los demás hombres, con lo que dejaba de existir el punto de referencia para la verdad y los valores.
Ahí es donde Sócrates, ateniense, reacciona. Aunque no hay duda de que los sofistas eran la renovación en Grecia, especialmente en Atenas, el popular Sócrates se opuso a esos aires de novedad acudiendo a su mismo terreno. Sencillamente, a Sócrates le parecía inaudito que no pudiera existir un conocimiento definitivo, claro y verdadero sobre las virtudes morales de los hombres, lo que le llevó a rechazar los puntos de vista del relativismo de los sofistas convencido de la necesidad de que determinados principios y valores no podían ser resultado de la convención entre los hombres, sino una necesidad de la convivencia y de la naturaleza humana; pensaba, además, que la realización del mal era consecuencia del error pues nadie lo hace queriendo. Los males de Atenas eran consecuencia de los errores que le atacaban, por lo que optó por la tarea de educar a sus conciudadanos, mediante su muy especial método mayéutico (dialogar con alguien para hacerle sacar lo que ya estaba dentro de él) e irónico (Al afirmar que él no sabía nada y dejar derrotados a sus contrincantes les hacia ver que ellos, por mucho que creyeran saber sabían aún menos que él), para que alcanzaran la felicidad a través del bien.
Platón, siguiendo los pasos de su maestro, también reaccionó contra los sofistas y contra todas las enseñanzas de renovación que significaron los sofistas en el mundo helénico. La democracia ateniense, estrechamente asociada a los sofistas, después de haber mantenido intensas guerras con el resto de los griegos queriendo instalar la hegemonía de Atenas sobre el resto de los helenos, había degenerado en una sucesiva lucha entre partidos e intereses personales que la habían sumido en la decadencia. Reaccionando contra ese estado de cosas, Platón proyectó construir un modelo ideal de estado en el que los que tuvieran que gobernar fueran los mejores (aristocracia), pero sometidos a un proceso educativo que les hiciera ver las ideas de justicia y bien. Lo que Platón opina de los sofistas y de su educación conviene dejarlo sus mismas palabras en Menón 91.
Para Platón, después de todas sus experiencias políticas y sociales, no cabe duda de qué es la educación: la sucesiva elección de determinados individuos que van mostrando crecientes capacidades para elevarse a un grado de abstracción tal que les permita comprender y ver las realidades conceptuales. Sólo esos tienen que ser educados y no la totalidad de los individuos, pues para ser zapatero, comerciante o escultor no se necesita tener conocimientos superiores y basta con los tradicionales de la música y la gimnástica. ¿Para qué han de querer las clases inferiores tener conocimientos que no van a poder desarrollar? Por contra, los mejores, aristoi, que son los más capaces, son los que han de tener los mejores estudios. Si en los sofistas la educación pretendía ser democrática, aunque pagando, en Platón, siendo gratuita (o así se puede sospechar) sólo está dirigida a unos pocos elegidos.
Le educación en Platón está completamente al servicio de los fines del estado, que es quien organiza la vida de los hombres.
Es probable que los métodos adoptados entre los sofistas y Platón difieran (porque en rea¬lidad sabemos muy poco de las enseñanzas de la Academia y de las doctrinas no escritas de Platón), afirmándose que, de acuerdo con los primeros, el alumno «recibía» conocimientos. mientras que Platón buscaba que los «descubriera» por sí mismo, pero es que los fines perseguidos por unos y otro son bien distintos. Los sofistas nunca diseñaron una ciudad ideal a cuyos fines tenía que someterse todo, sino que enseñaban para que la gente actuara en la realidad en la que vivía, lo cual no es una diferencia pequeña, mientras que Platón inventó una forma de gobierno y pretendió diseñar una educación para unos ciudadanos a los que les presupone una transmigración del alma y que, por lo tanto, son porteadores de conocimientos innatos. De esa educación se obtiene una consecuencia: como todos los alumnos han contemplado lo mismo y como eso sólo es una cosa, las ideas, sólo hay una verdad y un método para conducir el alma y educar. Aquel que esté capacitado para recordar mejor las ideas será uno de los elegidos para la educación, el resto no.
Lo que más puede sorprender en la educación platónica, evidentemente reservada para los mejores (aristocracia, pero no una aristocracia de sangre sino de capacidades que por virtud de la eugenesia se podrían promocionar), es la unanimidad que tendrían los alumnos en sus opiniones y conocimientos. Platón nunca prevé la existencia de disidencias en el conocimiento. La verdad es una y una vez descubierta es inamovible. Es posible que, como se dice, la forma dialogante de Platón aparezca como abierta a la discusión, pero eso debe corresponder a determinadas etapas (quizá mientras se permanezca en la gruta o mientras se camina por las ciencias propedéuticas) cuando aún es posible rechazar, gracias a las sucesivas selecciones, al alumno que disiente o no actúa como se espera que lo haga, pero no en la etapa final del conocimiento. Aunque la justificación racional de ello parece evidente: si la verdad es una, toda discusión en torno a ella es vana. Sólo consiste en «ver» cual sea esa verdad y seguirla fielmente.

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