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UN LUGAR PARA APRENDER FILOSOFÍA

CUENTO PARA PENSAR –LA PEQUEÑA LUCIERNAGA-

CUENTO PARA PENSAR –LA PEQUEÑA LUCIERNAGA-
 Había una vez una comunidad de luciérnagas que vivía en el interior del tronco de un altísimo lampati, uno de los árboles más majestuosos y viejos de Tailandia. Cada anochecer, cuando todo se quedaba a oscuras y sólo se oía el murmullo del cercano río, to­das las luciérnagas abandona­ban el árbol para llenar el cielo de destellos. Jugaban a hacer fi­guras con sus luces bailando en el aire para crear un sinfín de centelleos más brillantes y es­pectaculares que los de un cas­tillo de fuegos artificiales. Pero entre todas las luciérnagas que vivían en el lampati, había una muy pequeñita a la que no le gustaba salir a volar. -No, no, hoy tampoco quiero sa­lir a volar -decía todos los días la pequeña luciérnaga-.
Tanto sus abuelos como sus padres, hermanos y amigos es­peraban con ansiedad a que lle­gara la noche para salir de casa y brillar en la oscuridad. Se lo pa­saban tan bien que no com­prendían cómo la pequeña lu­ciérnaga no les acompañaba nunca. Le insistían para que fue­ra con ellas a volar, pero no ha­bía manera de convencerla. -¡Que no quiero salir a volar!- repetía la pequeña luciérnaga.
Toda la comunidad de luciér­nagas estaba muy preocupada por la actitud de la pequeña. Pa­saban los días y la pequeña se­guía encerrada sin salir de casa.
Un anochecer, cuando todas las luciérnagas habían salido a volar, la abuela luciérnaga se acercó a la pequeña y le pre­guntó con delicadeza:
¿Qué te sucede, mi pequeña niña? ¿Por qué nunca quieres salir de casa? ¿Cuál es la razón por la que nunca quieres venir a volar e iluminar la noche con nosotros?.
-¡No me gusta volar! -respondió la pequeña luciérnaga.
-Pero, ¿por qué no te gusta ni volar ni mostrar tu luz? -Pues... -explicó por fin la luciérnaga-, ¿para qué he de sa­lir si con la luz que tengo nun­ca podré brillar como la luna? La luna es grande y brillante y yo a su lado no soy nada. Soy tan pequeñita que a su lado no soy más que una ridícula chis­pita. Por eso nunca quiero salir de casa y volar, porque nunca brillaré como la luna. -¡Ay, mi niña! -sonrió la abue­la-. Hay una cosa de la luna que has de saber y que desconoces. -¿Y qué es lo que debo saber? -Has de saber que la luna no tie­ne la misma luz todas las noches. La luna cambia todos los días. Hay noches en que está radian­te. En cambio en otras se escon­de, su brillo desaparece y deja al mundo sumido en la más pro­funda oscuridad.
-¿De veras que hay noches en que se esconde la luna?
¡Claro que sí, mi niña! Hay no­ches en que la luna es enorme y otras en que se hace invisible. La luna no siempre brilla con la mis­ma intensidad. La luz de la lu­na depende del sol. En cambio tú, pequeña, siempre brillarás con la misma fuerza y lo harás con tu propia luz.

A partir de entonces la pe­queña luciérnaga salió cada no­che a volar con su familia. Y así fue como aprendió que cada uno ha de brillar con su propia luz.

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