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NIETZSCHE, LA INVERSIÓN DEL PLATONISMO

NIETZSCHE, LA INVERSIÓN DEL PLATONISMO

Para Platón el mundo de las imágenes (eidola) no es otro que el mundo de la imitación. Todo lo que tiene que ver con el mundo de la fabricación de imágenes, artes plásticas, poesía, tragedia, música se refiere a la actividad imitadora. «La mímesis es una cosa del orden mismo de la producción, poiesis; producción de imágenes y de ninguna manera de las mismas realidades» (Sofista, 265 b). Distingue dos clases de imitación a las cuales corresponden dos clases de imágenes: la que produce copias (iconos) y la que produce simulacros (fantasmas). 

 

A una la llama el «arte de las copias» (eikastikén) y a la otra «el arte de los simulacros» (phantastikén). El primero consiste en copiar con un máximo de fidelidad, nos dice Platón, un modelo del cual se quieren producir tanto sus dimensiones exactas como características idénticas de color. En cambio, el segundo arte produce solamente simulacros, es decir, figuras o imágenes que aparecen distorsionadas, ya sea por la ubicación desfavorable del espectador o por las proporciones considerables del modelo, las cuales no pueden menos que crear ilusiones. (Sofista, 235e-236c; 264c). 

 

Además, en el Sofista Platón nos habla de pintores que utilizan trucos para engañar al espectador: existen pintores, nos dice, que haciendo uso de su técnica, enseñan desde lejos sus dibujos a los jóvenes para producirles la ilusión de que están en la capacidad de crear la realidad, de la cual su pintura no es sino una imitación de la apariencia en cuanto tal. Por eso esta reproducción, en cuanto tal imitación de la apariencia, no es más que un simple fantasma o simulacro (Republica 523b y 602b-d). Porque el arte del simulacro consiste en hacer aparecer las imágenes como si fueran la realidad, en reemplazar la realidad por imitaciones o ilusiones. Aquí encontramos la clave que permite una distinción entre las copias-iconos y los simulacros-fantasmas.

 

Platón distingue entre dos clases de modelos: uno que corresponde a las copias y otro a los simulacros. Las Ideas son el modelo a partir del cual se producen las copias-iconos y éstas, a su vez, sirven de modelo a los simulacros-fantasmas.

 

En la Republica (Libro X, 595b-597a) Platón se pregunta por el modelo que utiliza el artesano en la fabricación de muebles. Aclara que el artesano no construye la cama misma, en su esencia, es decir, la cama real, aquella que es la idea misma. Para él, el artesano «no hace la idea, la cual es la cama misma, sino una determinada cama». Llega a distinguir entre tres tipos de cama: la que existe en la naturaleza fabricada por un dios, la que produce el artesano, y la que realiza el pintor. El artesano utiliza como modelo la idea, o sea, la cama misma, aquella fabricada por un dios, la cama esencial, la «cama única por naturaleza». De modo que lo él produce es una imagen, una copia al modelo original. El pintor es sólo un imitador de la obra de los artesanos: copia una apariencia de la realidad «la apariencia en cuanto tal» (Republica 598c). La copia es apariencia y el simulacro es una simple imitación de esta apariencia; es pues apariencia de la apariencia, copia de una copia, un icono infinitamente degradado, una semejanza infinitamente disminuida. El simulacro participa así solamente de una semejanza de imitación respecto a su modelo que es la copia. Pero nos preguntamos ¿por qué desterrar al simulacro? ¿Qué intenta con ello Platón? Nietzsche parece descubrirlo con perspicacia inigualable. Así, la exclusión del simulacro, del sofista por ejemplo, como maestro del simulacro, tiene características políticas, es decir, morales. Cuando se interroga sobre los presupuestos más generales de la filosofía concluye en su carácter esencialmente moral. La Idea del Bien, por ejemplo, existe para fundar la supuesta afinidad del pensamiento con lo verdadero y para establecer entre lo verdadero y lo justo un compromiso indisociable. A partir de Platón, la práctica justa debe adecuarse a enunciados denotativos, que describen la justicia misma, su idea o su esencia y que, por tanto son verdaderos. Así, si la denotación del discurso describe la justicia, es correcta, es decir, si este discurso es verdadero, la práctica social que rige es o debe ser necesariamente justa. Y es en esto en lo que Platón piensa cuando habla del filósofo-rey como legislador. La realización de lo justo se encuentra pues supeditada al discurso que dice la verdad de lo que la justicia es en sí misma, es decir, su idea o su esencia. 

 

Por esto no es posible concebir lo que es justo, al margen de la mímesis de esta esencia o idea de justicia. En otras palabras, no es posible concebirlo sino a partir de la verdad propia al modelo de justicia. Lo verdadero y lo justo se encuentran así indisociablemente ligados. Y es el carácter legitimador, de selección y exclusión que Platón asigna a la verdad lo que convierte, de acuerdo con Nietzsche, a la voluntad de verdad en voluntad de poder, y así comienza la «inversión del platonismo».

 

Nietzsche intenta pensar el simulacro al margen de la opción dualista del mundo verdadero y el mundo aparente, del modelo y su reproducción, de la identidad propia del original y la semejanza de la que participan las copias. Logra pensar el simulacro como diferencia en una relación inmediata de lo diferente con lo diferente, que no conlleve la repetición eterna de la unidad, la identidad o la semejanza, es decir de lo Mismo. Intenta lograr el simulacro por fuera de la representación.

 

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