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REFLEXIÓN ARTÍCULO: PROMESAS INCUMPLIDAS

Promesas incumplidas

 

IRENE KHAN

Los líderes mundiales deben una disculpa por no haber atendido la promesa de justicia e igualdad recogida en la Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada hace exactamente 60 años. Muy al contrario, muchos gobiernos han mostrado más interés en ejercer el abuso de poder o en perseguir el provecho político personal que en respetar los derechos de las personas a quienes gobiernan.

Con ello no se pretende negar los avances. El número de países que brindan protección constitucional y jurídica a los Derechos Humanos es mayor que nunca. Pero con el paso de los años, el liderazgo visionario que forjó los Derechos Humanos dio paso a estrechos intereses políticos y hoy, siguen siendo una promesa sobre el papel.

Estados Unidos, la nación más poderosa del mundo, marca la pauta de actuación gubernamental a nivel mundial. Haciendo gala de una impresionante ofuscación jurídica, el Gobierno estadounidense ha perseverado en sus intentos de debilitar la prohibición absoluta de la tortura y otros malos tratos en su «guerra contra el terror». Los gobiernos europeos se han mostrado proclives a una doble moral. Ninguno ha admitido ni investigado a fondo su complicidad en la detención y traslado de detenidos fantasma en Europa, y ninguno ha adoptado medidas adecuadas para impedir que en el futuro se utilice su territorio para perpetrar estas violaciones de Derechos Humanos.

¿Pueden la UE o sus Estados miembros pedir a China o a Rusia que respeten los Derechos Humanos cuando ellos mismos son cómplices de tortura? ¿Puede la UE pedir a otros países con muchos menos recursos que mantengan abiertas las fronteras cuando sus propios Estados miembros coartan los derechos de personas refugiadas y solicitantes de asilo? Cuando Estados Unidos y la UE se topan con su historial de Derechos Humanos, se debilita su capacidad de influencia. Los ejemplos más palmarios han sido el caso de la represión en Birmania o la crisis en Darfur (Sudán) en que los Gobiernos occidentales apenas han conseguido influir.

Tanto en relación con Birmania como con Darfur, el mundo ha buscado en China, y no en Estados Unidos, el país con el peso económico y político necesario para lograr que avancen las cosas, y no sin razón. China es el socio comercial más importante de Sudán y el segundo más importante de Myanmar.

El Gobierno chino justifica desde hace tiempo su apoyo a regímenes abusivos, pero tendrá que reconocer que el liderazgo mundial comporta una serie de obligaciones y expectativas y que un actor mundial, para tener crédito, no puede pasar por alto los valores y principios que constituyen la identidad común de la comunidad internacional.

¿Y qué liderazgo cabe esperar de potencias como Rusia, India, Sudáfrica o Brasil? En sus respectivos entornos, que estos países desempeñen un papel positivo en la defensa de los Derechos Humanos es de capital importancia para que el sistema de esas garantías termine por consolidarse.

La gente, inquieta, indignada y desilusionada, no se quedará callada si el abismo entre sus reivindicaciones de libertad e igualdad y la negativa de su Gobierno continúa ensanchándose. Los disturbios en Egipto por el precio del pan, la violencia postelectoral en Kenia y las manifestaciones públicas en China sobre desalojos y cuestiones medioambientales son señales que apuntan a un torrente de protestas populares ante la traición de sus Gobiernos a la promesa de garantizar justicia e igualdad.

El año pasado, desde los abogados con la toga negra en Pakistán hasta los monjes con la túnica azafrán en Myanmar, pasando por los más de 40 millones de personas que alzaron su voz el 17 de octubre de 2007 para exigir acción contra la pobreza, todos ellos fueron sonoros recordatorios de una ciudadanía global decidida a hacer valer los Derechos Humanos y a exigir responsabilidades a sus líderes. El momento ha llegado para que hagan realidad su promesa.

 

Irene Khan es secretaria general de Amnistía Internacional.

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