CURIOSIDAD Y ASOMBRO (30-09-04)
Imaginemos un hombre que sale un buen día de su casa y sufre un accidente en medio de la calle. Pierde la conciencia y es trasladado a una clínica cercana. Cuando vuelve en sí se encuentra en un lugar para él desconocido, en una situación cuyo origen no recuerda. En esta circunstancia, cuál creéis que será su preocupación inmediata, ¿qué es lo primero que se preguntará?. Ciertamente, no empezará por preguntarse de qué color son las paredes, las medidas de la habitación o sobre los objetos que observa a su alrededor. Ese sería, analógicamente, el tipo de preguntas que se plantean las ciencias "particulares". Lo lógico es que este buen señor se haga una pregunta total, en la que se incluya él mismo en esa totalidad, y se pregunte ¿dónde estoy?, ¿por qué estoy aquí?.
Pues bien, nuestra situación, la situación del hombre en este mundo es en un todo semejante. Venimos a la vida sin que previamente se nos pregunte si queremos o no nacer. Tampoco se nos da un manual de instrucciones donde se nos explique cómo es el lugar al que vamos, ni cuál va a ser nuestro papel en la vida o qué se supone que debemos hacer. Nos encontramos, por decirlo así, utilizando el vocabulario existencialista, arrojados, implantados en la existencia. Lo que ocurre es que no nacemos en estado adulto, sino que nuestra inteligencia se va desarrollando paulatina y progresivamente, al mismo tiempo que nos vamos acostumbrando a todas las cosas que forman la realidad y llegamos a verlas como lo más natural del mundo y, por tanto, como algo indigno de cualquier tipo de explicación. Y si la hierba fuese roja y el cielo verde, también nos habríamos acostumbrado a ello de la misma manera, sin la menor dificultad. Sin embargo, si viniésemos al mundo en estado adulto, nuestra perplejidad sería muchísimo mayor a la del hombre de nuestro ejemplo que, habiendo perdido el conocimiento, despertó en un lugar desconocido. En este sentido no debemos olvidar la curiosidad natural de la niñez, sus constantes e insistentes porqués, fruto de la admiración y sorpresa ante un mundo que se presenta a sus ojos como algo siempre novedoso aún por descubrir y entender.
Pues bien, esta inquietud, este deseo por comprender el mundo, por dar respuesta a todos los interrogantes que la realidad plantea no acaba en la infancia, sino que nos acompaña durante toda la vida, y no sólo eso sino que ha estado y estará siempre presente en toda la Historia de la Humanidad. Por consiguiente, la filosofía es esencialmente una búsqueda de la verdad y, por muy raro que parezca, es un asunto que no atañe sólo al profesor o profesional de la filosofía , sino a todo hombre, ya que todo hombre es filósofo, aunque no lo sepa o no sea consciente de ello. Así, a semejanza de aquel que escribía en prosa sin saberlo, todo hombre es filósofo aunque no se dé cuenta. La filosofía es la actividad más natural del hombre: No hay hombre que no filosofe, o por lo menos, todo hombre tiene momentos en su vida en que se convierte en filósofo.
Pues bien, nuestra situación, la situación del hombre en este mundo es en un todo semejante. Venimos a la vida sin que previamente se nos pregunte si queremos o no nacer. Tampoco se nos da un manual de instrucciones donde se nos explique cómo es el lugar al que vamos, ni cuál va a ser nuestro papel en la vida o qué se supone que debemos hacer. Nos encontramos, por decirlo así, utilizando el vocabulario existencialista, arrojados, implantados en la existencia. Lo que ocurre es que no nacemos en estado adulto, sino que nuestra inteligencia se va desarrollando paulatina y progresivamente, al mismo tiempo que nos vamos acostumbrando a todas las cosas que forman la realidad y llegamos a verlas como lo más natural del mundo y, por tanto, como algo indigno de cualquier tipo de explicación. Y si la hierba fuese roja y el cielo verde, también nos habríamos acostumbrado a ello de la misma manera, sin la menor dificultad. Sin embargo, si viniésemos al mundo en estado adulto, nuestra perplejidad sería muchísimo mayor a la del hombre de nuestro ejemplo que, habiendo perdido el conocimiento, despertó en un lugar desconocido. En este sentido no debemos olvidar la curiosidad natural de la niñez, sus constantes e insistentes porqués, fruto de la admiración y sorpresa ante un mundo que se presenta a sus ojos como algo siempre novedoso aún por descubrir y entender.
Pues bien, esta inquietud, este deseo por comprender el mundo, por dar respuesta a todos los interrogantes que la realidad plantea no acaba en la infancia, sino que nos acompaña durante toda la vida, y no sólo eso sino que ha estado y estará siempre presente en toda la Historia de la Humanidad. Por consiguiente, la filosofía es esencialmente una búsqueda de la verdad y, por muy raro que parezca, es un asunto que no atañe sólo al profesor o profesional de la filosofía , sino a todo hombre, ya que todo hombre es filósofo, aunque no lo sepa o no sea consciente de ello. Así, a semejanza de aquel que escribía en prosa sin saberlo, todo hombre es filósofo aunque no se dé cuenta. La filosofía es la actividad más natural del hombre: No hay hombre que no filosofe, o por lo menos, todo hombre tiene momentos en su vida en que se convierte en filósofo.
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