COMENTARIO: NACIONALISMOS ¿PASIÓN o RAZÓN?
Montserrat Guibernau ¿Pasión o razón?,
EL PAIS 25 de noviembre de 1998
La caída del muro de Berlín (1989) inició un periodo dominado por el estallido de diferentes nacionalismos en los territorios de las repúblicas ex soviéticas: Estonia, Letonia, Lituania, Chechenia, Ucrania, Checoslovaquia... Las reivindicaciones nacionales, las declaraciones de independencia y el reconocimiento de nuevos Estados-nación por parte de la comunidad, internacional se sucedieron con rapidez. Era un momento en el que el nacionalismo aparecía todos los días en la primera página de los periódicos y era también un momento en el que se registró un cambio en la percepción del nacionalismo, que entonces era interpretado con frecuencia como una herramienta liberadora de la opresión comunista. Estos países, estas regiones, podían ser nacionalistas porque sólo así conseguían liberarse de la esclavitud ideológica a la que habían estado sometidos. Occidente comprendió, alentó y reconoció pacíficamente el carácter democrático de estos nacionalismos.
El estallido de la guerra en la ex Yugoslavia transformó radical mente el concepto benigno del nacionalismo que se había extendido en Occidente, no hay que olvidar que este nacionalismo pos-soviético contribuía a desmembrar al principal enemigo de Occidente, la Unión soviética. La crudeza de los enfrentamientos entre serbios, croatas y bosnios, las noticias de limpieza étnica, de xenofobia y de racismo que estallaron en el corazón de Europa, transformaron inmediatamente el rostro del nacionalismo. Lo que hasta entonces había sido considerado una fuerza liberadora se convirtió en una fuerza destructiva y represora. El nacionalismo era una doctrina execrable. Los nacionalistas eran de nuevo peligrosos, primitivos, violentos, obsesivos, tribales. El nacionalismo fue proscrito. ¿Cómo se puede explicar esta reacción? El nacionalismo se había simplificado y se había definido en función de ciertos intereses políticos. Cuando las consecuencias del nacionalismo interesan, es bueno; cuando nos son hostiles o amenazan el statu quo, es malo. Y eso sin hacer distinciones, porque en el momento de demonizar el nacionalismo, todos los nacionalismos se meten en el mismo saco. Se ignora así la complejidad del nacionalismo como ideología política y como movimiento social que es utilizado para reivindicar acciones y políticas radicalmente opuestas. Son nacionalistas los que defienden el derecho de sus pueblos a decidir su futuro colectivo y a proteger y desarrollar su cultura en armonía con los pueblos de su entorno. Pero también se llama nacionalistas a quienes defienden la superioridad de su nación sobre las demás, quieren imponer su cultura y forma de gobierno excluyendo a quienes son diferentes. La exclusión puede comportar la falta de derechos civiles, el traslado forzoso de poblaciones o su persecución para obligarlos a huir, e incluso su eliminación física. Una palabra, nacionalismo; dos caras, la de un nacionalismo dialogante basado en la democracia y en la defensa de la soberanía nacional, y un nacionalismo fundamentalista que niega la diferencia y la califica como signo de inferioridad. En estos momentos hay tres grandes debates abiertos en tomo al nacionalismo: a) ¿se trata de una ideología moralmente legitimable y racional o es una ideología sentimental ligada a la exclusión y la violencia?; b) ¿se trata de una ideología retrógrada y anacrónica o, por el contrario, representa un componente esencial de la modernidad?, y c) ¿es posible hacer compatible la doctrina nacionalista con el ideal universalista, y cosmopolita defendido tradicionalmente por la izquierda?
a) El nacionalismo tiene la capacidad de generar sentimiento de identidad entre los miembros de una comunidad que comparten una misma cultura y desean decidir sobre su futuro político. El principio democrático y el de soberanía nacional justifican racionalmente el deseo de las naciones a autodeterminarse, combinando así los derechos individuales y los colectivos. Pero no todos los nacionalismos se fundamentan en la defensa de principios democráticos. La necesidad de establecer una distinción entre estos dos tipos de nacionalismo ha llevado a introducir la diferenciación entre nacionalismo étnico y nacionalismo cívico. A juicio de Liah Greenfeld (Nationalism: five roads to modernity, Harvard University Press, Harvard, 1992) entiende la pertenencia a la nación (nacionalidad) como un principio abierto que responde a la voluntad del individuo. que es quien decide y elige. El nacionalismo étnico, en cambio, interpreta la nacionalidad como un principio inherente al individuo: es decir. la nacionalidad no se escoge, ni se puede cambiar, ni se puede adquirir, sino que constituye una característica genética.
b) La reflexión sobre el carácter moderno o anacrónico del nacionalismo exige tener en cuenta la intensificación de los procesos de globalización y la transformación del Estado-nación. Uno de los retos de la globalización consiste en la amenaza de homogeneización cultural -posiblemente deberíamos decir la amenaza de americanización-, que ha provocado y agudizado diferentes manifestaciones de nacionalismo. La globalización ha propiciado una transformación radical en el concepto de soberanía tradicional del Estado-nación que hoy observa cómo la porosidad de sus fronteras aumenta rápidamente. Los Estados-nación ya no controlan sus economías, ni las influencias culturales e ideológicas que la experiencia mediática aproxima a sus ciudadanos. En este contexto se producen dos reacciones íntimamente interrelacionadas. Por una parte, asistimos a un resurgimiento del nacionalismo de Estado y, por otra a un fortalecimiento de los nacionalismos en las naciones sin Estado, que con frecuencia cuestionan la legitimidad de los Estados que las contienen. No diremos que el primero es bueno y el segundo malo, tampoco diremos que uno es moderno y el otro anacrónico, ya que tanto uno como el otro dependen de las ideologías políticas a las que se asocian; es más, dentro de un mismo Estado-nación y dentro de una misma nación sin Estado podemos encontrar nacionalismos que se rijan por principios muy diferentes, unos dialogantes y otros fundamentalistas. Lo que sí hay que aclarar es que generalmente el acceso al poder y los recursos en ambas situaciones es muy diferente, ya que el nacionalismo de Estado cuenta con el poder de quien gobierna, mientras que el reconocimiento de los nacionalismos sin Estado depende de la voluntad y los principios políticos que guíen el Estado en el que la minoría nacional esta incluida. Es el Estado-nación el que, en ultima instancia, decide definirse como una institución centralizada multinacional o como estructura federal.
Horsman y Marshall presentan una de las teorías más elaboradas para explicar los cambios que afectan al Estado-nación. En su opinión, el declive de la autonomía del Estado-nación ha comprometido el pacto entre los ciudadanos y, el Estado, de forma que cualquier solución requerirá la articulación de los vínculos múltiples entre el ciudadano, el Estado, las organizaciones regionales y las internacionales, y, la economía global. Hay que repensar el concepto mismo de comunidad, sus derechos y responsabilidades. No obstante, Horsman y Marshall se refieren a la proliferación de nacionalismos subestatales como un signo de tribalismo creciente. Michel Maffessoli y Eric Hobsbawn también se refieren a la reemergencia del nacionalismo en las naciones sin Estado como un anacronismo.
En mi opinión, hay que mostrar un cierto escepticismo sobre las teorías que tildan el nacionalismo subestatal de una forma de tribalismo mientras que con frecuencia legitiman el nacionalismo de Estado. La utilización del término tribal para describir el nacionalismo en las naciones sin Estado ignora dos puntos fundamentales.
Primero, ignoran que el nacionalismo de hoy es sustancialmente diferente del nacionalismo clásico que en los siglos XVIII y XIX contribuyó a la constitución y consolidación del Estado-nación. Un buen número de estos nacionalismos reivindica el derecho a desarrollar en libertad su especificidad nacional en un contexto de respeto y tolerancia, y al hacer esto cuestionan la legitimidad del Estado-nación, cuya construcción se ha basado con frecuencia en la homogeneización de los pueblos que vivían en sus fronteras. Es cierto que no todos los nacionalismos en naciones sin Estado son democráticos y por esta razón hay que estar atentos a la necesidad urgente de establecer una diferencia entre los que defienden la democracia y quienes se basan en una visión etnocéntrica del mundo basada en la utilización de mecanismos excluyentes que a menudo llegan al uso de la fuerza.
Segundo, la misma utilización del término tribalización para referimos a la reemergencia de todos los tipos de nacionalismo subestatal es un anacronismo ya que implica el retorno a un pasado irrecuperable que ya no tiene sentido e ignora las conexiones entre la emergencia de formas de nacionalismo subestatal y las alteraciones que hoy, afectan al sistema de Estados-nación.
c) Los intelectuales se han sentido tradicionalmente incómodos con el nacionalismo. Ya en el siglo XIX y durante el XX encontramos numerosos ejemplos de grandes pensadores que no prestaron atención al nacionalismo aunque era una de las fuerzas políticas mas significativas en aquellos momentos. Estos mismos pensadores pronosticaron la desaparición del nacionalismo. La historia les niega la razón en este aspecto.
También hoy, desde algunos sectores de la izquierda se condena el nacionalismo en favor del internacionalismo. Esta actitud ignora dos puntos básicos. Primero, tal como dice Isaiah Berlin, el internacionalismo es un ideal noble, pero para conseguirlo es necesario que cada eslabón de la cadena, cada pueblo, sea lo suficientemente fuerte para resistir la tensión. Segundo, la necesidad de preservar la nación como comunidad que no sólo admite, sino que se enriquece en la propia diversidad, y de entender el nacionalismo como doctrina política que, cuando se basa en el deseo de desarrollar la propia nación desde el respeto, la tolerancia y el reconocimiento de la diferencia, se manifiesta indudablemente como representante del principio internacionalista cosmopolita que busca la convivencia pacifica y el desarrollo de los pueblos en libertad
ACTIVIDAD: Resume y realiza un mapa conceptual del siguiente artículo.
EL PAIS 25 de noviembre de 1998
La caída del muro de Berlín (1989) inició un periodo dominado por el estallido de diferentes nacionalismos en los territorios de las repúblicas ex soviéticas: Estonia, Letonia, Lituania, Chechenia, Ucrania, Checoslovaquia... Las reivindicaciones nacionales, las declaraciones de independencia y el reconocimiento de nuevos Estados-nación por parte de la comunidad, internacional se sucedieron con rapidez. Era un momento en el que el nacionalismo aparecía todos los días en la primera página de los periódicos y era también un momento en el que se registró un cambio en la percepción del nacionalismo, que entonces era interpretado con frecuencia como una herramienta liberadora de la opresión comunista. Estos países, estas regiones, podían ser nacionalistas porque sólo así conseguían liberarse de la esclavitud ideológica a la que habían estado sometidos. Occidente comprendió, alentó y reconoció pacíficamente el carácter democrático de estos nacionalismos.
El estallido de la guerra en la ex Yugoslavia transformó radical mente el concepto benigno del nacionalismo que se había extendido en Occidente, no hay que olvidar que este nacionalismo pos-soviético contribuía a desmembrar al principal enemigo de Occidente, la Unión soviética. La crudeza de los enfrentamientos entre serbios, croatas y bosnios, las noticias de limpieza étnica, de xenofobia y de racismo que estallaron en el corazón de Europa, transformaron inmediatamente el rostro del nacionalismo. Lo que hasta entonces había sido considerado una fuerza liberadora se convirtió en una fuerza destructiva y represora. El nacionalismo era una doctrina execrable. Los nacionalistas eran de nuevo peligrosos, primitivos, violentos, obsesivos, tribales. El nacionalismo fue proscrito. ¿Cómo se puede explicar esta reacción? El nacionalismo se había simplificado y se había definido en función de ciertos intereses políticos. Cuando las consecuencias del nacionalismo interesan, es bueno; cuando nos son hostiles o amenazan el statu quo, es malo. Y eso sin hacer distinciones, porque en el momento de demonizar el nacionalismo, todos los nacionalismos se meten en el mismo saco. Se ignora así la complejidad del nacionalismo como ideología política y como movimiento social que es utilizado para reivindicar acciones y políticas radicalmente opuestas. Son nacionalistas los que defienden el derecho de sus pueblos a decidir su futuro colectivo y a proteger y desarrollar su cultura en armonía con los pueblos de su entorno. Pero también se llama nacionalistas a quienes defienden la superioridad de su nación sobre las demás, quieren imponer su cultura y forma de gobierno excluyendo a quienes son diferentes. La exclusión puede comportar la falta de derechos civiles, el traslado forzoso de poblaciones o su persecución para obligarlos a huir, e incluso su eliminación física. Una palabra, nacionalismo; dos caras, la de un nacionalismo dialogante basado en la democracia y en la defensa de la soberanía nacional, y un nacionalismo fundamentalista que niega la diferencia y la califica como signo de inferioridad. En estos momentos hay tres grandes debates abiertos en tomo al nacionalismo: a) ¿se trata de una ideología moralmente legitimable y racional o es una ideología sentimental ligada a la exclusión y la violencia?; b) ¿se trata de una ideología retrógrada y anacrónica o, por el contrario, representa un componente esencial de la modernidad?, y c) ¿es posible hacer compatible la doctrina nacionalista con el ideal universalista, y cosmopolita defendido tradicionalmente por la izquierda?
a) El nacionalismo tiene la capacidad de generar sentimiento de identidad entre los miembros de una comunidad que comparten una misma cultura y desean decidir sobre su futuro político. El principio democrático y el de soberanía nacional justifican racionalmente el deseo de las naciones a autodeterminarse, combinando así los derechos individuales y los colectivos. Pero no todos los nacionalismos se fundamentan en la defensa de principios democráticos. La necesidad de establecer una distinción entre estos dos tipos de nacionalismo ha llevado a introducir la diferenciación entre nacionalismo étnico y nacionalismo cívico. A juicio de Liah Greenfeld (Nationalism: five roads to modernity, Harvard University Press, Harvard, 1992) entiende la pertenencia a la nación (nacionalidad) como un principio abierto que responde a la voluntad del individuo. que es quien decide y elige. El nacionalismo étnico, en cambio, interpreta la nacionalidad como un principio inherente al individuo: es decir. la nacionalidad no se escoge, ni se puede cambiar, ni se puede adquirir, sino que constituye una característica genética.
b) La reflexión sobre el carácter moderno o anacrónico del nacionalismo exige tener en cuenta la intensificación de los procesos de globalización y la transformación del Estado-nación. Uno de los retos de la globalización consiste en la amenaza de homogeneización cultural -posiblemente deberíamos decir la amenaza de americanización-, que ha provocado y agudizado diferentes manifestaciones de nacionalismo. La globalización ha propiciado una transformación radical en el concepto de soberanía tradicional del Estado-nación que hoy observa cómo la porosidad de sus fronteras aumenta rápidamente. Los Estados-nación ya no controlan sus economías, ni las influencias culturales e ideológicas que la experiencia mediática aproxima a sus ciudadanos. En este contexto se producen dos reacciones íntimamente interrelacionadas. Por una parte, asistimos a un resurgimiento del nacionalismo de Estado y, por otra a un fortalecimiento de los nacionalismos en las naciones sin Estado, que con frecuencia cuestionan la legitimidad de los Estados que las contienen. No diremos que el primero es bueno y el segundo malo, tampoco diremos que uno es moderno y el otro anacrónico, ya que tanto uno como el otro dependen de las ideologías políticas a las que se asocian; es más, dentro de un mismo Estado-nación y dentro de una misma nación sin Estado podemos encontrar nacionalismos que se rijan por principios muy diferentes, unos dialogantes y otros fundamentalistas. Lo que sí hay que aclarar es que generalmente el acceso al poder y los recursos en ambas situaciones es muy diferente, ya que el nacionalismo de Estado cuenta con el poder de quien gobierna, mientras que el reconocimiento de los nacionalismos sin Estado depende de la voluntad y los principios políticos que guíen el Estado en el que la minoría nacional esta incluida. Es el Estado-nación el que, en ultima instancia, decide definirse como una institución centralizada multinacional o como estructura federal.
Horsman y Marshall presentan una de las teorías más elaboradas para explicar los cambios que afectan al Estado-nación. En su opinión, el declive de la autonomía del Estado-nación ha comprometido el pacto entre los ciudadanos y, el Estado, de forma que cualquier solución requerirá la articulación de los vínculos múltiples entre el ciudadano, el Estado, las organizaciones regionales y las internacionales, y, la economía global. Hay que repensar el concepto mismo de comunidad, sus derechos y responsabilidades. No obstante, Horsman y Marshall se refieren a la proliferación de nacionalismos subestatales como un signo de tribalismo creciente. Michel Maffessoli y Eric Hobsbawn también se refieren a la reemergencia del nacionalismo en las naciones sin Estado como un anacronismo.
En mi opinión, hay que mostrar un cierto escepticismo sobre las teorías que tildan el nacionalismo subestatal de una forma de tribalismo mientras que con frecuencia legitiman el nacionalismo de Estado. La utilización del término tribal para describir el nacionalismo en las naciones sin Estado ignora dos puntos fundamentales.
Primero, ignoran que el nacionalismo de hoy es sustancialmente diferente del nacionalismo clásico que en los siglos XVIII y XIX contribuyó a la constitución y consolidación del Estado-nación. Un buen número de estos nacionalismos reivindica el derecho a desarrollar en libertad su especificidad nacional en un contexto de respeto y tolerancia, y al hacer esto cuestionan la legitimidad del Estado-nación, cuya construcción se ha basado con frecuencia en la homogeneización de los pueblos que vivían en sus fronteras. Es cierto que no todos los nacionalismos en naciones sin Estado son democráticos y por esta razón hay que estar atentos a la necesidad urgente de establecer una diferencia entre los que defienden la democracia y quienes se basan en una visión etnocéntrica del mundo basada en la utilización de mecanismos excluyentes que a menudo llegan al uso de la fuerza.
Segundo, la misma utilización del término tribalización para referimos a la reemergencia de todos los tipos de nacionalismo subestatal es un anacronismo ya que implica el retorno a un pasado irrecuperable que ya no tiene sentido e ignora las conexiones entre la emergencia de formas de nacionalismo subestatal y las alteraciones que hoy, afectan al sistema de Estados-nación.
c) Los intelectuales se han sentido tradicionalmente incómodos con el nacionalismo. Ya en el siglo XIX y durante el XX encontramos numerosos ejemplos de grandes pensadores que no prestaron atención al nacionalismo aunque era una de las fuerzas políticas mas significativas en aquellos momentos. Estos mismos pensadores pronosticaron la desaparición del nacionalismo. La historia les niega la razón en este aspecto.
También hoy, desde algunos sectores de la izquierda se condena el nacionalismo en favor del internacionalismo. Esta actitud ignora dos puntos básicos. Primero, tal como dice Isaiah Berlin, el internacionalismo es un ideal noble, pero para conseguirlo es necesario que cada eslabón de la cadena, cada pueblo, sea lo suficientemente fuerte para resistir la tensión. Segundo, la necesidad de preservar la nación como comunidad que no sólo admite, sino que se enriquece en la propia diversidad, y de entender el nacionalismo como doctrina política que, cuando se basa en el deseo de desarrollar la propia nación desde el respeto, la tolerancia y el reconocimiento de la diferencia, se manifiesta indudablemente como representante del principio internacionalista cosmopolita que busca la convivencia pacifica y el desarrollo de los pueblos en libertad
ACTIVIDAD: Resume y realiza un mapa conceptual del siguiente artículo.
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