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Merrick y el Dolor Por Rosa Montero

Merrick y el Dolor  Por Rosa Montero Leo en la prensa que están analizando los genes de una descendiente de John Merrick, el Hombre Elefante, para estudiar su extraña y horripilante enfermedad, que hace pocos años ha sido por fin diagnosticada como el síndrome de Proteus, una dolencia rarísima de la que sólo se conocen un centenar de casos. Ya saben que Merrick (1862-1890) fue ese hombre tan terriblemente deformado que causó sensación en el Londres victoriano. Vivió sus seis últimos años en el London Hospital bajo la tutela del doctor Treves, convertido en un especimen digno de estudio; y ésos fueron sin duda los mejores años de su vida, quizá incluso los únicos tolerables, porque Treves le trataba con respeto y afecto.
Merrick tal vez sea el ser humano más espantoso del que se guarda un testimonio gráfico; nació como un niño normal en una familia de clase baja, pero a los cinco años empezó a crecerle por el cuerpo una piel desordenada y asquerosa, una carne monumental de color grisáceo y con aspecto de excrecencia fúngica. Su brazo derecho era totalmente informe, enorme, parecido a una pata de elefante. Su cabeza era tan grande como su tronco. De la frente le colgaba una piltrafa de carne que le tapaba un ojo, y del labio superior pendía una trompa de dos kilos de peso que le amputaron en un hospital a los 19 años. Además, hedía; según Treves, su carne "exhalaba una peste difícilmente soportable". Las deformidades le impedían sonreír o expresar ningún tipo de emoción (aunque su único ojo al descubierto tenía la muy humana capacidad del llanto); se movía con grandes dificultades y sólo con la ayuda de un bastón, y apenas si se le entendía cuando hablaba.
La madre de John murió cuando éste tenía diez años y el padre echó al chico a la calle. Merrick intentó ganarse la vida como pudo y se contrató a los 12 años en una fábrica de cigarros, pero tuvo que dejar el puesto poco después porque ya no podía mover el brazo deforme. Terminó siendo exhibido en una barraca de atracciones de feria. Allí se lo encontró Treves; el médico relató en sus memorias que el feriante lo trataba como a un perro: "¡Levántate!", le ordenaba, y Merrick se alzaba dificultosamente, dejaba caer la manta que le tapaba la cabeza y se mostraba desnudo hasta la cintura. La gente gritaba, horrorizada. "Era el especimen humano más repugnante que nunca había visto", dijo Treves. El médico se lo llevó al hospital y le hizo un reconocimiento. No habló con John en todo el rato que duró la primera visita: Treves pensaba que el Hombre Elefante era subnormal. Y el pobre Merrick estaba tan acostumbrado a que lo consideraran un pedazo de carne sin sentimientos ni razón que no hizo nada por sacar al médico de su error. "Sí, al principio creí que era un idiota, una convicción sin duda alimentada por la esperanza de que lo fuera", confesó el médico: "Fue luego, al descubrir que poseía una gran inteligencia, una aguda sensibilidad y una imaginación romántica, cuando comprendí la espantosa tragedia de su vida".
Quienes lo trataron dijeron, en efecto, que era un hombre dulce y encantador. Tenía que ser por fuerza muy inteligente, puesto que fue capaz de enseñarse a sí mismo a leer y escribir, algo que, aparte de las dificultades de su enfermedad, casi nadie hacía en su clase social en aquellos tiempos. Instalado en su refugio del hospital, y espantado ante la idea de verse obligado a salir de nuevo al mundo exterior, pedía que, de ser trasladado a alguna parte, lo internaran en un recóndito faro o en un asilo de ciegos. Su cabeza era tan enorme que tenía que dormir sentado, abrazándose las piernas y apoyando la frente colosal sobre las rodillas. Hasta que un día se tumbó sobre la cama y se asfixió, porque el peso de su cabeza le dobló la tráquea. Los médicos supusieron que Merrick estaba simplemente intentando dormir como un ser normal; yo más bien creo que el Hombre Elefante decidió matarse. Tenía 28 años.
Todos los seres monstruosos son conmovedores, pero Merrick ha conseguido tocar de una manera especial el corazón de la gente: quizá porque fue el más horroroso, quizá porque fue tan inteligente, quizá porque fue tan inocente. Toda esa luz y esa belleza atrapadas ahí dentro. Sobre su vida se han hecho obras de teatro, y óperas, y películas; y en Internet se pueden encontrar páginas y páginas en su honor. Es el monstruo más conocido, más famoso. Un emblema perfecto del dolor humano.

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