COMENTARIO DE TEXTO: SENTIR QUE SENTIMOS
Autor: Emilio Lledó
Texto introducción al libro: «Los cinco sentidos y el arte, Museo del Prado, 1997.
Realizar un mapa conceptual
Un comienzo modesto, pero firme. Porque a través de los sentidos hemos asimilado el mundo y hemos iniciado el largo proceso de teorizar sobre él. La teoría que, originariamente, significa mirada, es el espejo fluyente en cuya misteriosa frontera, levantada por las sensaciones, nos reconocemos, nos hablamos y somos. Nos reconocemos porque el ejercicio continuo de sentir el mundo va formando ese espejo -cauce en el río del tiempo- donde se ilumina la memoria de nuestro propio ser. Nos hablamos, porque al sentir la presencia de algo que aparece en nuestra soledad, comenzamos a poner palabras a esas imprecisas imágenes y a iniciar, con ellas, la historia de la personal interpretación. Y por eso somos. Por las sutiles aberturas de las sensaciones se va construyendo el mundo de la intimidad. Un mundo cuyas fronteras oscilan entre la realidad en la que estamos y la idealidad, la teoría, el río de palabras que somos.
Uno de los libros fundamentales de la cultura occidental, al que, siglos después de haber sido escrito, se le dio el sorprendente nombre de Metafísica comienza declarando su entusiasmo por algo tan inmediato y real como los sentidos: «Todos los hombres tienen por naturaleza ansia de saber. Una prueba de ello es el gozo que nos dan los sentidos. Y ese gozo lo es por sí mismo, con independencia de su utilidad, sobre todo el que nos da la vista. En efecto, no sólo para hacer algo sino cuando nada nos pro-ponemos, preferimos, por así decirlo, sobre todos los sentidos, el de la vista. Y la causa es que la vista, mejor que cualquier otro sentido, nos permite conocer más y nos descubre muchas diferencias».
La palabra saber, que aparece en el texto, no hace referencia a abstracción alguna. Saber es una forma de sentir. El verbo que lo expresa puede traducirse exactamente por ver Todos los hombres desean ver el mundo que les rodea, y esa mirada es ya un saber, un ver reflejado en el espejo interior de la teoría en la que, en principio, descubrimos las primeras formas de interpretación del mundo y donde afirmamos nuestra distancia y, por supuesto, nuestra inevitable y cálida proximidad.
Lo que está fuera de nosotros se sumerge, así, en el fondo difuso de lo que los griegos llamaban éndothen, lo interior. Una forma de asimilación y pertenencia que teje entre lo exterior y esa supuesta interioridad de la consciencia, una red fraternal de entendimiento que nos sostiene, nos humaniza y nos reconforta. Por eso gozamos. El gozo de los sentidos es la medida con la que la naturaleza que somos y la naturaleza en la que estamos confirman, en la alegría del cuerpo, su amorosa complicidad.Ese gozo de los sentidos recorre toda la literatura griega. El mismo Aristóteles, en un pasaje de la Ética Nicomáquea nos dice que «la benevolencia es el principio de la amistad, así como el gozo de la vista lo es del amor» y por eso, «para los amantes la vista es el sentido más precioso y prefieren este sentido a los demás, porque es él el que más contribuye a que el amor exista y nazca».
La pintura recogió los frutos de ese gozo y ese amor. Y fue la visión y la mirada lo que iba a producir ese ser sin estar, ese fenómeno o apariencia pura, sustentando en los ojos de un artista que inventa de nuevo el mundo y lo levanta en el inaprensible gozo de la creación. La mirada llegó así a transformarse ella misma en objeto de su propio mirar. Y como su conocimiento es más y muestra más diferencias imaginó cómo serian otros sentires. Quiso construir toda una simbología de sensaciones vistas; pero bajo una visión que iluminaba, además, con otra luz que la de los cielos.
El gozo de los ojos vislumbró entonces otros gozos, diseñó otras imágenes que sirviesen para representar el idilio de los sentidos desde el supremo privilegio de la mirada. Y así en el fondo de una visión iluminada por la memoria, las palabras y los deseos, el artista construyó cuerpos nuevos, originales materias en las que expresar, allí donde no alcanzaban las palabras, la callada victoria de los ojos.
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