SOCIOLOGIA: MENUDOS TIRANOS
SIN TIEMPO
Entre las causas de esta nueva tiranía, Javier Urra señala que «algunos padres no cumplen su papel. No tienen criterios educativos e intentan compensar su falta de tiempo y dedicación a los hijos». De hecho, si repasamos la agenda del fin de semana de la mayoría de las personas con niños pequeños, las tres cuartas partes del tiempo libre estarán hipotecadas en divertimentos y actividades sociales para los chicos. Javier Maldonado, un economista de 52 años que vive en una urbanización de El Escorial, recuerda con horror cómo sus hijos, Ignacio y Jorge, solían enumerarle, cuando los viernes llegaba por fin a casa, sus compromisos para el sábado y el domingo. «Esos días eran una continuación de la semana, con sus horarios y obligaciones, y con el coche para arriba y para abajo. Pero como entre semana apenas les veía.., pues cómo iba a decir que no.» El pediatra francés Aldo Nauri, autor de Padres permisivos, niños tiranos (Ediciones B), carga las tintas sobre una generación de padres que, acostumbrada a la democracia, busca el diálogo en vez de la disciplina: «Es una trampa. Los hijos deben vivir en la realidad y eso equivale a educarlos en la frustración. No se trata de imponer una autoridad con mano de hierro, sino de una firmeza que no sea brutal y que establezca un límite», afirma. Pero hoy pocos siguen este modelo. Inseguridades personales, ideas educativas erróneas o querer compensar esa falta de dedicación, ya sea real o imaginaria, son los motivos que llevan, a muchos padres a plegarse a todas las peticiones de sus hijos. «Como consecuencia de la excesiva permisividad, tendremos unos padres dominados por un pequeño tirano, y un futuro adulto con problemas de adaptación al contacto social y a los esfuerzos y frustraciones que impone la vida», sostiene Montero. Hasta los 4 años las rabietas y antojos pueden considerarse normales. Es una época en la que hay que tener paciencia y temple para aguantar los pulsos de los pequeños e irles imponiendo las normas mínimas de convivencia. Si, a partir de esa edad, las pataletas permanecen como un rasgo de su comportamiento, hay que empezar a tomar medidas. En caso contrario, el niño crecerá, pero será siempre inmaduro. Querrá seguir siendo eternamente el primero e imponer sus deseos, lo que dificultará sus relaciones con sus compañeros de colegio y el resto de su entorno. «Las soluciones son normas y límites claros, no es razonados, pero firmes, y muchísimo cariño», aconseja Montero. «Cuando se ha actuado erróneamente y ya son adolescentes, el asunto es más complicado», añade. «Hay momentos en que es necesaria la intervención de un especialista. Con un diagnóstico precoz, existen tratamientos que han obtenido muy buenos resultados. Pero la solución, en líneas generales, es educativa», concluye Antonio Gamonal.
No hay una edad determinada para que el problema explote. Suele ser hacia los 12 años, pero a veces ocurre antes, incluso a los 8. Aparece la agresividad, primero verbal y más tarde física, contra la familia, y las rupturas se hacen evidentes en forma de fugas del colegio o escapadas de casa. «Son reacciones a un modelo erróneo de educación, respuestas a déficits educativos. Huyendo encuentran la manera de no frustrarse y tirar para adelante», comenta este psicólogo.
EVITAR LA CULPABILIDAD
¿Y los padres? ¿Cómo reaccionan? La pedagoga Lola de la Cruz lo tiene clarísimo, entre otras cosas, porque lo vivió en primera persona. Hace unos años, recibió la llamada de los responsables del colegio al que acudía uno de sus hijos, que rondaba por aquel entonces los 15 años. El sábado anterior, el chico y sus amigos habían gastado una broma a la madre del empollón de la clase: le dijeron por teléfono que éste acababa de sufrir un accidente y, sin más datos ni detalles, colgaron. «Me quedé impactada; cuando eran pequeños dejé de trabajar para educarlos mejor y, sin saber cómo, de pronto vi que los valores que les había inculcado y la realidad se habían separado», cuenta Lola. Después de aquella trastada, hubo algo que ni ella ni el resto de padres pudieron evitar: sentirse culpables. «Ése es el gran error de los adultos, la culpabilidad», señala Antonio Gamonal. «La pareja debe comprender que puede tener desacuerdos sobre la educación de sus hijos e incluso equivocarse a veces, pero, cuando surgen problemas, nunca deben caer en ese sentimiento», recalca. Lo que sí deben hacer es ponerse manos a la obra para atajar un problema que, si los chavales traspasan cierta barrera, la de la violencia, puede volverse muy grave. Insostenible: Lo dicen las cifras: el pasado año, más de 5.500 adultos, la mayoría mujeres, denunciaron a sus retoños por maltrato y amenazas. La receta para evitarlo la dicta Javier Urra: «Debemos educarles en sus deberes y derechos, en la tolerancia, pero, a la vez, marcando reglas, ejerciendo el control y, ocasionalmente, diciendo también no», subraya.
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