REFLEXIÓN ARTÍCULO: APÓSTATA
Apóstata
Elvira García Bello. Miembro del Grupo Educativo 1 de la SVPAP
Cada verano, con la lectura de los programas de las múltiples fiestas patronales, repito reflexiones similares:
Hay tantas tradiciones de las que reniego que puede decirse que mi identidad se define por mis renuncias tanto como por las prácticas y creencias que asumo.
Especialmente reniego de cualquier tradición que alguien enarbole como estandarte de una supuesta identidad común que, sin preguntarme, me incluye. En esta ocasión, me declaro apóstata de aquellas tradiciones como la llamada "fiesta nacional" y todos los "festejos" locales que tienen como involuntarios protagonistas a los animales.
Renegar de la tradición es tan genuinamente cultural como asumirla. La cultura es tradición tanto como ruptura, innovación. La cultura carece de una esencia única y permanente a pesar del empeño que ponen algunos por convencernos de lo contrario. Algunos que, sin duda, obtienen algún tipo de interés en mantener inamovible un determinado statu quo.
No es necesario recurrir al razonamiento para exponer mi postura, compartida por tanta gente cuya voz es ahogada cada año por los ardientes pitones encendidos de algún "bou embolat", o por las locas carreras de los "bous a la mar', o el temor reflejado en los espantados ojos de las vaquillas perseguidas, o el sonido atolondrado y desconcertado de las pezuñas de los toros sobre los adoquines durante un encierro...
Tuve la suerte de que me educaran en la creencia de que no hay diversión si ello implica sufrimiento de alguien. Y es esa creencia la que sigo manteniendo y por la que considero que siempre será interesante escribir unas líneas que, muchos compartirán sin necesidad de leerlas y que, tal vez, hagan que alguien se plantee aquello que ha aceptado sin más, simplemente porque forma parte de una tradición.
No veo sufrimiento y, por tanto, no experimento el mismo tipo de rechazo ante una verbena popular, una merienda infantil, una cena en la calle, un concurso de paellas, una actuación musical, una exhibición de bailes locales, un castillo de fuegos artificiales... por poner algún ejemplo de los que también leo cada verano en los programas de fiestas patronales. Participe o no en dichos festejos, no siento lo mismo, incluso aunque invadan la tranquilidad que, a lo mejor busco durante mis periodos de descanso. No se trata de aguar ninguna fiesta, sino de cuestionarse si aquello que consideramos divertido es correcto por el simple hecho de que nos parezca divertido. Aceptar este criterio de diversión sería adentramos por un camino ciertamente peligroso.
Hay, sin duda, mucha cultura plasmada en la tradición de celebrar una cena en la calle, pero los valores que se aprecian en dicha práctica muestran el placer de compartir, de dialogar, de reír, de cotillear.... O en el goce estético y festivo que nos producen una actuación musical o unos buenos fuegos artificiales. Puedo sentirme identificada con los valores que subyacen a esas tradiciones.
También se transmiten muchos valores en las múltiples tradiciones que, cada año, hacen protagonistas a los animales de la "diversión" en las fiestas de los pueblos. Son valores tan tradicionales como los otros, pero de los que reniego: violencia, agresividad, sufrimiento, sexismo...
Las tradiciones, como todo, deben ser repensadas siempre y pasadas por la criba de los valores que, aquí y ahora, consideramos deseables y los que no. Seguro que, a poco que pensemos, todos podríamos celebrar sin duda la erradicación de un sinnúmero de tradiciones que nos liberan de la tiranía de unos valores con los que no comulgamos.
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