FILOSOFÍA HOY: MARX
Alienación
Es un complejo concepto filosófico por el que un sujeto se desposee o pierde algo de sí que se convierte en propiedad de otro. Para Marx el sujeto alienado es el trabajador al realizar tareas que no considera ni siente como suyas. En Manuscritos: economía y filosofía se plantea: ¿En qué consiste la enajenación en el trabajo? Y responde: “Primeramente, en que el trabajo es externo al trabajador, no pertenece a su ser; en su trabajo, el trabajador no se afirma sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo, arruina su espíritu. Por eso el trabajador solo se siente en sí fuera del trabajo y, en el trabajo, fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado; trabajo forzado”.
La alienación también se refiere a la actividad religiosa. Esta no es una necesidad ni una dimensión del ser humano sino un producto más de la organización económica y social a la que justifica, legitima y perpetúa. En Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Marx afirma: “La miseria religiosa es, de una parte, la expresión de la miseria real, y, de otra parte, la protesta contra la miseria real (...). La religión es el opio del pueblo”. La transformación de la situación material significaría el fin de la religión y evidenciaría el mito de la llamada dimensión religiosa del ser humano.
Comunismo
“Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad sin más, sino la abolición de la propiedad burguesa”. Propiedad entendida como “la última y más perfecta expresión de la creación y apropiación de productos basada en enfrentamientos de clases, en la explotación de unos por otros”. La sociedad comunista que imaginó Marx propugnaba no solo la abolición de la propiedad privada sino también la de las clases sociales y de la explotación. En ella, el hombre no es un instrumento de producción sino alguien realizado que ha dejado atrás todo tipo de alienación. En la última y más perfecta etapa de la sociedad comunista desaparece también el Estado y la política, pues todas las discusiones y opiniones solo tendrán como objetivo avanzar en las mejoras de la comunidad. Por ello, muchos autores han visto en este concepto los rasgos de una utopía.
Conciencia de clase
Es el requisito inicial para que se ponga en marcha la revolución, la mecha que ha de mover al proletariado bien informado, movilizado y con unos objetivos claros y definidos. En la concepción marxista, el proletario no solo es alguien explotado, sino alguien consciente de ser explotado y con deseos de acabar con esa situación. Gran parte de los esfuerzos de Marx se dedicaron a la concienciación del proletariado. Una tarea ingente ya que como indica Pedro Ribas, profesor de Pensamiento Filosófico Español en la Universidad Autónoma de Madrid, y experto en Marx: “La equivalencia o casi-equivalencia entre ser proletario y tener conciencia de clase no es un hecho social”. Es más, en su opinión “si Marx escribiera hoy, hablaría de la cantidad de filtros que el capitalismo ha establecido para dificultar la conciencia de clase, para hacer creer que aquí el que no come y disfruta es porque no quiere o porque es tonto”.
Dictadura del proletariado
Es el régimen posterior a la revolución y anterior a la implantación del comunismo. En él, el poder adquirido por el proletariado permitirá expropiar a los capitalistas los medios de producción. Si las características de la sociedad comunista están nebulosamente definidas en los textos marxistas, las de la dictadura del proletariado son nítidas. Entre ellas, expropiación de la tierra; supresión del derecho de herencia; centralización del crédito y los transportes; imposición de la obligación de trabajar; educación pública y gratuita; interacción entre educación y producción material, etc.
Humanismo marxista
Toda la concepción marxista gira alrededor del ser humano. En Manuscritos: economía y filosofía, Marx declara al hombre “no solo ser natural, sino ser natural humano”. Al conjunto de relaciones biológicas que han dado lugar a los seres humanos, Marx añade la historia como “la verdadera historia natural del hombre”.
En ese contexto es donde se realiza la necesaria “conversión de la naturaleza en hombre”. Su característica esencial es la actividad, la producción de su propia vida y de la historia. El hombre se basta a sí mismo para estas tareas. No necesita ninguna espiritualidad. El humanismo marxista es ateo y afirma la primacía de un ser humano libre, racional y autosuficiente. Además, afirma la igualdad de estas características para todos los seres humanos.
Ideología
“Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc (...)”. Ese conjunto de representaciones e ideas forma la ideología y la tarea que Marx asigna al ser humano es la de desentrañar cuáles son esas ideas. Algo nada fácil ya que el hombre está siempre “condicionado por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el intercambio que a él corresponde”.
Con Marx, el concepto se tiñe de un carácter negativo ya que se confunde con cultura adoptando valores deformantes. La deformación es consecuencia del interés de la clase dominante por mantener sus privilegios. “Las ideas de la clase dominante, son, en todas las épocas, las ideas dominantes”. Por ello, como producto social que es, la ideología no tiene una historia ni un desarrollo propio sino que depende de la sociedad y de los hombres concretos que la comparten. Es un mecanismo privilegiado de ocultar o deformar la situación real de las personas, un eficaz método de alienación.
Materialismo
En la época de Marx, Alemania bebía de una tradición filosófica marcada por el idealismo de la que Kant y Hegel eran los máximos representantes. Frente a ellos, Marx erigirá su oda a la materia y dirá que lo único que existe es lo que puede explicarse en términos materiales y de movimiento. Existen dos tipos de materialismo:
El dialéctico –en realidad, una concepción de Engels– sostiene que el devenir de la realidad, sus cambios y transformaciones se rigen por leyes de la dialéctica como la de la cantidad a la cualidad, la lucha de contrarios o la negación de la negación.
El histórico defiende una concepción de la realidad basada en la sucesión y alternancia entre los diversos métodos de producción. El verdadero motor de la historia no es la voluntad de los hombres ni de las sociedades, sino la economía y las conflictivas relaciones que esta provoca. Como Marx afirma en el Manifiesto comunista: “En toda época histórica, el modo económico predominante de producción e intercambio, y la estructura social que deriva necesariamente de él, constituye el fundamento sobre el cual se basa la historia política e intelectual de una época, y únicamente a partir de él puede explicársela; (...) toda la historia de la humanidad (...) ha sido una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas”.
Marx nunca utilizó los términos “materialismo histórico” ni “dialéctico”. Tanto él como Engels prefirieron expresiones como “método dialéctico” o “teoría materialista de la historia”.
Plusvalía
Marx construye una teoría de la plusvalía a partir del acercamiento de Adam Smith y David Ricardo al concepto de valor. Todas las mercancías tienen un valor de uso –que permite satisfacer necesidades y se mide en términos utilitarios– y un valor de cambio que depende de las condiciones fluctuantes del mercado y se mide en términos monetarios. En el capitalismo, la fuerza del trabajo es una mercancía más con valores de uso y de cambio. El primero sería la capacidad de producir; el segundo, el salario.
La plusvalía es la diferencia entre el valor de cambio de lo producido por la fuerza de trabajo y la retribución de la misma. Se trataría de una cuenta que, en términos marxistas, redunda siempre en beneficio del capitalista. De ahí derivaría su enriquecimiento. Marx propugna la desaparición de la plusvalía y que el valor del objeto producido, bien directa o indirectamente, vuelva a su productor.
ARTÍCULO: MARX: ¿EL CAMARADA CALAVERA?
En el extenso reportaje que, en el número 7, dedicamos a Karl Marx salpicábamos las páginas con los versos que el camarada dedicaba a quien se convertiría en su esposa, Jenny Marx. Mayor que él, hija de un amigo de su padre y vecina de la familia en Tréveris, la relación de Karl y Jenny Marx vertebra la obra de la periodista Mary Gabriel que se ha convertido en un exito editorial en EEUU. En Love and Capital. Karl and Jenny Marx and the birth of a revolution (Amor y Capital. Karl y Jenny Marx y y el nacimiento de la revolución) la autora afirma que Marx es hoy poco más que “una enorme cabeza de granito sobre un pedestal en el cementerio de Highgate”. Quizá para dinamizar –y dinamitar– su imagen, ella ha revisado su historia desde la perspectiva de su compañera.
Pablo Pardo, corresponsal en Washington de El Mundo, iniciaba el relato sobre el libro preguntándose (y respondiéndose): “¿Qué filósofo moderno, mientras su esposa se está recuperando de la viruela, se va a otro país en busca de dinero y, de paso, a acosar a una sobrina? Una pista: es el mismo que tuvo un hijo ilegítimo con su criada. Otra: la obra de ese filosofo es sinónimo de igualdad, revolución del proletariado y leyes inmutables de la Historia que acabarán llevándonos al Paraíso en la Tierra. Respuesta: Karl Marx. La vida de Marx es exactamente lo contrario de lo que propuso. En primer lugar, para alguien que creía en una dinámica de la Historia marcada por leyes, es una sucesión de casualidades. Unas casualidades derivadas no sólo de una personalidad con propensión a meterse en líos políticos, profesionales, personales y sexuales, sino también de una incapacidad manifiesta para organizar su vida, como queda reflejado en el hecho de que Marx entregó El capital a su editor nada menos que con 16 años de retraso con respecto a la fecha pactada. En segundo término, para un defensor de la igualdad, la vida de Marx es una existencia marcada por la dependencia. Dependencia económica de su mecenas, Friedrich Engels y, sobre todo, de su esposa, la baronesa Jenny von Westphalen”.
El libro es una golosina no solo para polemizar sino para filosofar. Lo primero porque siempre se encuentran voces autorizadas para defender la postura contraria. Es el caso de Enrique Tierno Galván que en su Antología de Marx afirma: “Moralmente, Marx fue un provocador y sigue siéndolo. El ejemplo de una conducta moral sin vacilaciones, sostenida en medio de una lucha constante contra la miseria y sin más premio inmediato que la propia satisfacción y el aplauso, no unánime, de los miserables del mundo tiñen la vida de Marx de un color que la vista, acostumbrada al gris del conformismo, no tolera. Su ejemplo resulta tan grande como su pensamiento y hasta cierto punto lo justifica”.
Por otro lado, si aceptamos la tesis de Gabriel iniciamos el debate sobre si la obra (literaria, artística y también política) de alguien queda mermada, horadada, erosionada por las peripecias vitales de quien la alumbró. En ese caso y puesto que sus autores no fueron seres humanos tan excepcionales como sus obras nos habríamos quedado sin un buen número de libros ejemplares, de cuadros conmovedores... Y, de hecho, ¿nos habríamos quedado con alguno? El que esté libre de pecado... ❖ Filosofía Hoy
0 comentarios