¿ES ANTINATURAL EL CONOCIMIENTO? (7-10-04)
ACTIVIDAD ¿Crees que los hombres tienden por naturaleza a la búsqueda de la verdad o, por el contrario, a aferrarse a los prejuicios y a vivir en la ignorancia? Razona tu respuesta.
Es un viejo problema de la filosofía el de si la vida teórica, a pesar del lugar supremo que ha ocupado, desde las inolvidables descripciones de Aristóteles, no es, en el fondo, un acto antinatural. O sea, si el peso de la physis, y de sus instintos enmarca y constituye primordialmente a la existencia humana.
El hecho de que no baste la liberación del prisionero, sino que las etapas de esa liberación estén determinadas por el esfuerzo y el dolor, parece referirse a la antinaturalidad del conocimiento, a la no fluidez de la experiencia intelectual, en oposición al perfecto engranaje que la naturaleza presenta. Sin embargo, la lucha por vencer todo tipo de posible resistencia en el saber, ofrece el aliciente más intenso de la vida, su logro más importante. Nadie puede rechazar este proyecto de liberación; ningún hombre escapado ya de la propia caverna de su animalidad, en un nivel de evolución histórica, puede negarse a la ascensión.
El problema, sin embargo, consiste en que el dolor y las dificultades no son de índole individual o subjetivos. La salida de la caverna, de los marcos de la sensibilidad cerrada en sí misma, tropieza no con la oposición de la naturaleza, sino, sobre todo, con la de la sociedad. Tal vez, aleccionada la historia y los que la hacen, por la tendencia natural de poder y dominio -hay abundantes testimonios teóricos sobre este hecho- se calca el desarrollo humano sobre moldes de violencia y opresión. La interpretación de este acto individual, y del pequeño dolor privado de unos ojos que no pueden acostumbrarse, de pronto, a la paulatina luz, se enfrentan ante un medio mucho más complejo. Los supuestos actos de los habitantes de la caverna están chocando o engarzándose, continuamente, con los de los liberadores o los engañadores. El proceso subjetivo se diluye en el cauce de la objetividad, o sea, en el ámbito de la historia, de sus tensiones y luchas, de sus esperanzas y oprobios.
Una vez establecida la retícula social, por donde tiene que circular todo individuo, el conocimiento y la vida intelectual son una incesante batalla que hay que reñir contra la negatividad. La sociedad no deja fluir a los elementos que la componen, con la cálida suavidad con que, normalmente, fluye la sangre por nuestras venas, o con la precisión con que, sin saberlo, acomodamos la retina a la luz. La vida social, también como nosotros mismos, es ciudadana de dos mundos, de la naturaleza y de la libertad. Pero mientras en la individualidad, la naturaleza ha ido fraguándose lentamente con la libertad, con una posible racionalidad, en la historia, en la vida colectiva, ha surgido una nueva naturaleza social, un magma de presiones, falsedades, engaños e intereses, que pasean sus objetos por encima del tabique que separa los dos mundos de la caverna.
Entre la naturaleza que somos y la racionalidad y libertad a que aspiramos, hay un tercer mundo más poderoso, aunque no más real, que la mordiente utopía de la justicia y la perfección, y más inconstante y feroz que el lógico discurrir de la vida. Y este es el mundo humano. En él tiene que desarrollarse el aprendizaje y el progreso.
ACTIVIDAD
Es un viejo problema de la filosofía el de si la vida teórica, a pesar del lugar supremo que ha ocupado, desde las inolvidables descripciones de Aristóteles, no es, en el fondo, un acto antinatural. O sea, si el peso de la physis, y de sus instintos enmarca y constituye primordialmente a la existencia humana.
El hecho de que no baste la liberación del prisionero, sino que las etapas de esa liberación estén determinadas por el esfuerzo y el dolor, parece referirse a la antinaturalidad del conocimiento, a la no fluidez de la experiencia intelectual, en oposición al perfecto engranaje que la naturaleza presenta. Sin embargo, la lucha por vencer todo tipo de posible resistencia en el saber, ofrece el aliciente más intenso de la vida, su logro más importante. Nadie puede rechazar este proyecto de liberación; ningún hombre escapado ya de la propia caverna de su animalidad, en un nivel de evolución histórica, puede negarse a la ascensión.
El problema, sin embargo, consiste en que el dolor y las dificultades no son de índole individual o subjetivos. La salida de la caverna, de los marcos de la sensibilidad cerrada en sí misma, tropieza no con la oposición de la naturaleza, sino, sobre todo, con la de la sociedad. Tal vez, aleccionada la historia y los que la hacen, por la tendencia natural de poder y dominio -hay abundantes testimonios teóricos sobre este hecho- se calca el desarrollo humano sobre moldes de violencia y opresión. La interpretación de este acto individual, y del pequeño dolor privado de unos ojos que no pueden acostumbrarse, de pronto, a la paulatina luz, se enfrentan ante un medio mucho más complejo. Los supuestos actos de los habitantes de la caverna están chocando o engarzándose, continuamente, con los de los liberadores o los engañadores. El proceso subjetivo se diluye en el cauce de la objetividad, o sea, en el ámbito de la historia, de sus tensiones y luchas, de sus esperanzas y oprobios.
Una vez establecida la retícula social, por donde tiene que circular todo individuo, el conocimiento y la vida intelectual son una incesante batalla que hay que reñir contra la negatividad. La sociedad no deja fluir a los elementos que la componen, con la cálida suavidad con que, normalmente, fluye la sangre por nuestras venas, o con la precisión con que, sin saberlo, acomodamos la retina a la luz. La vida social, también como nosotros mismos, es ciudadana de dos mundos, de la naturaleza y de la libertad. Pero mientras en la individualidad, la naturaleza ha ido fraguándose lentamente con la libertad, con una posible racionalidad, en la historia, en la vida colectiva, ha surgido una nueva naturaleza social, un magma de presiones, falsedades, engaños e intereses, que pasean sus objetos por encima del tabique que separa los dos mundos de la caverna.
Entre la naturaleza que somos y la racionalidad y libertad a que aspiramos, hay un tercer mundo más poderoso, aunque no más real, que la mordiente utopía de la justicia y la perfección, y más inconstante y feroz que el lógico discurrir de la vida. Y este es el mundo humano. En él tiene que desarrollarse el aprendizaje y el progreso.
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