REFLEXIÓN: TELEVISIÓN Y EDUCACIÓN
Un alumno de entre 4 y 12 años consume unas 1.400 horas de televisión al año, frente a las 800 horas lectivas de un curso escolar. En la pantalla puede llegar a ver hasta 12.000 actos violentos entre asesinatos, suicidios, ataques con armas de fuego o secuestros.
La televisión se ha convertido en el principal medio de comprensión de la realidad de los niños españoles. Los niños, la parte más indefensa y acrítica de nuestra población es educada menos de la mitad del tiempo por el maestro que seleccionan con esmero sus padres que por el televisor, y lo que reciben a través de la pantalla se convierte en parte esencial de su representación de la realidad.
La televisión ha usurpado así a la escuela su tradicional papel de agente primordial en la socialización de niños y adolescentes. Las consecuencias de este cambio son evidentes: el televisor desplaza a otros medios de desarrollo de la personalidad infantil y, además, lo hace desde edades en que los individuos son, en buena medida, incapaces de distinguir entre fantasía y realidad, entre lo que ven y lo que viven.
Entre las cinco y las ocho de la tarde, han desaparecido programas como Barrio Sésamo, La cometa blanca o Los cinco, claramente dirigidos a niños y adolescentes a su vuelta del colegio.
¿Qué programas ven, entonces? A partir de las diez de la noche, más de un millón y medio de niños continúan frente al televisor, según el Gabinete de Estudios de Comunicación Audiovisual, y lo que ven es, lógicamente, programación para adultos. El horario considerado infantil, es decir, el que abarca las horas que transcurren desde el regreso de la escuela y la hora del reposo, se compone de una telenovela, tres reality shows, un concurso para adultos y, por supuesto, un par o más de los llamados programas rosas o del corazón.
El desprecio por los derechos fundamentales al honor, la intimidad, la veracidad o la presunción de inocencia son, junto a las anteriores, asignaturas habituales de las televisiones en horario infantil. Todo ello transmitido a través de una didáctica que rezuma mal gusto, chabacanería y lenguaje soez. Sucede todos los días, ante la impotencia de los maestros, la indiferencia de muchos padres y la pasividad de las administraciones.
Mientras que el coste de un capítulo de una serie de producción española es de 6.000 euros por minuto, el coste de un reality-show o de un programa del corazón se mueve sobre los 300 euros por minuto. Un plató, un presentador y unos cuantos invitados sin mayor cualificación o talento aseguran una elevada audiencia durante hora y media por un presupuesto 20 veces menor que una serie de televisión.
Francia, Alemania, Reino Unido o Italia, aunque de manera desigual, tienen en cuenta a su público infantil y disponen en mayor o menor medida de una oferta de programas infantiles en la que destaca, desde luego, el Reino Unido, con más dos horas diarias por canal. ¿Qué ocurre en España? Muy simple: no se cumple la ley. De nada ha valido el Convenio de Autorregulación suscrito en 1993 por el Ministerio de Educación y las comunidades autónomas con las cadenas de televisión. La ley de 1994 se ha convertido en papel mojado, a pesar de su contundencia: "La emisión de programas susceptibles de perjudicar el desarrollo físico, mental o moral de los menores sólo podrá realizarse entre las veintidós horas del día y las seis horas del siguiente, y deberá ser objeto de advertencia sobre su contenido por medios acústicos y ópticos.
La televisión se ha convertido en el principal medio de comprensión de la realidad de los niños españoles. Los niños, la parte más indefensa y acrítica de nuestra población es educada menos de la mitad del tiempo por el maestro que seleccionan con esmero sus padres que por el televisor, y lo que reciben a través de la pantalla se convierte en parte esencial de su representación de la realidad.
La televisión ha usurpado así a la escuela su tradicional papel de agente primordial en la socialización de niños y adolescentes. Las consecuencias de este cambio son evidentes: el televisor desplaza a otros medios de desarrollo de la personalidad infantil y, además, lo hace desde edades en que los individuos son, en buena medida, incapaces de distinguir entre fantasía y realidad, entre lo que ven y lo que viven.
Entre las cinco y las ocho de la tarde, han desaparecido programas como Barrio Sésamo, La cometa blanca o Los cinco, claramente dirigidos a niños y adolescentes a su vuelta del colegio.
¿Qué programas ven, entonces? A partir de las diez de la noche, más de un millón y medio de niños continúan frente al televisor, según el Gabinete de Estudios de Comunicación Audiovisual, y lo que ven es, lógicamente, programación para adultos. El horario considerado infantil, es decir, el que abarca las horas que transcurren desde el regreso de la escuela y la hora del reposo, se compone de una telenovela, tres reality shows, un concurso para adultos y, por supuesto, un par o más de los llamados programas rosas o del corazón.
El desprecio por los derechos fundamentales al honor, la intimidad, la veracidad o la presunción de inocencia son, junto a las anteriores, asignaturas habituales de las televisiones en horario infantil. Todo ello transmitido a través de una didáctica que rezuma mal gusto, chabacanería y lenguaje soez. Sucede todos los días, ante la impotencia de los maestros, la indiferencia de muchos padres y la pasividad de las administraciones.
Mientras que el coste de un capítulo de una serie de producción española es de 6.000 euros por minuto, el coste de un reality-show o de un programa del corazón se mueve sobre los 300 euros por minuto. Un plató, un presentador y unos cuantos invitados sin mayor cualificación o talento aseguran una elevada audiencia durante hora y media por un presupuesto 20 veces menor que una serie de televisión.
Francia, Alemania, Reino Unido o Italia, aunque de manera desigual, tienen en cuenta a su público infantil y disponen en mayor o menor medida de una oferta de programas infantiles en la que destaca, desde luego, el Reino Unido, con más dos horas diarias por canal. ¿Qué ocurre en España? Muy simple: no se cumple la ley. De nada ha valido el Convenio de Autorregulación suscrito en 1993 por el Ministerio de Educación y las comunidades autónomas con las cadenas de televisión. La ley de 1994 se ha convertido en papel mojado, a pesar de su contundencia: "La emisión de programas susceptibles de perjudicar el desarrollo físico, mental o moral de los menores sólo podrá realizarse entre las veintidós horas del día y las seis horas del siguiente, y deberá ser objeto de advertencia sobre su contenido por medios acústicos y ópticos.
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