REDACCIÓN: El alma y el conocimiento de la realidad según Platón
Hemos visto cómo el dualismo de Platón entre lo sensible y lo inteligible, entre lo material y espiritual, se manifiesta también en la naturaleza humana: el ser humano es un compendio de dos mundos, alma y cuerpo. El alma o psiqué es el principio que da vida al cuerpo, pero también es el principio racional que ordena la vida a través del conocimiento de lo universal y perfecto. El destino del hombre es «salir de la caverna» y vivir conforme al alma, es decir, conforme a lo perfecto, a lo racional, a las ideas. ¿Pero cómo es posible llegar a este conocimiento de las ideas?
Las clases de conocimiento
Platón distingue dos tipos de conocimiento: dóxa, o conocimiento sensible, y nóesis, o conocimiento intelectual.
La dóxa comienza en la sensación, en la percepción de las imágenes, eikasía, y nos permite forjarnos una creencia, pistis, sobre el mundo que tenemos ante nosotros. Esta visión del mundo es el resultado de la opinión sobre lo cambiante, de lo que nos parece que es, pero sólo refleja un mundo imperfecto. La dóxa no cumple las condiciones de un conocimiento universal que pueda guiar nuestra vida hacia lo perfecto.
El auténtico conocimiento, capaz de desvelarnos la verdad, alétheia, sólo puede ser un conocimiento intelectual, nóesis. Cuando somos capaces de «mirar» con la inteligencia prescindiendo de los sentidos descubrimos el mundo inteligible. Eso les ocurre a los geómetras, cuyo conocimiento, dianoia, toma las figuras sensibles como pretexto para pensar en aquello a lo que se parecen y que no puede percibirse, las figuras ii matemáticas. -
Finalmente, la epistéme es el verdadero conocimiento científico, universal y necesario, sin referencia alguna a lo sensible. La epistéme permite conocer los modelos racionales de la realidad, las ideas, y las relaciones entre éstas. A este conocimiento, que también llamará Platón «dialéctico», le corresponde la función ordenadora de la vida humana: sólo quien es capaz de remontarse por encima de lo particular y llegar a conocer perfectamente lo que es justo en sí puede vivir justamente.
Los objetos de conocimiento
Conocimiento y realidad están unidos en la filosofía platónica, a cada grado de conocimiento debe corresponder un objeto conocido. Será la necesidad de justificar un conocimiento de lo universal y perfecto la que conducirá a Platón a afirmar la existencia de una realidad universal y perfecta, las Ideas.
Siguiendo el símil de la línea del libro VI de la República, encontramos las diferentes clases de conocimiento y los objetos o realidades que corresponden a cada una de ellas.
El cuadro está organizado en torno a dos ejes: un eje vertical y un eje horizontal.
Si seguimos el eje vertical, encontramos a la izquierda los tipos de conocimiento y a la derecha los objetos conocidos. Podemos reproducir el camino de liberación y conocimiento del mito de la caverna si partiendo de la dóxa ascendemos desde el conocimiento de las imágenes y los objetos físicos hasta la nóesis o conocimiento inteligible que conoce las realidades inteligibles o noetá: los objetos de la matemática y las ideas o formas.
Si seguimos el eje horizontal, encontramos una división entre la parte superior, en la que aparece un mundo perfecto, auténtico e inteligible, y la parte inferior, donde está ubicado un mundo imperfecto, sensible e inestable, copia del mundo inteligible. Cada una de estas dos mitades, la de arriba y la de abajo, podría dividirse a su vez en otras dos; de ese modo comprobamos que las ideas son con respecto a los objetos de la matemática lo que los seres físicos son con respecto a las imágenes, es decir, los primeros son la causa del conocimiento de los últimos. El conocimiento de la realidad parece explicarse desde el mito de la caverna como el efecto de un juego de espejos.
Conocer es recordar. La reminiscencia
En el Menón la preocupación ética conduce a Platón a la preocupación epistemológica: ¿cómo es posible conocer lo universal, la esencia o el eidos de la virtud, aquello por lo que llamamos a las acciones o a las personas virtuosas?
La pregunta equivale a cuestionar cómo es posible el conocimiento de lo perfecto y universal teniendo en cuenta que el mundo que tenemos ante nosotros es un mundo del devenir, de lo particular e imperfecto.
La respuesta de Platón se presenta como «verdad de los sacerdotes y de los poetas». El alma es inmortal y en su existencia anterior a su encarnación en el cuerpo «ha visto tanto lo de aquí congo lo del Hades». Luego el alma conoce los modelos universales de la realidad, las ideas. El verdadero conocimiento o epistéme es el recuerdo o reminiscencia, anámnesis, de aquello que el alma ya ha conocido en una existencia anterior: «el aprender no es otra cosa que recordar [...] y esto no sería posible si nuestra alma no hubiera existido en otro lugar antes de llegar a ser en esta forma humana» (Fedón 72c). El conocimiento de las ideas no es, por tanto, el resultado de un proceso inductivo de lo particular, sensible e imperfecto a lo universal, inteligible y perfecto, sino el recuerdo de las ideas que nos permite comprender el mundo sensible como un reflejo del mundo de las ideas.
La verdad se encuentra dentro de cada ser humano y para recordarla hay que seguir el camino de la dialéctica. La función educadora del filósofo consiste en facilitar este aprendizaje que consiste en recordar; así lo había entendido Sócrates en la mayéutica.
VER MAPA CONCEPTUAL CAPS. 1, 2 Y 3
Las clases de conocimiento
Platón distingue dos tipos de conocimiento: dóxa, o conocimiento sensible, y nóesis, o conocimiento intelectual.
La dóxa comienza en la sensación, en la percepción de las imágenes, eikasía, y nos permite forjarnos una creencia, pistis, sobre el mundo que tenemos ante nosotros. Esta visión del mundo es el resultado de la opinión sobre lo cambiante, de lo que nos parece que es, pero sólo refleja un mundo imperfecto. La dóxa no cumple las condiciones de un conocimiento universal que pueda guiar nuestra vida hacia lo perfecto.
El auténtico conocimiento, capaz de desvelarnos la verdad, alétheia, sólo puede ser un conocimiento intelectual, nóesis. Cuando somos capaces de «mirar» con la inteligencia prescindiendo de los sentidos descubrimos el mundo inteligible. Eso les ocurre a los geómetras, cuyo conocimiento, dianoia, toma las figuras sensibles como pretexto para pensar en aquello a lo que se parecen y que no puede percibirse, las figuras ii matemáticas. -
Finalmente, la epistéme es el verdadero conocimiento científico, universal y necesario, sin referencia alguna a lo sensible. La epistéme permite conocer los modelos racionales de la realidad, las ideas, y las relaciones entre éstas. A este conocimiento, que también llamará Platón «dialéctico», le corresponde la función ordenadora de la vida humana: sólo quien es capaz de remontarse por encima de lo particular y llegar a conocer perfectamente lo que es justo en sí puede vivir justamente.
Los objetos de conocimiento
Conocimiento y realidad están unidos en la filosofía platónica, a cada grado de conocimiento debe corresponder un objeto conocido. Será la necesidad de justificar un conocimiento de lo universal y perfecto la que conducirá a Platón a afirmar la existencia de una realidad universal y perfecta, las Ideas.
Siguiendo el símil de la línea del libro VI de la República, encontramos las diferentes clases de conocimiento y los objetos o realidades que corresponden a cada una de ellas.
El cuadro está organizado en torno a dos ejes: un eje vertical y un eje horizontal.
Si seguimos el eje vertical, encontramos a la izquierda los tipos de conocimiento y a la derecha los objetos conocidos. Podemos reproducir el camino de liberación y conocimiento del mito de la caverna si partiendo de la dóxa ascendemos desde el conocimiento de las imágenes y los objetos físicos hasta la nóesis o conocimiento inteligible que conoce las realidades inteligibles o noetá: los objetos de la matemática y las ideas o formas.
Si seguimos el eje horizontal, encontramos una división entre la parte superior, en la que aparece un mundo perfecto, auténtico e inteligible, y la parte inferior, donde está ubicado un mundo imperfecto, sensible e inestable, copia del mundo inteligible. Cada una de estas dos mitades, la de arriba y la de abajo, podría dividirse a su vez en otras dos; de ese modo comprobamos que las ideas son con respecto a los objetos de la matemática lo que los seres físicos son con respecto a las imágenes, es decir, los primeros son la causa del conocimiento de los últimos. El conocimiento de la realidad parece explicarse desde el mito de la caverna como el efecto de un juego de espejos.
Conocer es recordar. La reminiscencia
En el Menón la preocupación ética conduce a Platón a la preocupación epistemológica: ¿cómo es posible conocer lo universal, la esencia o el eidos de la virtud, aquello por lo que llamamos a las acciones o a las personas virtuosas?
La pregunta equivale a cuestionar cómo es posible el conocimiento de lo perfecto y universal teniendo en cuenta que el mundo que tenemos ante nosotros es un mundo del devenir, de lo particular e imperfecto.
La respuesta de Platón se presenta como «verdad de los sacerdotes y de los poetas». El alma es inmortal y en su existencia anterior a su encarnación en el cuerpo «ha visto tanto lo de aquí congo lo del Hades». Luego el alma conoce los modelos universales de la realidad, las ideas. El verdadero conocimiento o epistéme es el recuerdo o reminiscencia, anámnesis, de aquello que el alma ya ha conocido en una existencia anterior: «el aprender no es otra cosa que recordar [...] y esto no sería posible si nuestra alma no hubiera existido en otro lugar antes de llegar a ser en esta forma humana» (Fedón 72c). El conocimiento de las ideas no es, por tanto, el resultado de un proceso inductivo de lo particular, sensible e imperfecto a lo universal, inteligible y perfecto, sino el recuerdo de las ideas que nos permite comprender el mundo sensible como un reflejo del mundo de las ideas.
La verdad se encuentra dentro de cada ser humano y para recordarla hay que seguir el camino de la dialéctica. La función educadora del filósofo consiste en facilitar este aprendizaje que consiste en recordar; así lo había entendido Sócrates en la mayéutica.
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