REFLEXIÓN: ¿Y ESTO PARA QUÉ SIRVE?
Hay una cuestión mágica, que mucha gente toma como la realidad más importante: «¿Para qué sirve?, ¿cuál es la utilidad de lo que me propones?».
Parece que triunfa lo práctico: un ingeniero optimiza una planta de envasado de cacahuetes con miel; un empresario vende teflón para grifos en el mercado de la fontanería; un biólogo nos limpia la alcachofa de bichitos haciéndola más sana, etc. En cambio, el historiador, el experto en música renacentista, el filósofo, o esa persona que se sonroja cuando confiesa que lo que más le gusta es escribir poemas sobre atardeceres, no sirven para nada. Un productor de cine por lo menos hace dinero, un humanista como mucho vende hamburguesas, o educa niños que se niegan a leer lo que les manda y quieren más marcianitos, o consigue becas europeas pagadas por los impuestos de todos, ¡y ya les basta, a ver si producen! Nos negamos a que nadie se dé el lujo de la contemplación: ¡qué trabajen, que la vida es dura y el dolor es bueno!.
Pero este planteamiento es falso como judas y más hueco que la risa sofocada de un tuberculoso. La misma pregunta «¿Para qué sirve?» parece improcedente: no nos importa que las cosas sirvan, sino que nos orienten para vivir mejor o no. En este sentido, volver a las preguntas esenciales se presenta en el fondo como la realidad más útil a la que se puede plantar cara, y eso precisamente por su aparente inutilidad. ¿En qué cosa consiste ser feliz?, ¿tengo amigos?, ¿tiene sentido trabajar?, ¿qué me espera tras la muerte?, ¿existe Dios y tiene algo que ver conmigo?.
Dedicar la vida a solucionar sólo problemas de tipo práctico lleva a una continua sensación de fracaso, de llegar siempre tarde, de regalar a la novia por error ramos de flores marchitas: la informática que se enseñaba en 1985 no sirve absolutamente para nada, las técnicas de comercio que se usan hoy pasarán de moda en seis meses. ¿Qué es lo útil? Y, desde aquí, me atrevo a pontificar, que es algo que tiene que ver con la producción, pero también con el dulce abandono de una existencia regalada. El hombre que no para, que no contempla, que es serio y carece de tiempo para reír, no se ha enterado de nada.
Parece que triunfa lo práctico: un ingeniero optimiza una planta de envasado de cacahuetes con miel; un empresario vende teflón para grifos en el mercado de la fontanería; un biólogo nos limpia la alcachofa de bichitos haciéndola más sana, etc. En cambio, el historiador, el experto en música renacentista, el filósofo, o esa persona que se sonroja cuando confiesa que lo que más le gusta es escribir poemas sobre atardeceres, no sirven para nada. Un productor de cine por lo menos hace dinero, un humanista como mucho vende hamburguesas, o educa niños que se niegan a leer lo que les manda y quieren más marcianitos, o consigue becas europeas pagadas por los impuestos de todos, ¡y ya les basta, a ver si producen! Nos negamos a que nadie se dé el lujo de la contemplación: ¡qué trabajen, que la vida es dura y el dolor es bueno!.
Pero este planteamiento es falso como judas y más hueco que la risa sofocada de un tuberculoso. La misma pregunta «¿Para qué sirve?» parece improcedente: no nos importa que las cosas sirvan, sino que nos orienten para vivir mejor o no. En este sentido, volver a las preguntas esenciales se presenta en el fondo como la realidad más útil a la que se puede plantar cara, y eso precisamente por su aparente inutilidad. ¿En qué cosa consiste ser feliz?, ¿tengo amigos?, ¿tiene sentido trabajar?, ¿qué me espera tras la muerte?, ¿existe Dios y tiene algo que ver conmigo?.
Dedicar la vida a solucionar sólo problemas de tipo práctico lleva a una continua sensación de fracaso, de llegar siempre tarde, de regalar a la novia por error ramos de flores marchitas: la informática que se enseñaba en 1985 no sirve absolutamente para nada, las técnicas de comercio que se usan hoy pasarán de moda en seis meses. ¿Qué es lo útil? Y, desde aquí, me atrevo a pontificar, que es algo que tiene que ver con la producción, pero también con el dulce abandono de una existencia regalada. El hombre que no para, que no contempla, que es serio y carece de tiempo para reír, no se ha enterado de nada.
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