LECTURA: LAS INVASIONES BÁRBARAS
La intolerancia falsea la realidad al fomentar reduccionismos
Alessandro Baricco y Tzvetan Todorov.
La idea de bárbaros que se nos transmite desde nuestros primeros contactos con la historia es la de pueblos nómadas que invaden a sangre y fuego civilizaciones avanzadas para imponer un nuevo sistema basado en valores como la fuerza y la violencia. El ensayista alemán Wolfgang Schivelbusch dice (La cultura de la derrota) que el miedo a ser derrotados y destruidos por hordas bárbaras es tan viejo como la historia de la civilización. Por eso la metáfora ha sido utilizada con frecuencia en la literatura (Esperando a los bárbaros, de J. M. Coetzee) y en el cine (Las invasiones bárbaras, de Denys Arcand) para denunciar tanto los peligros de adoptar nuevas costumbres y valores como los métodos desproporcionados para impedir una supuesta destrucción sutil de nuestros modelos de cultura y civilización a cargo de elementos infiltrados. Los procedimientos a través de los que se manifiestan los nuevos bárbaros serían las mutaciones culturales y la inmigración.
La cultura de los nuevos bárbaros
El escritor italiano Alessandro Baricco acaba de publicar un interesante texto, Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación (Anagrama), sobre el primero de los supuestos.
Se trataría de un ataque a la cultura de calidad para sustituirla por otra al servicio del consumo y del comercio, cuyos valores más destacados serían, entre otros, la superficialidad, la simplificación, la rapidez y la acomodación a la ideología americana, un panorama apocalíptico para las generaciones educadas en los valores de la tradición, el esfuerzo y el sacrificio.
Sin embargo, Baricco asegura que esta mutación a la que asistimos es un episodio más en la evolución de la historia de la cultura. Así, en su estreno en 1824, la «Novena sinfonía» de Beethoven fue considerada por la crítica más culta como una obra escrita para cerebros que por educación y por costumbre no consiguen pensar en otra cosa que no sean los trajes, la moda, el chismorreo, la lectura de novelas y la disipación moral, a los que les cuesta un gran esfuerzo sentir los placeres más elaborados de la ciencia y del arte (páginas 20-21).
La revolución que supuso esta sinfonía en la evolución de la música no fue apreciada por sus contemporáneos (quienes, obsérvese, tampoco consideraban edificante la lectura de novelas) en su dimensión innovadora. En su momento, la pintura realista, con escenas de mercados, faisanes y personajes oscuros, desplazó las anunciaciones y los motivos religiosos como temas centrales del arte, lo que desató las críticas de los guardianes de la cultura. ¿Estamos repitiendo lo mismo con las nuevas manifestaciones de la cultura de masas?
Baricco analiza los cambios en la industria del vino (la aristocracia del vino derrotada por el negocio), en las nuevas tácticas del fútbol (cómo la retransmisión a través de la televisión de los partidos cambió la esencia de este deporte) y en el mundo editorial (hoy la literatura de calidad vende más libros que nunca, aunque la imagen que todos tenemos es la de las ventas millonarias de best sellers de ínfima calidad) para poner en duda la condena que se hace en líneas generales a la nueva cultura.
El fenómeno Google y los links (comparable a lo que en su día supuso la aparición de la imprenta) son sus símbolos, mientras que la gran muralla china (una idea escrita con piedra, página 206) sería el paradigma de una cultura estática que pretende separar la civilización de la barbarie. La nueva cultura produce «reality shows», hamburguesas, políticos de televisión y «multitasking», ese fenómeno por el que el nuevo bárbaro, vuestro hijo, jugando con la Game Boy, come una tortilla, llama por teléfono a su abuela, sigue los dibujos en la televisión, acaricia al perro con un pie y silba la melodía de Vodafone (páginas 116-117), pero aporta otros valores que Baricco piensa que no debiéramos dejar pasar.
Para el bárbaro, el esfuerzo no es un valor porque no es un placer y el pasado es útil sólo para ser transformado en presente. La historia no le interesa porque es pasado, pero no la destruye: utiliza sus materiales para elaborar nuevas ideas (en los cómics o en las películas de ciencia ficción) o elevar nuevas construcciones, del mismo modo que los cristianos levantaban catedrales con los escombros de las ruinas de antiguas basílicas paganas. La polémica está servida. Sea como fuere, dice Baricco, a propósito de los bárbaros, aquí tenemos algo inútil: tenerles miedo (página 152).
Los bárbaros de Todorov
El miedo a los bárbaros es lo que amenaza con convertirnos en bárbaros. Éste es el principio sobre el que descansa el último ensayo de Tzvetan Todorov, El miedo a los bárbaros (Galaxia Gutenberg), que recorre la evolución de la civilización y de la cultura europeas desde los orígenes grecorromanos a las actuales sociedades multiculturales, donde lo arcaico cohabita con lo ultramoderno.
Todorov clasifica a los países del mundo actual en tres categorías: aquellos que han estado al margen y ahora quieren participar (los emergentes), los que han sufrido humillaciones reales o imaginarias por parte de los más ricos y poderosos y por ello están cargados de resentimientos y los países occidentales, presas del miedo a las dos categorías anteriores.
Los países occidentales tienen derecho a defenderse de las amenazas que puedan suponer para sus valores los apetitos y los resentimientos, pero una defensa desproporcionada se identifica con la barbarie y produce siempre resultados contrarios a los esperados. La invasión de Irak y las torturas en Guantánamo y Abu Ghraib ilustran de manera muy clara las reacciones que provocan los abusos. El miedo a causa de las agresiones sufridas refuerza los golpes de unos; el resentimiento alimentado por humillaciones pasadas y presentes conduce a otros a actos cada vez más violentos y desesperados. La solución reside en la tolerancia y la moderación.
Las palabras civilización y cultura adquieren significados diferentes cuando se utilizan en plural (civilizaciones y culturas). La civilización es siempre una (su valor absoluto es el de oponerse a la barbarie), mientras que la cultura es plural. El término cultura se refiere al conjunto heterogéneo de formas de vida colectiva y sirve de vínculo a la comunidad que la comparte: tiene un significado más amplio que el de civilización.
El avance hacia la civilización ha de hacerse aceptando previamente la pluralidad cultural, sin considerar que ninguna cultura es superior a otra. La evidencia de que todo individuo es pluricultural (una mujer médico, cristiana, jubilada, europea y ecologista reúne en sí misma todas estas culturas y otras más) y de que su cultura es una amalgama de culturas anteriores viene a demostrar que todas las culturas son mixtas, híbridas, mestizas (elíjase el término que se prefiera) y, además, están en continua transformación. Por lo tanto, no hay culturas supervivientes; la cultura que no ha cambiado es una cultura muerta. Y, como los individuos, también las sociedades y los estados son multiculturales. Por lo tanto, es inútil estar en contra del multiculturalismo porque toda sociedad y todo individuo son multiculturales.
Todorov dedica un amplio capítulo a desmontar la teoría del choque de civilizaciones del recientemente fallecido Samuel Huntington, quien sugiere que Occidente está amenazado por otras civilizaciones (sobre todo, China y el Islam) y que los actuales conflictos mundiales son de naturaleza cultural.
Por el contrario, Todorov mantiene que el encuentro entre culturas no suele producir conflictos, sino interacciones. Una guerra de religión entre países distintos, dice, sería una novedad histórica (incluso las cruzadas, como se sabe, no tenían como motivo la liberación de Jerusalén, sino la reconquista de territorios arrebatados por los musulmanes y que impedían el camino hacia las riquezas de Oriente).
La idea de que se trata de guerras religiosas o culturales obedece a que este planteamiento maniqueo permite afirmar la pertenencia emocional a una comunidad y se presta a la instrumentalización para otros objetivos por aquellos a quienes conviene esta simplificación.
La guerra contra el terrorismo se ha convertido en la metáfora de este enfrentamiento. Se trata de una lucha contra un enemigo abstracto, sin tiempo (no concluye nunca) ni lugar (no pertenece a un Estado). La palabra guerra, además, permite utilizar métodos discutibles, métodos inhumanos para eliminar la inhumanidad, lo que supone convertirse en bárbaros para luchar contra la barbarie: «legalizar» la tortura, no respetar los acuerdos internacionales, establecer censuras, etcétera.
El asesinato de Theo van Gogh, las caricaturas de Mahoma publicadas por un periódico danés y el discurso de Benedicto XVI en el que se hacía eco de una frase de Manuel II Paleólogo (Mahoma sólo ha aportado cosas malas e inhumanas, como el derecho a extender la fe que predicaba por la espada) dan pie a Todorov para reflexionar sobre provocaciones irresponsables que, además, facilitan a los gobiernos dictatoriales y demagógicos de algunos países musulmanes aprovechar el descontento de sus poblaciones en la dirección que les conviene. La intolerancia, además, falsea la realidad al fomentar reduccionismos tales como que la población musulmana es el Islam; que todo el Islam es islamismo y que todo islamismo es terrorismo.
Francisco R. Pastoriza es profesor de Información Cultural en la Universidad Complutense de Madrid.
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