REFLEXIÓN ARTÍCULO: VAMPIROS
Autora: ROSA MONTERO EL PAÍS - Última - 02-11-2004
Da vértigo pensar en esos tres miserables que, en mitad del dolor, de la urgencia y el caos de los primeros momentos tras el 11-M, tuvieron la descarnada e inclemente sangre fría de llevarse todo un equipo fotográfico para retratar a los gimientes heridos, a los muertos desmembrados, en una orgía de cuerpos destrozados de la que esperaban sacar pingües beneficios. Al parecer, ya lo habían hecho antes: ya habían robado instantáneas de un accidente de tráfico. Del cadáver mutilado de una niña. Supongo que estos carroñeros debieron de frotarse las manos cuando se enteraron del 11-M. Material de primera para la máquina del morbo.
Porque lo más terrible del asunto es que no se trata de un hecho aislado, de tres tarados que se solazan con las carnicerías, sino que eso es sólo el síntoma de una enfermedad social. Nuestro mundo está desarrollando una relación perversa con la violencia, una delectación en el sadismo. Saturados desde la infancia de sangre artificial con el cine y la televisión, entumecidas las conciencias por la contemplación de tantas salvajadas, los probos ciudadanos quieren más: descuartizamientos verdaderos, muertes reales. Lo malo no es que existan estos tres tipejos, sino que haya sitios de Internet en donde compran sus fotografías. Lo horrible es que haya un mercado floreciente del dolor y la casquería.
Hace un par de meses, el vídeo con la truculenta decapitación de un pobre rehén egipcio era la película más vendida en Bagdad. Y seguro que ya ha llegado al semiclandestino pero pujante mercado internacional. A esas mismas redes que comercian las repugnantes snuff movies, películas ilegales que muestran crímenes y suplicios verdaderos. De hecho, la incomprensible matanza de mujeres en Ciudad Juárez (México), en donde, a lo largo de una década, han sido torturadas y asesinadas cientos de muchachas, quizá tenga algo que ver con el negocio snuff. Y no se engañen: toda esta atrocidad no es una anomalía social, sino que tiene una continuidad en la vida llamada normal. ¡Pero si incluso los documentales de animales se centran ahora, en su gran mayoría, en mostrar cómo los bichos se devoran y mutilan unos a otros! Somos unos vampiros anhelantes de sangre.
Da vértigo pensar en esos tres miserables que, en mitad del dolor, de la urgencia y el caos de los primeros momentos tras el 11-M, tuvieron la descarnada e inclemente sangre fría de llevarse todo un equipo fotográfico para retratar a los gimientes heridos, a los muertos desmembrados, en una orgía de cuerpos destrozados de la que esperaban sacar pingües beneficios. Al parecer, ya lo habían hecho antes: ya habían robado instantáneas de un accidente de tráfico. Del cadáver mutilado de una niña. Supongo que estos carroñeros debieron de frotarse las manos cuando se enteraron del 11-M. Material de primera para la máquina del morbo.
Porque lo más terrible del asunto es que no se trata de un hecho aislado, de tres tarados que se solazan con las carnicerías, sino que eso es sólo el síntoma de una enfermedad social. Nuestro mundo está desarrollando una relación perversa con la violencia, una delectación en el sadismo. Saturados desde la infancia de sangre artificial con el cine y la televisión, entumecidas las conciencias por la contemplación de tantas salvajadas, los probos ciudadanos quieren más: descuartizamientos verdaderos, muertes reales. Lo malo no es que existan estos tres tipejos, sino que haya sitios de Internet en donde compran sus fotografías. Lo horrible es que haya un mercado floreciente del dolor y la casquería.
Hace un par de meses, el vídeo con la truculenta decapitación de un pobre rehén egipcio era la película más vendida en Bagdad. Y seguro que ya ha llegado al semiclandestino pero pujante mercado internacional. A esas mismas redes que comercian las repugnantes snuff movies, películas ilegales que muestran crímenes y suplicios verdaderos. De hecho, la incomprensible matanza de mujeres en Ciudad Juárez (México), en donde, a lo largo de una década, han sido torturadas y asesinadas cientos de muchachas, quizá tenga algo que ver con el negocio snuff. Y no se engañen: toda esta atrocidad no es una anomalía social, sino que tiene una continuidad en la vida llamada normal. ¡Pero si incluso los documentales de animales se centran ahora, en su gran mayoría, en mostrar cómo los bichos se devoran y mutilan unos a otros! Somos unos vampiros anhelantes de sangre.
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