EL MUNDO DE LAS FORMAS SEGÚN PLATÓN
El mito de la caverna, no sólo aborda la búsqueda del filósofo, sino que también es una explicación de la teoría de las formas de Platón ¿Qué son las formas? En su obra El principito, el escritor y poeta francés Antoine de Saint-Exupéry recuerda cómo, en su infancia, vivía en una casa que, se suponía, escondía un tesoro. Nunca se encontró el tesoro, pero la sola posibilidad de su existencia, le prestaba a la casa un encanto y una belleza especiales. Como decía Saint-Exupéry, `lo esencial es invisible a los ojos'. Miguel Ángel solía replicar, cuando recibía elogios a su obra, que él se limitaba a retirar el mármol sobrante del bloque inicial, para dejar al descubierto algo que, en realidad, ya estaba allí desde el principio. En cierto sentido, las formas son "lo que ya está ahí", pero habitualmente no somos capaces de ver, mientras nos ocupamos del "mármol sobrante".
En La república, el personaje de Sócrates afirma que su analogía es una representación de la condición humana. El hombre está atrapado por el ilusorio mundo de los sentidos; somos como los prisioneros de la caverna. Platón pensaba que la capacidad para percibir la verdad oculta tras esta ilusión residía en el espíritu. Las formas son el mundo más allá de las sombras. Tomamos a éstas por el mundo real, pero son reales sólo en apariencia. No es casual la semejanza entre el mundo de las formas de Platón y el concepto de cielo de los cristianos, ya que la filosofía platónica tuvo gran influencia en el pensamiento cristiano.
Para Platón, éste no es el mundo real. El mundo real es invisible y yace más allá de los sentidos del tacto, la vista, el gusto, el olfato o el oído. Pero, ¿qué llevó a Platón a creer en la existencia de un mundo más allá de éste?
La forma de la belleza
Podemos contemplar la belleza de, por ejemplo, una flor, una obra de arte, una mujer hermosa... Pero ¿qué es la belleza misma? En otras palabras, ¿cómo reconocemos en objetos tan diferentes un mismo atributo? Bien podríamos contestar que lo aprendemos con la experiencia. Sin embargo, Platón consideraba que nuestro conocimiento de la belleza es innato- no nacemos como una `tabla rasa' sin ninguna clase de conocimiento, sino que nuestra alma ya contiene en sí todo el conocimiento. La dificultad estriba en dirigirse hacia ese conocimiento.
Otras formas
De hecho, no sólo la belleza, sino todo, posee una forma. Por ejemplo, un objeto tal como una mesa, posee la forma de una mesa. Aunque las mesas difieran entre sí en su tamaño, color, textura o cualquier otra propiedad, todas ellas poseen el atributo `mesa'. Del mismo modo, cuando un buzón, un coche o una manzana son de color rojo, todos ellos comparten la forma `rojo'.
Intentemos dibujar un círculo ¿Qué tal nos ha salido? Dependiendo del pulso de nuestra mano, el círculo presentará más o menos imperfecciones; puede que nos salga con forma de pera. Pero, ¿cómo sabemos qué es un círculo perfecto? ¿Cómo sabremos, cada vez que tratemos de dibujar un círculo, que no nos ha salido `del todo bien'? Para Platón, la respuesta es que existe la forma círculo, y esto nos dice algo sobre las formas: que son perfección. Cuando contemplamos una flor, no es perfectamente bella, pero participa de esa perfección. De igual modo, una mesa puede ser funcional, pero bien podríamos concebir otra mejor aún; otra más robusta y duradera.
Si somos capaces de apreciar que un mueble es mejor que otro, Platón se pregunta cómo podemos saber que es mejor ¿En qué consiste ese `mejor', que advertimos en uno más que en otro? Veamos cómo afecta esto a muchos aspectos de nuestras vidas. Si decimos que la sociedad, la calidad de vida, la moralidad, etc., están progresando, damos por supuesto que existe algo hacia lo que progresar. Platón, al igual que Sócrates, creía en la existencia de la verdad moral; que la moralidad no es relativa, algo dependiente de la sociedad o del momento. Si una sociedad afirma ser moralmente superior a otra, es lo mismo que afirmar la existencia de reglas morales universales.
Si regresamos al mito de la caverna, podemos decir que el viaje de nuestro prisionero hacia la luz del día es un viaje hacia el conocimiento. Mediante la verdadera instrucción, esto es, la que le convierte en filósofo, adquirirá conocimiento de las formas y, como filósofo, es su deber regresar a la caverna e iluminar a sus compañeros. Al mismo tiempo, las formas no pueden enseñarse, sino que están ya en nosotros mismos, pero nos negamos a reconocerlas, ya que el proceso necesario para ello es doloroso e incierto; nos expulsa de la seguridad de nuestras ilusiones. Para Platón, los prisioneros de la caverna son los ciudadanos atenienses, sumidos en la ignorancia. Incluso los que ocupan los puestos más altos, los políticos y los educadores de la Atenas de Platón, no están más cerca del conocimiento que los `más bajos'.
La forma del bien
En el mito de la caverna, la forma del bien está representada por el Sol, fuente de todas las cosas. Proporciona la vida y la luz que nos permite percibir las cosas. El Sol es responsable de las estaciones, del clima y de los alimentos.
Platón pensaba que existía una jerarquía entre las formas. Si bien existen formas particulares para la belleza, la justicia, para una silla o una cama, hay otra forma por encima de todas ellas: la forma del bien. Toda existencia y toda perfección, fluyen desde la forma del bien que, al igual que el Sol, da la luz y la vida a las otras formas. Por tanto, cuando se alcanza el conocimiento de la forma del bien, se logra la verdadera sabiduría. Cuando los padres fundadores de la Iglesia desarrollaron la teología cristiana se basaron en las formas platónicas. En el cristianismo, la forma del bien se convierte en Dios: la fuente de todas las cosas, inmutable, eterno, perfecto e invisible.
A continuación, presentamos un resumen sobre las formas platónicas:
Las formas representan la verdad o realidad. No pueden ser alcanzadas por los sentidos, sino por medio de la mente. Esto es, a través del intelecto. La palabra `forma' es la traducción más habitual, aunque en griego, el término 'eidos' puede traducirse mejor por `idea". Sin embargo, esto podría sugerir que las formas o ideas, están en nuestro intelecto, mientras que Platón sostenía que éstas eran independientes de la mente.
El mundo sensible (es decir, el mundo que experimentamos con nuestros sentidos) participa de las formas que contienen las imágenes de, por ejemplo, la belleza, la bondad, el bien, lo rojo, etc. Cuando reconocemos en un objeto la forma de la belleza, es debido a que nuestro intelecto recuerda el conocimiento que de esa forma adquirió antes de nacer. En otras palabras, nuestro conocimiento de las formas es innato, nacemos con él y, mediante la educación, aprendemos a recordarlo.
Las formas son eternas e inmutables, mientras que el mundo sensible es temporal y cambiante. No podemos conocer aquello que está en constante cambio, pues no permanece para ser conocido.
En La república, el personaje de Sócrates afirma que su analogía es una representación de la condición humana. El hombre está atrapado por el ilusorio mundo de los sentidos; somos como los prisioneros de la caverna. Platón pensaba que la capacidad para percibir la verdad oculta tras esta ilusión residía en el espíritu. Las formas son el mundo más allá de las sombras. Tomamos a éstas por el mundo real, pero son reales sólo en apariencia. No es casual la semejanza entre el mundo de las formas de Platón y el concepto de cielo de los cristianos, ya que la filosofía platónica tuvo gran influencia en el pensamiento cristiano.
Para Platón, éste no es el mundo real. El mundo real es invisible y yace más allá de los sentidos del tacto, la vista, el gusto, el olfato o el oído. Pero, ¿qué llevó a Platón a creer en la existencia de un mundo más allá de éste?
La forma de la belleza
Podemos contemplar la belleza de, por ejemplo, una flor, una obra de arte, una mujer hermosa... Pero ¿qué es la belleza misma? En otras palabras, ¿cómo reconocemos en objetos tan diferentes un mismo atributo? Bien podríamos contestar que lo aprendemos con la experiencia. Sin embargo, Platón consideraba que nuestro conocimiento de la belleza es innato- no nacemos como una `tabla rasa' sin ninguna clase de conocimiento, sino que nuestra alma ya contiene en sí todo el conocimiento. La dificultad estriba en dirigirse hacia ese conocimiento.
Otras formas
De hecho, no sólo la belleza, sino todo, posee una forma. Por ejemplo, un objeto tal como una mesa, posee la forma de una mesa. Aunque las mesas difieran entre sí en su tamaño, color, textura o cualquier otra propiedad, todas ellas poseen el atributo `mesa'. Del mismo modo, cuando un buzón, un coche o una manzana son de color rojo, todos ellos comparten la forma `rojo'.
Intentemos dibujar un círculo ¿Qué tal nos ha salido? Dependiendo del pulso de nuestra mano, el círculo presentará más o menos imperfecciones; puede que nos salga con forma de pera. Pero, ¿cómo sabemos qué es un círculo perfecto? ¿Cómo sabremos, cada vez que tratemos de dibujar un círculo, que no nos ha salido `del todo bien'? Para Platón, la respuesta es que existe la forma círculo, y esto nos dice algo sobre las formas: que son perfección. Cuando contemplamos una flor, no es perfectamente bella, pero participa de esa perfección. De igual modo, una mesa puede ser funcional, pero bien podríamos concebir otra mejor aún; otra más robusta y duradera.
Si somos capaces de apreciar que un mueble es mejor que otro, Platón se pregunta cómo podemos saber que es mejor ¿En qué consiste ese `mejor', que advertimos en uno más que en otro? Veamos cómo afecta esto a muchos aspectos de nuestras vidas. Si decimos que la sociedad, la calidad de vida, la moralidad, etc., están progresando, damos por supuesto que existe algo hacia lo que progresar. Platón, al igual que Sócrates, creía en la existencia de la verdad moral; que la moralidad no es relativa, algo dependiente de la sociedad o del momento. Si una sociedad afirma ser moralmente superior a otra, es lo mismo que afirmar la existencia de reglas morales universales.
Si regresamos al mito de la caverna, podemos decir que el viaje de nuestro prisionero hacia la luz del día es un viaje hacia el conocimiento. Mediante la verdadera instrucción, esto es, la que le convierte en filósofo, adquirirá conocimiento de las formas y, como filósofo, es su deber regresar a la caverna e iluminar a sus compañeros. Al mismo tiempo, las formas no pueden enseñarse, sino que están ya en nosotros mismos, pero nos negamos a reconocerlas, ya que el proceso necesario para ello es doloroso e incierto; nos expulsa de la seguridad de nuestras ilusiones. Para Platón, los prisioneros de la caverna son los ciudadanos atenienses, sumidos en la ignorancia. Incluso los que ocupan los puestos más altos, los políticos y los educadores de la Atenas de Platón, no están más cerca del conocimiento que los `más bajos'.
La forma del bien
En el mito de la caverna, la forma del bien está representada por el Sol, fuente de todas las cosas. Proporciona la vida y la luz que nos permite percibir las cosas. El Sol es responsable de las estaciones, del clima y de los alimentos.
Platón pensaba que existía una jerarquía entre las formas. Si bien existen formas particulares para la belleza, la justicia, para una silla o una cama, hay otra forma por encima de todas ellas: la forma del bien. Toda existencia y toda perfección, fluyen desde la forma del bien que, al igual que el Sol, da la luz y la vida a las otras formas. Por tanto, cuando se alcanza el conocimiento de la forma del bien, se logra la verdadera sabiduría. Cuando los padres fundadores de la Iglesia desarrollaron la teología cristiana se basaron en las formas platónicas. En el cristianismo, la forma del bien se convierte en Dios: la fuente de todas las cosas, inmutable, eterno, perfecto e invisible.
A continuación, presentamos un resumen sobre las formas platónicas:
Las formas representan la verdad o realidad. No pueden ser alcanzadas por los sentidos, sino por medio de la mente. Esto es, a través del intelecto. La palabra `forma' es la traducción más habitual, aunque en griego, el término 'eidos' puede traducirse mejor por `idea". Sin embargo, esto podría sugerir que las formas o ideas, están en nuestro intelecto, mientras que Platón sostenía que éstas eran independientes de la mente.
El mundo sensible (es decir, el mundo que experimentamos con nuestros sentidos) participa de las formas que contienen las imágenes de, por ejemplo, la belleza, la bondad, el bien, lo rojo, etc. Cuando reconocemos en un objeto la forma de la belleza, es debido a que nuestro intelecto recuerda el conocimiento que de esa forma adquirió antes de nacer. En otras palabras, nuestro conocimiento de las formas es innato, nacemos con él y, mediante la educación, aprendemos a recordarlo.
Las formas son eternas e inmutables, mientras que el mundo sensible es temporal y cambiante. No podemos conocer aquello que está en constante cambio, pues no permanece para ser conocido.
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