PITAGORAS -EL PROFETA DEL NÚMERO-
Autor: Francesc Casadesús Artículo perteneciente a la Revista Historia de National Geographic
La vida es como los juegos olímpicos: en ellos se reúnen los atletas que compiten por la gloria y el premio; los comerciantes que venden sus productos y van detrás del beneficio, y los espectadores que quieren contemplar juegos y competiciones. Así, unos viven en pos de la fama y otros, del dinero. Pero hay otros que, como los espectadores, se dedican a la pura contemplación de la naturaleza. Ésos son los verdaderos «amantes de la sabiduría», es decir, los filósofos... De este modo, con esta parábola, explicó Pitágoras a León, tirano de Fliunte, en qué consistía aquello a lo que había dedicado su vida, la filosofía, cuando éste, extrañado ante una palabra que no había escuchado nunca, le preguntó qué era eso de ser «filósofo».
Poseedor de múltiples y variados saberes matemáticos, geométricos, astronómicos, musicales y religiosos, Pitágoras se llamaba a sí mismo «filósofo». Pero las biografías de la Antigüedad dan de Pitágoras una imagen que va mucho más allá de la tradicional de alguien que se dedica a este arte. En ellas es fácil leer prodigios como su capacidad de estar en dos lugares al mismo tiempo, de atravesar los cielos montado en una flecha o de recordar hasta veinte reencarnaciones anteriores. Se cuenta que al observar un barco que entraba en el puerto vaticinó que transportaba un cadáver, o que predijo con acierto terremotos y epidemias. Tan grandes eran sus facultades que llegaría a ser identificado con un dios: Apolo Hiperbóreo.
No importa que todo esto fuese increíble; lo que importa es que tales relatos transmiten una imagen fuera de lo común. Sin embargo, sigue en pie un cúmulo de preguntas: ¿quién fue realmente Pitágoras? ¿Un matemático, un geómetra, un filósofo, un sacerdote, un mago, un taumaturgo, un chamán? ¿Qué se sabe de cierto acerca de su vida?.
Pitágoras, hijo de Mnesarco, un tallador de monedas y piedras preciosas, nació en la isla de Samos, próxima a las costas de Asia Menor, entre los años 585-565 a.C. Allí debió de haber vivido hasta los 35 o 40 años, época durante la cual habría visitado a egipcios, caldeos, fenicios y a los magos persas. Quizá también visitase a tracios, árabes, judíos e indios, lo que sugiere algún contac¬to con la cultura oriental. De ahí lo variopinto de sus saberes.
Este halo de sabiduría acabó resultándole muy provechoso, aunque ello resulte paradójico con su propia definición de la filosofía como una actividad desinteresada. En efecto, Pitágoras abandonó Sarros -quizás en desacuerdo con el tirano Polícrates- y se instaló definitivamente en el sur de Italia, en la ciudad de Crotona.
Este viaje trasladó sus conocimientos del extremo oriental de la cuenca mediterránea a Occidente, imprimiendo así un cambio radical en la orientación de los intereses de la filosofía griega y, por extensión, del pensamiento occidental. Se inauguró un modo distinto de hacer filosofía, más espiritual y abstracto que el de los primeros filósofos de la natu¬raleza, como Tales, Anaximandro o Anaxímenes, que vivieron en la ciu¬dad de Mileto, en Asia Menor.
PITÁGORAS EN ITALIA
La acogida de Pitágoras en el sur de Italia fue espectacular. Se presentó en Crotona como un cosmopolita, sabio y de carácter noble, con un gran encanto personal, y su primer discurso fascinó de tal modo a sus oyentes que muchos de ellos ya no retornaron a sus casas, sino que se dedicaron a construir recintos para celebrar reuniones con regularidad, que pronto fueron multitudinarias. Hasta los ancianos gobernantes de Crotona aconsejaban a todos a que asistieran a ellas. Surgió así la escuela pitagórica. A sus concurrentes se les impusieron estrictas condiciones, entre ellas una severa ley del silencio, debida tal vez al temor de Pitágoras a divulgar y perder el control de sus conocimientos.
El más importante de estos saberes fue la introducción de la noción de la inmortalidad del alma. Los griegos postulaban que, al morir, el alma se desvanece y se retira para siempre al mundo de los muertos, al Hades. En cambio, Pitágoras sostenía que el alma pervive tras morir y que transmigra a todo tipo de cuerpos, tanto humanos como animales; el propio filósofo recordaba sus veinte reencarnaciones anteriores, hasta llegar a uno de los héroes troyanos mencionados en la ilíada, Euforbo, que hiere a Patroclo y es muerto por Menelao.
CONOCIMIENTOS SOSPECHOSOS
En cierta ocasión, al observar que un perro era maltratado por su amo, Pitágoras ordenó a éste que no lo golpeara, puesto que había reconocido la voz del alma de un amigo suyo en los aullidos del can. Para asombro de sus contemporáneos, el filósofo también solía enumerar a quien se le acercaba las vidas anteriores que su alma había experimentado. ¿Se acompañaban estas afirmaciones con acciones asombrosas que las probaran? Posiblemente.
Heródoto, por ejemplo, dice que Pitágoras tuvo en Samos un esclavo que se llamaba Zalmoxis. Liberado por su amo, Zalmoxis volvió a su patria, Tracia, y allí puso en práctica alguno de los conocimientos que había adquirido, como los relativos a la inmortalidad del alma. Para convencer a sus compatriotas, se hizo construir una habitación subterránea en la que se encerró durante tres años. Al cuarto año, y cuando los tracios lo lloraban como a un muerto, salió de ella y se presentó ante ellos como «renacido». Algo semejante cuenta Porfirio, aunque describe el hecho como una astuta treta: al llegar al sur de Italia, Pitágoras habría construido una morada subterránea y ordenado a su madre que anotase todo cuanto acontecía en una tablilla. Pasado un tiempo, al salir de la habitación demacrado y esquelético, se presentó en el ágora y explicó que venía del Hades para, a continuación, leerles todo lo que había sucedido en su ausencia.
Esto despertó sospechas acerca de sus conocimientos. Heráclito de Éfeso manifestó su desconfianza. En dos de los fragmentos de este autor se lee: «La mucha erudición no enseña la inteligencia, pues, si así fuese, se la habría enseñado a Pitágoras», y «Pitágoras, hijo de Mnesarco, practicó la investigación más que los otros hombres, y tras haber realizado una selección de escritos, obtuvo para sí una sabiduría, una erudición y una mala técnica». Es evidente que Heráclito presenta a Pitágoras no como un sabio, sino como un erudito sabelotodo y un plagiador de conocimientos ajenos que recurría a triquiñuelas.
¿SECTA O ESCUELA?
La denominada «escuela pitagórica» se asemejaría a una secta que sigue a un líder carismático. De hecho, su organización estaba muy jerarquizada; con la frase «él lo ha dicho», referida a Pitágoras, se zanjaba cualquier discusión. Se aceptaba a jóvenes e, insólitamente, a mujeres, lo que garantizaba la perpetuación interna y «familiar» del grupo.
Sus miembros se mostraban muy hostiles contra los que los abandonaban o rompían la ley del silencio. Se estableció también una distinción entre los miembros: los «matemáticos» (o «conocedores»), más dotados para el aprendizaje, y los «acusmáticos» (u «oyentes»), que recibían conocimientos más simples. Para acceder a estas categorías había que someterse a duras pruebas, y se expulsaba de inmediato a quienes no las superaban. Todo ello conformó un estilo de vida alternativo («un modo de vida pitagórico», que diría Platón), sustentado en la vida en común y en la entrega de las propiedades a la comunidad. Un lema de Pitágoras resumía este deber: «Las cosas de los amigos son comunes».
Asimismo, Pitágoras impuso una dieta vegetariana que evitara el consumo de animales, consecuente, a su vez, con su creencia de que el alma inmortal emigra a otros seres vivos. Además, para asegurar la cohesión interna, impuso unos preceptos de obligado cumplimiento entre sus seguidores, expresados mediante symbola, es decir, simbólicamente.
Uno de ellos ordenaba «abstenerse de las habas», imposición interpretada de diversas maneras: bien debido a su aspecto, porque se asemejan a los genitales, a las puertas del Hades o a un feto humano; o bien por cuestiones de salud, porque resultan indigestas, flatulentas, o porque provocan favismo, enfermedad que habría afectado al mismo Pitágoras. Tal prohibición podría impedir participar en sorteos, ya que en ellos se utilizaban habas. Además, entre otros preceptos simbólicos, Pitágoras ordenó «no remover el fuego con un cuchillo», probable alusión a no excitar la ira de los poderosos; «hacer la cama al levantarse y no dejar en ella la marca del cuerpo», posible recordatorio a estar dispuesto siempre a viajar, o «no hablar sin luz», no decir nada sin conocimiento de causa.
LAS MATEMÁTICAS Y EL TEOREMA
Se sabe muy poco sobre los trabajos matemáticos de Pitágoras, ya que no dejó nada escrito y difundió en secreto su concepción más bien mística y religiosa de los números. Para él, aritmética, geometría, astronomía, música, armonía y teología formaban una amalgama difícil de explicar desde nuestra perspectiva.
En cualquier caso, consideraba el número como el principio y la esencia de todas las cosas, el garante de la armonía del cosmos. Contribuyó a ello la constatación de que todo podía ser reducido a figuras geométricas, puntos, líneas, triángulos y cuadrados, lo que permitía establecer relaciones y cálculos numéricos de la realidad estructurada geométricamente.
En tal sentido, y aunque existen dudas acerca de su autoría (se ha dicho que lo habría aprendido en Babilonia o en Egipto), el denominado «teorema de Pitágoras» refleja muy bien su conocimiento sobre la aplicación del cálculo matemático en la geometría.
Creyó, además, que el número es el responsable del orden cósmico y del movimiento armónico de los astros. Pensaba, en definitiva, en un cosmos limitado, sometido al cálculo, fuera del cual sólo existía lo ilimitado y el caos. Llegó a esta conclusión por su observación del movimiento periódico de los astros.
Muy particularmente estableció una analogía entre los tonos y sonidos de una lira de siete cuerdas y los movimientos de los siete astros o esferas conocidos alrededor de la Tierra, que, al desplazarse, producen un sonido o música con su roce en el aire. Realizó cálculos a partir de los que se demostraba que los intervalos básicos y los tonos musicales se reducían a proporciones en las que participaban únicamente los cuatro primeros números (1:2, 3:2 y 4:3).
A partir de la constatación de que las proporciones numéricas gobiernan la música y los movimientos celestes, y rigen los cálculos de las figuras geométricas a las que son reducibles todos los cuerpos, Pitágoras concluyó que el número es el principio rector de la naturaleza. Así propició un misticismo, una religión del número.
Esto explica, por ejemplo, que Pitágoras considerara sagrado el número 10, resultado de la suma de los primeros cuatro números enteros (1, 2, 3, 4) con los que había calculado las proporciones musicales y que representaba gráficamente mediante una figura geométrica a la que denominó tetractys. Por ella juraban los pitagóricos agradeciendo a su líder el haberla descubierto: «Por el que ha descubierto la tetractys de nuestra sabiduría, fuente que posee las raíces de la eterna naturaleza».
SACERDOTE Y MAESTRO
Pitágoras, en definitiva, fue tratado por sus seguidores como un maestro, pero también como un sacerdote que conocía la estructura divina que ordena el universo. El aceptó desempeñar el papel de profeta del número, incorporando elementos doctrinales y religiosos que había aprendido de los sacerdotes egipcios y de los magos persas. Asimismo, utilizó una terminología iniciática e impuso a sus discípulos prescripciones y purificaciones que procedían de los misterios órficos, dando lugar así a una identificación entre él mismo y Orfeo. Tal relación se vio facilitada por la creencia en la transmigración de las almas que ambos compartieron y que ha originado la expresión «órfico-pitagórico». Sin duda, a Pitágoras no le desagradó sentirse un émulo de Orfeo, adorado por el dominio que la música de su lira ejercía sobre la naturaleza.
Y como Orfeo a manos de las mujeres tracias, Pitágoras tendría una muerte trágica.
LA PERSECUCIÓN
Este seductor personaje llegó a gozar de una influencia inmensa, lo que le permitió mover los hilos políticos y económicos de la sociedad itálica, hasta el punto de que fue considerado el responsable de la primera acuñación de moneda en Crotona. Además, gracias a la proliferación de la secta, extendió su dominio a las ciudades vecinas y a Sicilia. De este modo muchos pitagóricos se hicieron con el control del poder en sus respectivas ciudades.
Pero este dominio acabó despertando muchas suspicacias y envidias entre las poderosas clases aristocráticas, que lo veían como una amenaza para sus intereses políticos. A ese malestar se sumaron pronto quienes habían sido excluidos o expulsados de la escuela.
Esto explica que un ciudadano de Crotona de clase alta, Cilón, incitara a sus conciudadanos a una revuelta contra Pitágoras y su grupo. Muchos pitagóricos murieron a causa de ella y el propio Pitágoras se vio forzado a huir a la cercana Metaponto, donde, refugiado en el templo de las Musas, habría muerto de hambre. Otras fuentes cuentan, sin embargo, que Pitágoras murió al ser atrapado cuando en su huida se topó con un campo de habas que no se atrevió a atravesar.
Su muerte representó un duro golpe para sus seguidores, muchos de los cuales emigraron a Grecia. No obstante, la férrea estructura familiar de la secta permitió a los supervivientes salvar la filosofía pitagórica de la catástrofe. Esa fidelidad al maestro, transmitida de padres a hijos, es la que, a través de más de 2.500 años, acabó conformando la fabulosa leyenda de Pitágoras que ha llegado hasta hoy.
ENSAYOS
Vida de Pitágoras Porfirio. Editorial Gredos, Madrid, 1987
Vida pitagórica lámblico.Editorial Gredos, 2003
Historia de la filosofa griega W K. C. Guthrie. Editorial Gredos, Madrid, 1984
INTERNET
Pitágoras y los pitagóricos
Pitágoras
La vida es como los juegos olímpicos: en ellos se reúnen los atletas que compiten por la gloria y el premio; los comerciantes que venden sus productos y van detrás del beneficio, y los espectadores que quieren contemplar juegos y competiciones. Así, unos viven en pos de la fama y otros, del dinero. Pero hay otros que, como los espectadores, se dedican a la pura contemplación de la naturaleza. Ésos son los verdaderos «amantes de la sabiduría», es decir, los filósofos... De este modo, con esta parábola, explicó Pitágoras a León, tirano de Fliunte, en qué consistía aquello a lo que había dedicado su vida, la filosofía, cuando éste, extrañado ante una palabra que no había escuchado nunca, le preguntó qué era eso de ser «filósofo».
Poseedor de múltiples y variados saberes matemáticos, geométricos, astronómicos, musicales y religiosos, Pitágoras se llamaba a sí mismo «filósofo». Pero las biografías de la Antigüedad dan de Pitágoras una imagen que va mucho más allá de la tradicional de alguien que se dedica a este arte. En ellas es fácil leer prodigios como su capacidad de estar en dos lugares al mismo tiempo, de atravesar los cielos montado en una flecha o de recordar hasta veinte reencarnaciones anteriores. Se cuenta que al observar un barco que entraba en el puerto vaticinó que transportaba un cadáver, o que predijo con acierto terremotos y epidemias. Tan grandes eran sus facultades que llegaría a ser identificado con un dios: Apolo Hiperbóreo.
No importa que todo esto fuese increíble; lo que importa es que tales relatos transmiten una imagen fuera de lo común. Sin embargo, sigue en pie un cúmulo de preguntas: ¿quién fue realmente Pitágoras? ¿Un matemático, un geómetra, un filósofo, un sacerdote, un mago, un taumaturgo, un chamán? ¿Qué se sabe de cierto acerca de su vida?.
Pitágoras, hijo de Mnesarco, un tallador de monedas y piedras preciosas, nació en la isla de Samos, próxima a las costas de Asia Menor, entre los años 585-565 a.C. Allí debió de haber vivido hasta los 35 o 40 años, época durante la cual habría visitado a egipcios, caldeos, fenicios y a los magos persas. Quizá también visitase a tracios, árabes, judíos e indios, lo que sugiere algún contac¬to con la cultura oriental. De ahí lo variopinto de sus saberes.
Este halo de sabiduría acabó resultándole muy provechoso, aunque ello resulte paradójico con su propia definición de la filosofía como una actividad desinteresada. En efecto, Pitágoras abandonó Sarros -quizás en desacuerdo con el tirano Polícrates- y se instaló definitivamente en el sur de Italia, en la ciudad de Crotona.
Este viaje trasladó sus conocimientos del extremo oriental de la cuenca mediterránea a Occidente, imprimiendo así un cambio radical en la orientación de los intereses de la filosofía griega y, por extensión, del pensamiento occidental. Se inauguró un modo distinto de hacer filosofía, más espiritual y abstracto que el de los primeros filósofos de la natu¬raleza, como Tales, Anaximandro o Anaxímenes, que vivieron en la ciu¬dad de Mileto, en Asia Menor.
PITÁGORAS EN ITALIA
La acogida de Pitágoras en el sur de Italia fue espectacular. Se presentó en Crotona como un cosmopolita, sabio y de carácter noble, con un gran encanto personal, y su primer discurso fascinó de tal modo a sus oyentes que muchos de ellos ya no retornaron a sus casas, sino que se dedicaron a construir recintos para celebrar reuniones con regularidad, que pronto fueron multitudinarias. Hasta los ancianos gobernantes de Crotona aconsejaban a todos a que asistieran a ellas. Surgió así la escuela pitagórica. A sus concurrentes se les impusieron estrictas condiciones, entre ellas una severa ley del silencio, debida tal vez al temor de Pitágoras a divulgar y perder el control de sus conocimientos.
El más importante de estos saberes fue la introducción de la noción de la inmortalidad del alma. Los griegos postulaban que, al morir, el alma se desvanece y se retira para siempre al mundo de los muertos, al Hades. En cambio, Pitágoras sostenía que el alma pervive tras morir y que transmigra a todo tipo de cuerpos, tanto humanos como animales; el propio filósofo recordaba sus veinte reencarnaciones anteriores, hasta llegar a uno de los héroes troyanos mencionados en la ilíada, Euforbo, que hiere a Patroclo y es muerto por Menelao.
CONOCIMIENTOS SOSPECHOSOS
En cierta ocasión, al observar que un perro era maltratado por su amo, Pitágoras ordenó a éste que no lo golpeara, puesto que había reconocido la voz del alma de un amigo suyo en los aullidos del can. Para asombro de sus contemporáneos, el filósofo también solía enumerar a quien se le acercaba las vidas anteriores que su alma había experimentado. ¿Se acompañaban estas afirmaciones con acciones asombrosas que las probaran? Posiblemente.
Heródoto, por ejemplo, dice que Pitágoras tuvo en Samos un esclavo que se llamaba Zalmoxis. Liberado por su amo, Zalmoxis volvió a su patria, Tracia, y allí puso en práctica alguno de los conocimientos que había adquirido, como los relativos a la inmortalidad del alma. Para convencer a sus compatriotas, se hizo construir una habitación subterránea en la que se encerró durante tres años. Al cuarto año, y cuando los tracios lo lloraban como a un muerto, salió de ella y se presentó ante ellos como «renacido». Algo semejante cuenta Porfirio, aunque describe el hecho como una astuta treta: al llegar al sur de Italia, Pitágoras habría construido una morada subterránea y ordenado a su madre que anotase todo cuanto acontecía en una tablilla. Pasado un tiempo, al salir de la habitación demacrado y esquelético, se presentó en el ágora y explicó que venía del Hades para, a continuación, leerles todo lo que había sucedido en su ausencia.
Esto despertó sospechas acerca de sus conocimientos. Heráclito de Éfeso manifestó su desconfianza. En dos de los fragmentos de este autor se lee: «La mucha erudición no enseña la inteligencia, pues, si así fuese, se la habría enseñado a Pitágoras», y «Pitágoras, hijo de Mnesarco, practicó la investigación más que los otros hombres, y tras haber realizado una selección de escritos, obtuvo para sí una sabiduría, una erudición y una mala técnica». Es evidente que Heráclito presenta a Pitágoras no como un sabio, sino como un erudito sabelotodo y un plagiador de conocimientos ajenos que recurría a triquiñuelas.
¿SECTA O ESCUELA?
La denominada «escuela pitagórica» se asemejaría a una secta que sigue a un líder carismático. De hecho, su organización estaba muy jerarquizada; con la frase «él lo ha dicho», referida a Pitágoras, se zanjaba cualquier discusión. Se aceptaba a jóvenes e, insólitamente, a mujeres, lo que garantizaba la perpetuación interna y «familiar» del grupo.
Sus miembros se mostraban muy hostiles contra los que los abandonaban o rompían la ley del silencio. Se estableció también una distinción entre los miembros: los «matemáticos» (o «conocedores»), más dotados para el aprendizaje, y los «acusmáticos» (u «oyentes»), que recibían conocimientos más simples. Para acceder a estas categorías había que someterse a duras pruebas, y se expulsaba de inmediato a quienes no las superaban. Todo ello conformó un estilo de vida alternativo («un modo de vida pitagórico», que diría Platón), sustentado en la vida en común y en la entrega de las propiedades a la comunidad. Un lema de Pitágoras resumía este deber: «Las cosas de los amigos son comunes».
Asimismo, Pitágoras impuso una dieta vegetariana que evitara el consumo de animales, consecuente, a su vez, con su creencia de que el alma inmortal emigra a otros seres vivos. Además, para asegurar la cohesión interna, impuso unos preceptos de obligado cumplimiento entre sus seguidores, expresados mediante symbola, es decir, simbólicamente.
Uno de ellos ordenaba «abstenerse de las habas», imposición interpretada de diversas maneras: bien debido a su aspecto, porque se asemejan a los genitales, a las puertas del Hades o a un feto humano; o bien por cuestiones de salud, porque resultan indigestas, flatulentas, o porque provocan favismo, enfermedad que habría afectado al mismo Pitágoras. Tal prohibición podría impedir participar en sorteos, ya que en ellos se utilizaban habas. Además, entre otros preceptos simbólicos, Pitágoras ordenó «no remover el fuego con un cuchillo», probable alusión a no excitar la ira de los poderosos; «hacer la cama al levantarse y no dejar en ella la marca del cuerpo», posible recordatorio a estar dispuesto siempre a viajar, o «no hablar sin luz», no decir nada sin conocimiento de causa.
LAS MATEMÁTICAS Y EL TEOREMA
Se sabe muy poco sobre los trabajos matemáticos de Pitágoras, ya que no dejó nada escrito y difundió en secreto su concepción más bien mística y religiosa de los números. Para él, aritmética, geometría, astronomía, música, armonía y teología formaban una amalgama difícil de explicar desde nuestra perspectiva.
En cualquier caso, consideraba el número como el principio y la esencia de todas las cosas, el garante de la armonía del cosmos. Contribuyó a ello la constatación de que todo podía ser reducido a figuras geométricas, puntos, líneas, triángulos y cuadrados, lo que permitía establecer relaciones y cálculos numéricos de la realidad estructurada geométricamente.
En tal sentido, y aunque existen dudas acerca de su autoría (se ha dicho que lo habría aprendido en Babilonia o en Egipto), el denominado «teorema de Pitágoras» refleja muy bien su conocimiento sobre la aplicación del cálculo matemático en la geometría.
Creyó, además, que el número es el responsable del orden cósmico y del movimiento armónico de los astros. Pensaba, en definitiva, en un cosmos limitado, sometido al cálculo, fuera del cual sólo existía lo ilimitado y el caos. Llegó a esta conclusión por su observación del movimiento periódico de los astros.
Muy particularmente estableció una analogía entre los tonos y sonidos de una lira de siete cuerdas y los movimientos de los siete astros o esferas conocidos alrededor de la Tierra, que, al desplazarse, producen un sonido o música con su roce en el aire. Realizó cálculos a partir de los que se demostraba que los intervalos básicos y los tonos musicales se reducían a proporciones en las que participaban únicamente los cuatro primeros números (1:2, 3:2 y 4:3).
A partir de la constatación de que las proporciones numéricas gobiernan la música y los movimientos celestes, y rigen los cálculos de las figuras geométricas a las que son reducibles todos los cuerpos, Pitágoras concluyó que el número es el principio rector de la naturaleza. Así propició un misticismo, una religión del número.
Esto explica, por ejemplo, que Pitágoras considerara sagrado el número 10, resultado de la suma de los primeros cuatro números enteros (1, 2, 3, 4) con los que había calculado las proporciones musicales y que representaba gráficamente mediante una figura geométrica a la que denominó tetractys. Por ella juraban los pitagóricos agradeciendo a su líder el haberla descubierto: «Por el que ha descubierto la tetractys de nuestra sabiduría, fuente que posee las raíces de la eterna naturaleza».
SACERDOTE Y MAESTRO
Pitágoras, en definitiva, fue tratado por sus seguidores como un maestro, pero también como un sacerdote que conocía la estructura divina que ordena el universo. El aceptó desempeñar el papel de profeta del número, incorporando elementos doctrinales y religiosos que había aprendido de los sacerdotes egipcios y de los magos persas. Asimismo, utilizó una terminología iniciática e impuso a sus discípulos prescripciones y purificaciones que procedían de los misterios órficos, dando lugar así a una identificación entre él mismo y Orfeo. Tal relación se vio facilitada por la creencia en la transmigración de las almas que ambos compartieron y que ha originado la expresión «órfico-pitagórico». Sin duda, a Pitágoras no le desagradó sentirse un émulo de Orfeo, adorado por el dominio que la música de su lira ejercía sobre la naturaleza.
Y como Orfeo a manos de las mujeres tracias, Pitágoras tendría una muerte trágica.
LA PERSECUCIÓN
Este seductor personaje llegó a gozar de una influencia inmensa, lo que le permitió mover los hilos políticos y económicos de la sociedad itálica, hasta el punto de que fue considerado el responsable de la primera acuñación de moneda en Crotona. Además, gracias a la proliferación de la secta, extendió su dominio a las ciudades vecinas y a Sicilia. De este modo muchos pitagóricos se hicieron con el control del poder en sus respectivas ciudades.
Pero este dominio acabó despertando muchas suspicacias y envidias entre las poderosas clases aristocráticas, que lo veían como una amenaza para sus intereses políticos. A ese malestar se sumaron pronto quienes habían sido excluidos o expulsados de la escuela.
Esto explica que un ciudadano de Crotona de clase alta, Cilón, incitara a sus conciudadanos a una revuelta contra Pitágoras y su grupo. Muchos pitagóricos murieron a causa de ella y el propio Pitágoras se vio forzado a huir a la cercana Metaponto, donde, refugiado en el templo de las Musas, habría muerto de hambre. Otras fuentes cuentan, sin embargo, que Pitágoras murió al ser atrapado cuando en su huida se topó con un campo de habas que no se atrevió a atravesar.
Su muerte representó un duro golpe para sus seguidores, muchos de los cuales emigraron a Grecia. No obstante, la férrea estructura familiar de la secta permitió a los supervivientes salvar la filosofía pitagórica de la catástrofe. Esa fidelidad al maestro, transmitida de padres a hijos, es la que, a través de más de 2.500 años, acabó conformando la fabulosa leyenda de Pitágoras que ha llegado hasta hoy.
ENSAYOS
Vida de Pitágoras Porfirio. Editorial Gredos, Madrid, 1987
Vida pitagórica lámblico.Editorial Gredos, 2003
Historia de la filosofa griega W K. C. Guthrie. Editorial Gredos, Madrid, 1984
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Pitágoras y los pitagóricos
Pitágoras
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