EL ENTUSIASMO
El entusiasmo se contagia. Ése es el motivo por el que iempre llamo a mi amiga Gloria cuando veo que el día se me inclina hacia la indiferencia, la apatía o la tristeza. Y es que mi amiga Gloria se apasiona con todo. Cuando cuelgo el teléfono me maravillo de su arrobamiento de sibila al darme su oráculo: “Ningún problema –me dice–. Ahora mismo te haces un té de cerezas y te sientas a saborearlo sin ninguna prisa. Después, a la bañera. No hay nada como un baño relajante para un día tonto. Ni se te ocurra salir de compras. Te engatusarán los dependientes y gastarás más de la cuenta”.
Yo, tras escuchar el oráculo, me levanto del sofá con la sensación de que la voz de mi amiga me hubiera dejado dentro la inspiración divina de los profetas. Con su transfusión de entusiasmo siento en mí la energía renovada. Y eso es lo que me gusta de mi amiga Gloria y de la gente entusiasta como ella: su capacidad de renovarse continuamente, de buscar nuevas relaciones con el mundo y de compartirlas con alegría. Porque eso es lo que hacen los vitalistas; arriesgarse a establecer otros vínculos con la realidad, así la vida se les amplía y se hace más hermosa.
Maite Larrauri en su libro El deseo según Gilles Deleuze habla de ello: “Amar la vida es amar el cambio, la corriente, el perpetuo movimiento. El vitalista no ha domesticado la vida con sus hábitos porque sabe que la vida es algo mucho más fuerte que uno mismo”. Y esto es lo que le debe pasar a mi amiga Gloria para que su vida trasmita la impresión de que se mueve por deseos y por alegría. Maite Larrauri continúa hablando de esta vida gozosa como “una alegría del crecimiento, no edificada sobre el resentimiento, ni sobre el odio, ni sobre las desgracias. Una alegría que no necesita de las desgracias de los otros para existir”.
Y éste puede ser el motivo por el cual los entusiastas nos resultan tan atractivos. Porque parecen estar más cerca de esa gran vida y tener cierta maestría para evitar los obstáculos que les impidan participar del gran movimiento y fluir con la corriente que les arrastra.
Cuando nuestras vidas se nos presenten pequeñas, mediocres y vulgares, podríamos detenernos a saborear ese té de cerezas o tomar el baño relajante que recomienda mi amiga Gloria. Cualquiera de esas dos cosas lo que consigue es que volvamos a tomar contacto con nosotros mismos. Reconocer, de forma lúdica, que tenemos un cuerpo al que olvidamos cuando nuestra cabeza no para de maquinar.
Se trata de motivarse para salir de la poltrona de las rutinas y para ello no nos vendría nada mal intentar que se instale en nosotros una actitud más exploradora. La vida está para intentar hacer algo diferente aunque sea de vez en cuando. En eso están de acuerdo tanto los vitalistas de nacimiento como los que optan por el pensamiento creativo a pesar de los pesares. Y aquí no vale ponerse en plan víctima y responder: “Es que yo… no tengo ni una pizca de imaginación o, yo… de creativo, la verdad, nada de nada”. Porque eso se puede modificar. Todos hemos nacido con la capacidad de actuar en el mundo de forma única y singular y el desafío consiste en realizar ese potencial.
Sólo se necesita una mente flexible que enfoque el pensamiento de acuerdo con las necesidades de la situación. Mi amiga Gloria sugiere una taza de té, otros se sienten renovados después de correr una hora por el parque y otros se apasionan rebuscando en las basuras. Cada pensador creativo tiene su propio estilo.
Atreverse a buscar relaciones raras puede ser muy gratificante. Pero para entrar en áreas desconocidas hay que dejar de hacer el avestruz. Con la cabeza metida en un agujero es difícil mantenerse en forma. La máxima de “lo que no se usa se atrofia” se aplica también al pensamiento creativo.
0 comentarios