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UN LUGAR PARA APRENDER FILOSOFÍA

SOBRE LA LIBERACIÓN DEL ESTÍMULO

Lee el texto siguiente y contesta a las preguntas formuladas a continuación:

 

En un momento de su evolución, el hombre aprendió a decir no al estímulo. Inhibió una respuesta ordenada  en  él  desde  hacía  siglos.  No  sabemos  cómo  sucedió,  pero  no  me  resisto  a  imaginarlo, advirtiendo al lector que debe tomar este párrafo como un ejercicio literario y no como una exposición científica. Nuestro antepasado de frente huidiza y largos brazos caza el bisonte en el páramo. Atraviesa corriendo un paisaje de olores y pistas. Arrastrado por el rastro, salta, corre, gira la cabeza, explora, husmea.  La  presa  es  la  luz  al  fondo  de  un  túnel.  Solo  existe  esa  atracción  feroz  y  una  sumisión sonámbula. Solo sabe que la ansiedad se aplaca al seguir  aquella dirección. No caza, se desahoga. No persigue un bisonte: corre por unos corredores  visuales y olfativos que le excitan. Las huellas le empujan

. Los signos disparan los movimientos de sus piernas, con el certero automatismo con el que alteran los latidos de su corazón. No hay nada que pensar, porque aún no piensa. Su cerebro calcula y le impulsa. Está sujeto a la tiranía de “Si A .. entonces ... B”. La secuencia If/then. Si ve la oscura figura del animal en la entreluz de la maleza, corres sesgado (para cortarle el paso). Si está muy cerca, aúlla (para atraer a sus compañeros de horda). Si el estímulo afloja su rienda, se detiene, se agita, gira a su alrededor (para uncirse otra vez a la rienda y, atado a ella, proseguir de nuevo su carrera). No conoce ninguno de los paréntesis. Como el sonámbulo guía sus pasos y elude los obstáculos sin tener conciencia de ello, así nuestro antepasado se deslizó durante siglos por las cárcavas inhóspitas de la prehistoria.

La transfiguración ocurrió un misterioso día, cuando al ver el rastro detuvo su carrera, en vez de acelerarla, y miró la huella. Aguantó impávido el empujón del estímulo. Y, de una vez para siempre, se liberó de su tiránico dinamismo. Aquellos dibujos en la arena eran y ni eran el bisonte. Había aparecido el signo, el gran intermediario. Y el hombre pudo contemplar aquel vestigio sin correr. Bruscamente era capaz de pensar en el bisonte, aunque ni en sus ojos, ni en su olfato, ni en sus oídos, ni en su deseo estuviera presente ningún bisonte. Podía poseer el bisonte sin haberlo cazado. Y, además, indicárselo a sus compañeros.

Esta descripción fantástica no es arbitraria. Está inspirada en los relatos que nos cuentan la educación de los  niños  sordomudos-ciegos.  Las  biografías  de  Marie  Heurtin  o  Hellen  Séller,  por  citar  las  más conocidas, son relatos patéticos y maravillosos. En ellos asistimos al momento glorioso en que unas subjetividades   encadenadas,   sometidas   a   impulsos   espasmódicos,   agitadas   por   sentimientos   y experiencias  no  controlados,  viviendo  sin progreso, sin inteligencia, sin esperanza, son capaces de comprender un signo. Más aún, son capaces de proferirlo. Algo que hacen ellos puede dominar lo absolutamente lejano. La realidad deja de ser una barahúnda de estímulos y el yo, un torbellino de sentimientos. Una fértil calma se apodera de los niños, que, de repente, con una rapidez emocionante se descubren sujetos activos, dueños de mismos, capaces de suscitar, controlar y dirigir sus ocurrencias: inteligentes. Y todo al mismo tiempo, como si un nuevo régimen se hubiera instaurado en su vida. Y lo asombroso es que a partir de ese momento aprenden con suma rapidez. Sucede como si hubieran tomado posesión del control del comportamiento, por un veloz golpe de mano.

 

 

(Autor: J.A. Marina “Teoría de la inteligencia creadora” Ed. Anagrama)

 

 

ACTIVIDADES

1.- ¿Qué relación hay entre este texto y la formalidad de realidad de la percepción humana?

2.- ¿A qué da lugar la inhibición del estímulo?

3.- ¿Qué ventajas conlleva?

4.- ¿Qué es, para el autor, síntoma de inteligencia?

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