DEL HOMO ERECTUS AL HOMO SAPIENS
A partir de Homo Habilis surgen el Homo Erectus y, en el seno de éste, a su vez, el Homo Ergaster, que representa un avance significativo, y del que se piensa que proviene nuestra especie, como veremos más adelante.
El Homo Erectus apareció hace 1.800.000 años aproximadamente, y se le calcula una existencia de 1.300.000 años. Su larga existencia, lo que significa un gran éxito evolutivo (pensemos que a los primeros ancestros de nuestra especie se les estima una antigüedad de sólo 175.000 años) le permitió ser el protagonista de la primera gran emigración de los homínidos que, partiendo de Africa, les llevó a Asia y a Europa.
En el terreno físico dos características llaman la atención poderosamente. En primer lugar, su considerable altura, alcanzan los 180 cm. y posiblemente más. En segundo lugar, el volumen de su cerebro, que por término medio es un 33% superior al Habilis (existen, incluso, algunos cráneos que alcanzan el considerable volumen de 1200 cm3).
Las herramientas del Erectus, cuya cultura denominamos Achelense, son mejores y más útiles y de una técnica mucho más depurada que la de los Habilis, e igual podemos decir de sus técnicas de caza, que debieron exigir una mayor capacidad de organización y cooperación. Ahora bien, su mejora tecnológica no es equiparable con el aumento de masa encefálica y la proporcional inteligencia que podría representar, pues sus herramientas permanecen invariables durante 1,3 millones de años, lo que indica un gran estancamiento cultural.
Esto introduce un importante e interesante problema, porque siempre se ha considerado en paralelo el volumen cerebral con el desarrollo de la inteligencia, y esto se explicaba en un proceso de recíproca influencia cerebro-mano, que quedaba plasmado en útiles cada vez más variados, complejos y perfectos. La inteligencia era medida por la calidad de la producción técnica. El Horno Erectus representa un punto débil de esta hipótesis.
Dos peculiaridades culturales importantes del Homo Erectus son, primero que establecieron asentamientos permanentes (campamentos), lo que significa una compleja vida social y, segundo, que en los últimos periodos y coincidiendo con una glaciación consiguieron controlar el fuego. No obstante, es necesario hacer la advertencia de que dos cosas muy diferentes son el uso y control del fuego , que debió ser muy antiguo, y el saber producirlo y usarlo a voluntad, esto es, el descubrimiento del fuego, que es algo de significado técnico y cultural muy superior.
El Homo Erectus, sin embargo, empieza a sufrir cambios entre hace 400 y 150 mil años que habrán de desembocar en lo que ya definimos como Homo Sapiens. Esos cambios, por lo que sabemos, siguieron dos ramas distintas, por una lado la europea que da lugar al hombre de Neanderthal, el más conocido y del que hablaremos a continuación, y la africana, que inicia un largo proceso, seguramente a partir del Homo Ergaster, todavía no suficientemente conocido, pero que sabemos que llevará al Homo Sapiens.
Lo que más llama la atención de los Sapiens es su enorme capacidad craneana, que en algunos individuos supera los 1.600 centímetros cúbicos, mientras que el humano actual posee una media de 1.400. ¿Podemos pensar, en consecuencia, que su inteligencia también lo era? Para contestar a esta pregunta es necesario hacer primero algunas consideraciones sobre la inteligencia y, en segundo lugar, acudir a los restos de su cultura y tratar de llegar a alguna conclusión.
Un cerebro más grande no significa necesariamente una mayor inteligencia. Podemos estar seguros de que eran más inteligentes que sus antecesores, pero también que distaban mucho de nosotros, tanto en cantidad como en calidad. Su cerebro era por término medio más voluminoso que el nuestro, pero esto no significa que su organización interna y la especialización de sus áreas fuera equivalente, y que por tanto sus capacidades cognitivas, de abstracción, perceptivas, de habla, etc. fueran las mismas. Debemos pensar que estamos hablando de otra especie o, cuando menos, de una subespecie, por lo que seguramente eran muy diferentes.
En cuanto a su cultura, que denominamos "Musteriense", nos muestra una rica variedad de útiles muy perfeccionados respecto de los del Erectus y de uso más versátil, pero que curiosamente también permanecieron inmutables casi a lo largo de toda su existencia; sólo en los últimos tiempos de su existencia se observa un cierto progreso técnico, el cual pudo estar motivado por las mayores dificultades que encontraban para sobrevivir, o por la influencia de los Sapiens Sapiens con lo que ya habían tenido sus primeros contactos.
Una prueba más contundente nos la proporciona los estudios que demuestran que carecían de habla. En efecto, el Hombre de Neanderthal no hablaba como nosotros, y todo despegue cultural implica un despegue lingüístico. El habla en el sentido humano es el conservador y transmisor de la experiencia acumulada, de los conocimientos de la especie. Por medio de él conseguimos transmitir mensajes alejados espacio-temporalmente de la experiencia inmediata. En su ausencia el aprendizaje se realiza básicamente por imitación. Pero, además, con la palabra se desarrollan las capacidades de conceptualización, abstracción, asociación, etc.
Sobre el hombre de Neanderthal quedan muchas incógnitas sin despejar todavía. Algunos hallazgos resultan sorprendentes, por ejemplo, el hecho de que se haya encontrado objetos que podemos calificar de inútiles, objetos simplemente decorativos, lo que parece indicar el nacimiento del sentido estético, o el hecho de que enterraran a los muertos. La sepultura más antigua data de 80.000 años y ya se nota un gran cuidado en su preparación. En una tumba, descubierta en la cueva Tshik-Tash de Uzbekistan, un niño de nueve años aparece con seis pares de cuernos de cabra montés colocados en círculo alrededor de la cabeza. Esto ha llevado a pensar a algunos antropólogos en la existencia ritos funerarios y por tanto en alguna creencia de tipo religioso-mágico que los sustentara.
El Homo Erectus apareció hace 1.800.000 años aproximadamente, y se le calcula una existencia de 1.300.000 años. Su larga existencia, lo que significa un gran éxito evolutivo (pensemos que a los primeros ancestros de nuestra especie se les estima una antigüedad de sólo 175.000 años) le permitió ser el protagonista de la primera gran emigración de los homínidos que, partiendo de Africa, les llevó a Asia y a Europa.
En el terreno físico dos características llaman la atención poderosamente. En primer lugar, su considerable altura, alcanzan los 180 cm. y posiblemente más. En segundo lugar, el volumen de su cerebro, que por término medio es un 33% superior al Habilis (existen, incluso, algunos cráneos que alcanzan el considerable volumen de 1200 cm3).
Las herramientas del Erectus, cuya cultura denominamos Achelense, son mejores y más útiles y de una técnica mucho más depurada que la de los Habilis, e igual podemos decir de sus técnicas de caza, que debieron exigir una mayor capacidad de organización y cooperación. Ahora bien, su mejora tecnológica no es equiparable con el aumento de masa encefálica y la proporcional inteligencia que podría representar, pues sus herramientas permanecen invariables durante 1,3 millones de años, lo que indica un gran estancamiento cultural.
Esto introduce un importante e interesante problema, porque siempre se ha considerado en paralelo el volumen cerebral con el desarrollo de la inteligencia, y esto se explicaba en un proceso de recíproca influencia cerebro-mano, que quedaba plasmado en útiles cada vez más variados, complejos y perfectos. La inteligencia era medida por la calidad de la producción técnica. El Horno Erectus representa un punto débil de esta hipótesis.
Dos peculiaridades culturales importantes del Homo Erectus son, primero que establecieron asentamientos permanentes (campamentos), lo que significa una compleja vida social y, segundo, que en los últimos periodos y coincidiendo con una glaciación consiguieron controlar el fuego. No obstante, es necesario hacer la advertencia de que dos cosas muy diferentes son el uso y control del fuego , que debió ser muy antiguo, y el saber producirlo y usarlo a voluntad, esto es, el descubrimiento del fuego, que es algo de significado técnico y cultural muy superior.
El Homo Erectus, sin embargo, empieza a sufrir cambios entre hace 400 y 150 mil años que habrán de desembocar en lo que ya definimos como Homo Sapiens. Esos cambios, por lo que sabemos, siguieron dos ramas distintas, por una lado la europea que da lugar al hombre de Neanderthal, el más conocido y del que hablaremos a continuación, y la africana, que inicia un largo proceso, seguramente a partir del Homo Ergaster, todavía no suficientemente conocido, pero que sabemos que llevará al Homo Sapiens.
Lo que más llama la atención de los Sapiens es su enorme capacidad craneana, que en algunos individuos supera los 1.600 centímetros cúbicos, mientras que el humano actual posee una media de 1.400. ¿Podemos pensar, en consecuencia, que su inteligencia también lo era? Para contestar a esta pregunta es necesario hacer primero algunas consideraciones sobre la inteligencia y, en segundo lugar, acudir a los restos de su cultura y tratar de llegar a alguna conclusión.
Un cerebro más grande no significa necesariamente una mayor inteligencia. Podemos estar seguros de que eran más inteligentes que sus antecesores, pero también que distaban mucho de nosotros, tanto en cantidad como en calidad. Su cerebro era por término medio más voluminoso que el nuestro, pero esto no significa que su organización interna y la especialización de sus áreas fuera equivalente, y que por tanto sus capacidades cognitivas, de abstracción, perceptivas, de habla, etc. fueran las mismas. Debemos pensar que estamos hablando de otra especie o, cuando menos, de una subespecie, por lo que seguramente eran muy diferentes.
En cuanto a su cultura, que denominamos "Musteriense", nos muestra una rica variedad de útiles muy perfeccionados respecto de los del Erectus y de uso más versátil, pero que curiosamente también permanecieron inmutables casi a lo largo de toda su existencia; sólo en los últimos tiempos de su existencia se observa un cierto progreso técnico, el cual pudo estar motivado por las mayores dificultades que encontraban para sobrevivir, o por la influencia de los Sapiens Sapiens con lo que ya habían tenido sus primeros contactos.
Una prueba más contundente nos la proporciona los estudios que demuestran que carecían de habla. En efecto, el Hombre de Neanderthal no hablaba como nosotros, y todo despegue cultural implica un despegue lingüístico. El habla en el sentido humano es el conservador y transmisor de la experiencia acumulada, de los conocimientos de la especie. Por medio de él conseguimos transmitir mensajes alejados espacio-temporalmente de la experiencia inmediata. En su ausencia el aprendizaje se realiza básicamente por imitación. Pero, además, con la palabra se desarrollan las capacidades de conceptualización, abstracción, asociación, etc.
Sobre el hombre de Neanderthal quedan muchas incógnitas sin despejar todavía. Algunos hallazgos resultan sorprendentes, por ejemplo, el hecho de que se haya encontrado objetos que podemos calificar de inútiles, objetos simplemente decorativos, lo que parece indicar el nacimiento del sentido estético, o el hecho de que enterraran a los muertos. La sepultura más antigua data de 80.000 años y ya se nota un gran cuidado en su preparación. En una tumba, descubierta en la cueva Tshik-Tash de Uzbekistan, un niño de nueve años aparece con seis pares de cuernos de cabra montés colocados en círculo alrededor de la cabeza. Esto ha llevado a pensar a algunos antropólogos en la existencia ritos funerarios y por tanto en alguna creencia de tipo religioso-mágico que los sustentara.
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