No es lugar este para ensayar un análisis del libro. Sólo diré que para Nietzsche la tragedia griega es el resultado de una pulsión entre dos divinidades: Apolo y Dionisos, entre dos fuerzas que el pueblo griego ha equilibrado de manera artística en un género inmortal. Esto es cierto, pero no es todo: El nacimiento de la tragedia es un libro que indaga en la naturaleza del hombre, pues preguntándose por la tragedia, Nietzsche ha buscado respuestas al problema del existir, y lo ha hecho reflexionando sobre estos paradigmas divinos:
Dionisos (o Dioniso) representa el caos, el ocaso de la forma en múltiples fragmentos, el descontrol, la desmesura. De niño fue despedazado en jirones y vuelto a armar, con que la disgregación de toda unidad forma parte de su naturaleza. Desde entonces, ha viajado por el mundo sembrando la locura y descuartizando cuerpos en ritos orgiásticos. En su reino sólo hay lugar para el instinto, la fuerza sexual, extática, natural e incomprensible. Ha sido niño y niña, también carnero, toro, león y pantera, porque Dionisos es el triunfo de la pluralidad en uno mismo, de la alienación. Fisiológicamente, Dionisos es la embriaguez, porque sólo en ese estado es genuina la fragmentación de la persona.
El Hombre, cada uno de nosotros, convive con la influencia de estas divinidades. Día a día Apolo y Dionisos nos hablan, nos incitan, nos invitan a sus mundos opuestos, nos seducen con sus placeres, invocan nuestra fidelidad. La sabiduría del pueblo griego consistió en armonizar esas dos influencias; ellos supieron que favorecer a un dios en detrimento del otro es imposible, porque ninguno sabría existir sin la inquietante proximidad del otro.
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