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TEXTO COMENTADO DE NIETZSCHE

TEXTO COMENTADO DE NIETZSCHE

“SOBRE VERDAD Y MENTIRA EN SENTIDO EXTRAMORAL”

1

Párrafo 1

La fábula

Nietzsche inicia su narración a manera de fábula, mito o parábola. No es casualidad que proceda de este modo: a lo largo del texto nos va a hablar de la atracción que sienten los seres humanos hacia este tipo de relatos ya que, en ellos, el ser humano deja libertad de acción a su vertiente artística e identificándose con las historias contadas logra escapar, aunque sea circunstancialmente, al apretado corsé que la lengua y la ciencia han ido estableciendo en torno a su vida y al modo de captar la realidad.

Nietzsche nos impresiona por la contundencia de las imágenes, de modo que llega a recordarnos la película “2001: Una odisea en el espacio”.

“En algún apartado rincón del universo, desperdigado en innumerables sistemas solares centelleantes, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y más mentiroso de la «historia universal»: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Después de respirar la naturaleza unas pocas veces, el astro se entumeció y los animales astutos tuvieron que perecer.”

Ilustración de lo caduco, inútil y arbitrario del intelecto

Esta fábula no llega a ilustrar (pintar, representar, y dar a conocer) el poco valor que tiene el intelecto humano en la naturaleza. Nietzsche actúa desde la ironía, hablando de un supuesto mundo en el que ciertos animales inventaron el conocimiento, y se creyeron algo especial. Pero el tiempo terminó por demostrar la falsedad de sus pretensiones porque, igual que el resto de los seres vivos, también ellos acabaron por desaparecer. No fueron más que una mota de polvo en la presencia eterna del universo, el cual ya existía antes de que ellos estuvieran presentes y continuará existiendo sin necesidad de su presencia.

Alguien podría inventar una fábula como ésta y, sin embargo, no habría ilustrado suficientemente cuán lamentable, cuán sombrío y caduco, cuán inútil y arbitrario es el aspecto que tiene el intelecto humano dentro de la naturaleza; hubo eternidades en las que no existió; cuando de nuevo se haya acabado, no habrá sucedido nada.”

Por qué.

Mediante esta breve narración Nietzsche pretende hacernos entender que aquello de lo cual los seres humanos nos sentimos tan orgullosos, nuestra inteligencia (que nos sirve para definirnos frente a los demás seres vivos colocándonos en un falso plano de superioridad), es en realidad algo que está basado en una falsa creencia. El conocimiento no es más que un invento nuestro, el intelecto humano carece de cualquier misión, ni destino, ni progreso, ni evolución de una especie superior.

“Pues no hay para ese intelecto ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano y solamente su poseedor y progenitor lo toma tan patéticamente como si en él se moviesen los goznes del mundo.”

Consecuencia

El hombre se cree un ser especial dentro del cosmos por poseer la capacidad de raciocinio. Cae, así, en un completo antropocentrismo que le hace creerse el centro de todo. Pero, como dice Nietzsche, si pudiéramos hablar con un mosquito veríamos que también posee el mismo sentimiento (el mismo pathos) y que en su peculiar visión del universo también se considera a sí mismo como el eje principal del cual gira todo.

“Pero si pudiéramos comunicamos con un mosquito llegaríamos a saber que también navega por el aire con ese pathos y siente que en él se halla el centro volante de este mundo. No hay nada en la naturaleza, por despreciable e insignificante que sea, que no se hinche inmediatamente como una bota con un mínimo soplo de aquella fuerza del conocimiento; “

El filósofo.

Del mismo modo que gusta cualquiera de ser admirado, el filósofo (ideal de racionalidad –Hegel-) está convencido en creer que su trabajo es el centro del universo.

“y del mismo modo que cualquier mozo de cuerda quiere tener sus admiradores, el más orgulloso de los hombres, el filósofo, es totalmente de la opinión de que, desde todas partes, los ojos del universo están dirigidos telescópicamente a sus obras y a sus pensamientos.”

Párrafo 2

El intelecto

El conocimiento es el recurso que utiliza el ser más débil de la naturaleza (el ser humano) para subsistir. Mediante su posesión dicho ser acaba considerándose a sí mismo como algo especial, se hincha de soberbia y mira con aire compasivo y superior a aquellos otros seres vivos tan infelices que no han logrado escapar del pozo de los instintos que le aprisionan y condicionan.

Como curiosidad cabría citar la referencia que hace Nietzsche al hijo de Lessing, muestra del peculiar carácter y extraño sentido del humor que posee nuestro autor. Lessing fue un literato alemán cuyo hijo murió al día siguiente de nacer. De ahí que nos diga que huyó tan rapidamente de la existencia.

“Es curioso que esto lo haga el intelecto, que precisamente ha sido añadido a los seres más desdichados, delicados y efímeros sólo como un recurso para retenerlos un minuto en la existencia; de la cual, por el contrario, sin ese añadido tendrían todos los motivos para huir tan rápidamente como el hijo de Lessing.”

La soberbia

La inteligencia y el conocimiento de los que estamos tan orgullosos, son los causantes de la engañosa concepción que tenemos de la vida, de la falsa imagen que nos hemos creado de ella.

“Esa soberbia, unida al conocimiento y a la sensación, al poner niebla cegadora sobre los ojos y los sentidos de los hombres, los engaña sobre el valor de la existencia, pues lleva en ella la más aduladora valoración sobre el conocimiento mismo. Su efecto más general es el engaño - aunque también los efectos más particulares llevan consigo algo de idéntico carácter.”

Párrafo 3

El intelecto

La inteligencia es el instrumento que hemos inventado y utilizado los seres humanos para compensar nuestra debilidad biológica. El ser humano, como es débil por naturaleza, ha de fingir para sobrevivir, ha de mentir. Para ello utiliza la inteligencia. Este fingimiento nos lleva a la mentira como medio de subsistencia. De este modo, y por primera vez en el texto, verdad y mentira aparecen ya como dos polos opuestos. Sien embargo, hay que distinguir entre dos sentidos muy diferentes de estos conceptos. Uno de ellos sería un sentido moral: “el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, las hipocresías ...”. Según este sentido, la mentira haría referencia al acto de enmascararnos ante los demás, de ocultarles nuestra auténtica personalidad y nuestros sentimientos, con ánimo de engañarles y, de este modo, sacar algún provecho.

“El intelecto, como un medio para la conservación del individuo, desarrolla sus fuerzas capitales en la ficción; pues ésta es el medio por el cual se conservan los individuos más débiles y menos robustos, como aquellos a los que no se les ha concedido entablar la lucha por la existencia con cuernos o con la afilada dentadura de los animales carniceros. Este arte de la ficción llega a su cima en el ser humano: aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, las habladurías, la hipocresía, el vivir de lustres heredados, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, el teatro ante los demás y ante uno mismo, en una palabra, el revoloteo incesante en torno a la llama de la vanidad es hasta tal punto la regla y la ley, que casi no hay nada más inconcebible que el modo en el que haya podido introducirse entre los hombres un impulso sincero y puro hacia la verdad.

El hombre

Sin embargo, hay otro sentido de mentira por el que Nietzsche se interesa mucho más y en el cual va ahondar a lo largo del texto. Se trata de la mentira en sentido extra-moral. Este sentido se deja ver cuando afirma: “su ojo se desliza tan solo sobre la superficie de la cosas y ve formas, su sensación no conduce por ninguna parte a la verdad, sino que se contenta con recibir estímulos y, por así decirlo, jugar un juego de tanteo sobre el dorso de las cosas”. ¿A qué hace referencia este nuevo sentido más radical de “mentira”?. A que el ser humano, por su propia constitución física, es incapaz de acceder al conocimiento auténtico de la realidad pues siempre estará condicionado de modo inevitable por su manera de percibir las cosas. Además, mediante el lenguaje y los conceptos, como veremos, nos alejamos cada vez más de esa realidad que en sí misma nos resulta inaccesible. Es, pues, un sentido referido exclusivamente al conocimiento.

“Están profundamente sumergidos en ilusiones y ensueños, su ojo se desliza tan sólo sobre la superficie de las cosas y ve "formas" su sensación no conduce por ninguna parte a la verdad, sino que se contenta con recibir estímulos y, por así decirlo, jugar un juego de tanteo sobre el dorso de las cosas. Además, durante toda una vida el hombre se deja engañar por la noche en el sueño sin que su sentimiento moral haya tratado nunca de impedirlo: mientras parece ser que hay hombres que, a fuerza de voluntad, han eliminado los ronquidos”.

La consciencia

¿Cómo vamos a ser capaces de conocer la auténtica realidad de las cosas, cuando ni siquiera lo somos de conocernos a nosotros mismos?: “¡qué sabe de sí mismo el hombre!”. Nietzsche se opone, así, a la máxima socrática del “conócete a ti mismo” señalando la imposibilidad de establecer ese auto-conocimiento: la conciencia, “orgullosa y embaucadora”, nos engaña, nos impide conocer nuestra parte instintiva y pulsional. Conciencia que después hecha la llave con el fin de que no veamos las monstruosidad interior del ser humano.

Pero ese desconocimiento de sí mismo, en el fondo, al ser gregario le resulta beneficioso pues le impide conocer el auténtico carácter de su naturaleza: “el ser humano descansa sobre lo despiadado, lo codicioso, lo insaciable y lo asesino”. En realidad debería estar contento de que su ignorancia le impida captar esta verdad más profunda: que, en el fondo, desde su propia moral, no es más que un ser cruel y malvado. No queda, pues, ya sitio para el buen salvaje del que hablaba Rousseau: el hombre no es bueno por naturaleza ni es la sociedad la que lo pervierte. Su carácter es como un tigre que hemos domesticado para que pueda exhibirse en un circo pero que, en el fondo, continúa siendo un tigre, y en cualquier momento puede volver a actuar como tal: “estamos pendientes en sueños del lomo de un tigre”.

“En realidad, ¡qué sabe de sí mismo el hombre! ¿Sería capaz de percibirse por completo, aunque sólo fuese por una vez, tendido como en una vitrina iluminada?. ¡Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso sobre su propio cuerpo, para así, al margen de las circunvoluciones de los intestinos, del rápido flujo de las corrientes sanguíneas y de los intrincados estremecimientos de sus fibras, recluirle y encerrarle en una conciencia orgullosa y embaucadora!. Ella tiró la llave: y ¡ay de la funesta curiosidad que, por una vez, pudiese mirar desde el cuarto de la conciencia hacia fuera y hacia abajo a través de una hendidura, y entonces barruntase que el ser humano descansa sobre lo despiadado, lo codicioso, lo insaciable y lo asesino, en la indiferencia de su ignorancia y que, por así decirlo, está pendiente en sueños del lomo de un tigre! ¡De dónde procede en el mundo entero, en esta constelación, el impulso hacia la verdad!

Párrafo 4

El pacto

El individuo desea vivir en sociedad, dice Nietzsche, "por necesidad y por
aburrimiento", y para conseguir este objetivo vital utiliza la inteligencia. ¿Qué papel juega la inteligencia en este proceso de socialización? Mediante ella los seres humanos establecen un pacto de convivencia, en palabras de Nietzsche "un trata­do de paz", en una prueba más de su oposición a la teoría de la bondad natural del hombre defendida por Rousseau. Nietzsche se sitúa más bien en la línea defendida por Hobbes: el estado de naturaleza es un estado salvaje, de lucha constante de todos contra todos (esto significa la expresión del texto "bellum omnium contra omnes"). Y es para evitar este estado por lo que se impone este pacto que asegura una situación pacífica y pone, así, las bases para el establecimiento de la sociedad.

“En la medida en que el individuo quiera conservarse frente a otros individuos tendría que utilizar el intelecto, en un estado natural de las cosas, casi siempre sólo para la ficción: pero, ya que el hombre quiere existir a la vez por necesidad y por aburrimiento, de una forma social y gregaria, necesita un tratado de paz y, conforme a ello, procura que desaparezca de su mundo al menos el más brutal bellum omnium contra omnes. Este tratado de paz, sin embargo, conlleva algo que tiene aspecto de ser el primer paso en la consecución de ese enigmático impulso hacia la verdad.”

El Lenguaje

Pero este pacto social tiene otras consecuencias de enorme interés para el problema que a Nietzsche le preocupa, el problema de la verdad. En efecto, me­diante dicho pacto los seres humanos también establecen de un modo convencional lo que es la verdad: "...en este momento se fija lo que desde entonces debe ser "verdad", esto es, se inventa una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria". A partir de este momento, pues, se considerará verdadero aquello que quede legitimado como tal por el lenguaje. Así, por ejemplo, si todos señalamos hacia un mismo objeto y decimos: "Esa hoja es verde" daremos por sentado que dicha afirmación es verdadera, y que quien diga "Esa hoja es roja" o estará  equivo­cado o estará mintiéndonos. El lenguaje tiene, de este modo, un importantísimo papel en el establecimiento de la "verdad" social, puesto que el uso de una pala­bra u otra dará a nuestro pensamiento el carácter de verdadero o falso: "aquí se origina por primera vez el contraste de verdad y mentira".

 “Porque en este momento se fija lo que desde entonces debe ser "verdad" esto es, se inventa una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria, y la legislación del lenguaje proporciona también las primeras leyes de la verdad: pues, aquí se origina por primera vez el contraste de verdad y mentira:”

La mentira

Aquel individuo que no utiliza las palabras de acuerdo con las normas es­tablecidas (mediante aquella convención) será catalogado de mentiroso, y cuando dicha mentira cause un perjuicio al bienestar social entonces la sociedad perderá la confianza en dichos individuos.

“el mentiroso utiliza las designaciones válidas, las palabras, para hacer aparecer lo irreal como real; dice, por ejemplo, yo soy rico, cuando la designación correcta para su estado sería justamente "pobre". Abusa de las convenciones consolidadas efectuando cambios arbitrarios o incluso inversiones de los nombres. Si hace esto de manera interesada y que además conlleve perjuicios, la sociedad no confiará más en él y, de ese modo, le excluirá de ella. Por eso los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados por engaños. En el fondo, en esta fase tampoco detestan el fraude, sino las consecuencias graves, odiosas, de ciertos géneros de fraudes.”

La verdad

Al final del párrafo aparecen dos preguntas básicas cuya respuesta será desarrollada posteriormente en el texto: "¿Coinciden las  designaciones y las co­sas?", "¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?". Nietzsche hace una crítica a la noción de verdad considerada tradicionalmente como válida: la verdad como correspondencia. Según ésta, una proposición será verdadera si se corresponde con los hechos descritos por ella; en caso contrario será falsa. Si yo afirmo, por ejemplo, "La jirafa del zoo es azul con motas rojas", acudo al zoo a verla y observo que su color es el tradicional (amarillo con motas negras) entonces podré concluir que la proposición anterior era falsa. Pero si llego y, para mi sorpresa, alguien la ha pintado de aquellos, para una jirafa, extraños colores (o es un caso único de jirafa mutante), entonces diré que la proposición era verdadera. Nietzsche se opondrá a esta concepción de la verdad porque, como ire­mos viendo, para él la verdad no es más que una ficción, una convención estableci­da por los seres humanos para entenderse y poder conocer la realidad.

“El hombre sólo quiere la verdad en análogo sentido limitado. Desea las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que conservan la vida; es indiferente al conocimiento puro y carente de consecuencias, y está hostilmente predispuesto contra las verdades que puedan ser perjudiciales y destructivas. Y además: ¿qué sucede con esas convenciones del lenguaje? ¿Son, quizá, productos del conocimiento, del sentido de la verdad: coinciden las designaciones y las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?”

Párrafo 5

El olvido

El lenguaje, que es el instrumento mediante el cual pretendemos establecer lo que es verdadero y lo que es falso, es una convención que deforma y esconde la auténtica realidad. Pero nos olvidamos de aquel pacto y pensamos que las palabras y las cosas sí coinciden: "Sólo mediante el olvido puede el hombre... llegar a figu­rarse que esté en posesión de una verdad". El supuesto impulso hacia la verdad que los hombres manifestamos a través del lenguaje parte ya de una base errónea. Las únicas verdades que nos resultan accesibles mediante él no son más que tauto­logías, es decir, verdades que lo son en base a su definición, la cual ha sido estable­cida por nosotros mismos. Pero no nos suministran ninguna información nueva acerca de la realidad (cuando decimos "Ningún soltero está casado" tal informa­ción ya estaba implícita en la definición de "soltero" previamente formulada por nosotros de modo convencional y arbitrario). Por eso, esas tautologías no son sino "conchas vacías", pues están vacías de contenido, de información nueva.

Sólo mediante el olvido puede el hombre, a tal efecto, llegar a figurarse alguna vez: que esté en posesión de una verdad en el grado que acabamos de designar. Si no quiere contentarse con la verdad en la forma de la tautología, es decir, con conchas vacías, entonces trocará perpetuamente ilusiones por verdades.

La palabra

Una prueba clara de que el lenguaje no coincide con la realidad la encon­tramos en el proceso de formación de las palabras. ¿Qué es, exactamente, una palabra?. Nietzsche la define como "la reproducción en sonidos articulados de un estímulo nervioso". Para entender qué quiere decirnos con esta definición habrá que analizar las distintas fases que se recorren a la hora de formar las palabras:

1- El ser humano entra en contacto (mediante sus sentidos) con la realidad cam­biante exterior que actúa como estímulo y provoca una reacción en nuestro sistema nervioso. Según Nietzsche, de la existencia de este estímulo nervioso no podemos concluir que exista algo fuera de nosotros que sea causa de dicho estímulo: "partiendo del estímulo nervioso inferir una causa existente fuera de nosotros es ya el resultado de un uso falso e injustificado del principio de ra­zón".

2- Dichos estímulos captados a través de los sentidos crean en nuestra mente una imagen que pretende ser una copia de la reacción provocada por la realidad exterior a nosotros. Pero toda copia suele ser defectuosa o, como diría Nietzsche, se convierte en una metáfora del original, y como tal enmascara éste: "¡Un estímulo nervioso extrapolado en primer lugar en una imagen!, pri­mera metáfora.".

3- A su vez, intentamos transmitir esa imagen mental a los demás mediante un sonido articulado que es a lo que propiamente llamamos palabra y que, por tanto, pretende ser un reflejo (una segunda copia) de aquella imagen mental que, a su vez, intentaba reflejar el estímulo nervioso producido por un objeto exterior a nosotros: "¡La imagen transformada de nuevo en un sonido articula­do!, segunda metáfora".

 

Realidad cambiante -> Estímulo nervioso -> Imagen -> Palabra

“¿Qué es una palabra?. La reproducción en sonidos articulados de un estímulo nervioso. Pero, partiendo del estímulo nervioso inferir además una causa existente fuera de nosotros, es ya el resultado de un uso falso e injustificado del principio de razón. ¡Cómo nos sería lícito, si la verdad fuese lo único decisivo en la génesis del lenguaje, si el punto de vista de la certeza fuese también lo único decisivo en las designaciones, cómo, pues, nos sería lícito decir: la piedra es dura: como si además nos fuera conocido lo «duro» de otra manera y no únicamente como excitación totalmente subjetiva! Dividimos las cosas en géneros, designamos al árbol como masculino y a la planta como femenino: ¡qué extrapolaciones tan arbitrarias! ¡Qué lejos volamos por encima del canon de la certeza! Hablamos de una serpiente: la designación tan sólo atañe al retorcerse, podría, por tanto, atribuírsele también al gusano. ¡Qué delimitaciones tan arbitrarias, qué preferencias tan parciales, ora de esta, ora de aquella propiedad de una cosa!. Los diferentes idiomas, reunidos y comparados, muestran que con las palabras no se llega jamás a la verdad ni a una expresión adecuada: pues, de lo contrario, no habría tantos. La «cosa en sí» (esto sería precisamente la verdad pura y sin consecuencias) también es para el creador de lenguaje totalmente inaprehensible y en absoluto merece sus esfuerzos. Éste designa tan sólo las relaciones de las cosas con los hombres y para su expresión recurre a las metáforas más atrevidas. ¡Un estímulo nervioso extrapolado en primer lugar en una imagen!, primera metáfora. ¡La imagen transformada de nuevo en un sonido articulado!, segunda metáfora. y, cada vez, un salto total de esferas, adentrándose en otra completamente distinta y nueva.”

Las figuras acústicas de Chladni

Vemos, así, como a lo largo de todo este proceso la experiencia originaria va pasando por una serie de intermediarios que necesariamente la van modificando, hasta el punto de que podemos llegar a plantearnos si, efectivamente, existe una relación entre esa realidad inicialmente experimentada y el sonido con el que fi­nalmente pretendemos referirnos a ella. Las consecuencias que se extraen de esta reflexión son muy importantes, puesto que le llevan a concluir que "con las pala­bras no se llega jamás a la verdad", que la pretendida auténtica realidad (la "cosa en sí" de la que también hablaba Kant) nunca podrá ser transmitida o expresada mediante el lenguaje. El lenguaje, pues, transforma la realidad originaria y la expresa de un modo metafórico; y mediante esas metáforas acabamos perdiendo el auténtico carácter originario de las cosas: "Creemos saber algo de las cosas mismas cuando hablamos de árboles, colores, nieve y flores y no poseemos más que metáforas de las cosas, que no corresponden a las esencialidades originarias".

A lo largo de este párrafo nos vamos a encontrar también con una serie de ejemplos que demuestran el rechazo de Nietzsche a la teoría de la corresponden­cia y su defensa del carácter convencional del lenguaje. Utilizamos la palabra "ejemplo" y no "argumento" pues pensamos que el propio Nietzsche rechazaría este segundo término por motivos señalados a lo largo del texto.

Ejemplo 1: Los adjetivos subjetivos y cambiantes. ¿Por qué decimos que una piedra es dura? Sencillamente porque nuestro contacto con ella produce en no­sotros una sensación que calificamos de un modo totalmente arbitrario me­diante este adjetivo. Además, también existen algunos objetos a los que deno­minamos como duros, como la barra de pan que lleva cuatro días en casa, sin que la sensación que produce en nosotros tenga mucho que ver con aquella de la piedra (la barra de pan, por muy dura que esté, la puedo mordisquear e inclu­so, en caso de apuro, comérmela, cosa que no ocurre con la piedra).

- Ejemplo 2: Los géneros arbitrarios. ¿Por qué el árbol pertenece al género mas­culino y la planta al género femenino? ¿Qué puede haber de masculino en un árbol? ¿Por qué lo designamos como tal? ¿Con qué hechos "viriles" se corres­pondería? Más aún, ¿qué quiere decir "masculino"? ¿No es, acaso, una palabra tan convencional como cualquier otra? ¿Por qué denominamos a las flores co­mo femeninas y, sin embargo, dentro de ellas existen casos como el jazmín o el jacinto que son masculinos? Evidentemente, si las flores "son femeninas" no debería ser posible que algunas de ellas fueran "masculinas".

- Ejemplo 3: Los sustantivos inexactos y ambiguos. Decimos que aquel animal que serpentea o se desplaza retorciéndose por el suelo es una serpiente; "ser­piente" significa etimológicamente animal que serpentea. Pero entonces... ¿por qué no llamamos al gusano también "serpiente"?

- Ejemplo 4: Los diferentes idiomas. La existencia de múltiples lenguas, cada una de las cuales designa el mismo objeto mediante un término distinto, nos da una prueba concluyente de que el lenguaje no es capaz de reflejar la realidad. Pues, si así fuera, sólo existiría un único término para cada cosa, sólo existiría un único lenguaje.

De este modo, la teoría de Nietzsche nos lleva hacia un cierto escepticis­mo: toda especulación y toda pretensión de verdad son negadas pues se apoyan en un lenguaje (lenguaje y pensamiento no pueden existir el uno sin el otro) que se ha formado a partir de un interés ilógico que nada tiene que ver con la auténtica reali­dad, de la cual no es manifestación sino de un modo retorcido y engañador: "...todo el material en el que trabaja y con el cual trabaja y después construye el hombre de la verdad, el investigador, el filósofo, si no procede del país de Jauja, tampoco procede en ningún caso, de la esencia de las cosas". Pero... ¿cae Nietzsche en la cuenta de que él también está empleando el lenguaje que tanto desprecia para co­municar sus ideas? La respuesta la veremos en los párrafos siguientes.

“Podemos imaginarnos un hombre que sea totalmente sordo y que jamás haya tenido ninguna sensación del sonido ni de la música: así como este hombre, por ejemplo, mira con asombro las figuras acústicas de Chladni en la arena, descubre sus causas en las vibraciones de la cuerda y entonces jurará que desde ese momento ha de saber a qué denominan los hombres el sonido, así nos sucede a todos nosotros con el lenguaje. Creemos saber algo de las cosas mismas cuando hablamos de árboles, colores, nieve y flores y no poseemos, sin embargo, más que metáforas de las cosas, que no corresponden en absoluto a las esencialidades originarias. Del mismo modo que el sonido toma el aspecto de figura de arena, así la enigmática X de la cosa en sí se presenta, primero, como excitación nerviosa, luego como imagen, finalmente como sonido articulado. En cualquier caso, por tanto, las cosas no ocurren lógicamente en la formación del lenguaje y todo el material en el que trabaja y con el cual trabaja y después construye el hombre de la verdad, el investigador, el filósofo, si no procede del país de Jauja, tampoco procede en ningún caso, de la esencia de las cosas.”

Párrafo 6

Los conceptos

Nietzsche continúa insistiendo en el proceso de formación de los conceptos. Si tuviéramos un conjunto infinito de palabras, cada una de las cuales designa­ra una experiencia única e irrepetible, no existiría problema alguno (aunque enton­ces nos encontraríamos con otros problemas, como la imposibilidad práctica de utilizar el lenguaje para comunicarnos). El auténtico problema empieza cuando con una única palabra (convertida en concepto) intentamos referirnos a un conjunto amplio de cosas que son, sólo, aproximadamente similares pero nunca idénticas: "...tiene que ser apropiada... para innumerables vivencias más o menos simila­res,... nunca idénticas hablando con rigor". Y es que "Todo concepto se forma igualando lo no-igual". Nietzsche critica este proceso de formación de los con­ceptos pues se basa en cosas diferentes: "...el concepto hoja se ha formado al pres­cindir arbitrariamente de esas diferencias individuales". Por tanto, no tiene sentido la aplicación de un concepto a cosas que entre sí no son idénticas tratando de fun­dirlas en una unidad imposible y no justificada.

Es evidente que la crítica de Nietzsche alcanza de lleno al pensamiento platónico y a la tan conocida teoría de las ideas que Platón formula: no existe (co­mo sostendría Platón) una idea de "honradez" (por utilizar el otro ejemplo de Nietzsche) a la cual tratan de imitar como copias imperfectas los actos que califi­camos como honrados: "...no sabemos nada de una cualidad esencial que se llame la "honradez"". Sólo existen una serie de acciones diferentes entre sí que, de un modo  injustificado, denominamos de la misma manera: "...numerosas acciones individualizadas, por lo tanto desiguales, que nosotros igualamos omitiendo lo desigual y las designamos entonces como acciones honradas".

“Pensemos un poco más sobre todo en la formación de los conceptos: toda palabra se convierte de manera inmediata en concepto en cuanto que, justamente, no ha de servirle a la vivencia originaria, única y por completo individualizada, a la que le debe su origen, por ejemplo, de recuerdo, sino que tiene que ser apropiada al mismo tiempo para innumerables vivencias más o menos similares, esto es, nunca idénticas hablando con rigor, así pues, ha de ser apropiada para casos claramente diferentes. Todo concepto se forma igualando lo no-igual. Del mismo modo que es cierto que una hoja nunca es totalmente igual a otra, asimismo es cierto que el concepto hoja se ha formado al prescindir arbitrariamente de esas diferencias individuales, al olvidar lo diferenciante, y entonces provoca la representación, como si en la naturaleza, además de las hojas, hubiese algo que fuese la «hoja», una especie de forma primordial, según la cual todas las hojas hubiesen sido tejidas, dibujadas, calibradas, coloreadas, onduladas, pintadas, pero por manos torpes, de modo que ningún ejemplar hubiese resultado correcto y fidedigno como copia fiel de la forma primordial. A un hombre le llamamos honrado: «¿Por qué ha obrado hoy tan honradamente?», preguntamos. Nuestra respuesta suele ser como sigue: "Por su honradez". ¡La honradez! esto de nuevo quiere decir: la hoja es causa de las hojas. Ciertamente, no sabemos nada en absoluto de una cualidad esencial que se llame la honradez, pero sí de numerosas acciones individualizadas, por lo tanto desiguales, que nosotros igualamos omitiendo lo desigual y las designamos entonces como acciones honradas; al final formulamos a partir de ellas una qualitas occulta con el nombre: la honradez.”

Párrafo 7

Antropomorfismo

Nietzsche reivindica lo individual y lo diferente porque es lo real, aunque resulte inaccesible para el lenguaje: "...la naturaleza no conoce formas ni concep­tos... solamente una X que es para nosotros inaccesible e indefinible". Sin embar­go, y contestando en parte a la pregunta que planteamos al final del párrafo 5, Nietzsche es consciente de que su propia distinción entre lo individual y lo general es tan arbitraria como cualquier otra, pues también en ella se hace un uso injustifi­cado del lenguaje: "...también nuestra contraposición entre individuo y género es antropomórfica y no procede de la esencia de las cosas, aun cuando tampoco nos atrevemos a decir que no le corresponda: porque eso sería una afirmación dog­mática y, como tal, tan indemostrable como su contraria". Es decir, Nietzsche se da cuenta de que está usando el propio lenguaje para criticar al lenguaje que tanto desprecia y, sin embargo, no tiene más remedio que aceptar la contradicción.

“El no hacer caso de lo individual y lo real nos proporciona el concepto del mismo modo que también nos proporciona la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni conceptos, ni tampoco, en consecuencia, géneros, sino solamente una X que es para nosotros inaccesible e indefinible. Pues también nuestra contraposición entre individuo y género es antropomórfica y no procede de la esencia de las cosas, aun cuando tampoco nos atrevemos a decir que no le corresponda: porque eso sería una afirmación dogmática y, como tal, tan indemostrable como su contraria.”

Párrafo 8

La verdad

La "verdad" es una creación social establecida mediante una convención que el uso y la costumbre han hecho que acabemos adoptando como norma invio­lable: "¿Qué es la verdad? ... una suma de relaciones humanas... que después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias". La ver­dad, en el fondo, no es más que una ilusión, una ficción, una creación nuestra. Pero nos hemos olvidado que lo es. Hemos olvidado que nosotros hemos sido sus creadores, de ahí que Nietzsche la compare con monedas que han perdido su imagen y que ahora se las considera como metal.

“¿Qué es la verdad? Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en una palabra, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora ya no se consideran como monedas, sino como metal. No sabemos todavía de dónde proviene el impulso hacia la verdad: pues, hasta ahora solamente hemos hablado de la obligación que la sociedad establece para existir, la de ser veraz, es decir, usar las metáforas usuales, así pues, dicho en términos morales, de la obligación de mentir según una convención fija, de mentir borreguilmente en un estilo obligatorio para todos.”

Lo Gregario

Nietzsche vuelve a hacer hincapié en la distinción entre un sentido moral de la verdad y un sentido extramoral de la misma. Este último, el que más le inte­resa, nos muestra la radical falsedad que existe en todo lenguaje. Es después de establecer, de un modo convencional y mediante un pacto, este sentido de verdad cuando aparece el sentido moral de la palabra "verdad". A partir de este momento, podremos calificar de mentiroso (en un sentido moral) a aquel individuo que no utilice las metáforas conceptuales propias del lenguaje respetando las normas que los demás hemos establecido como válidas: "...la obligación que la sociedad esta­blece para existir, la de ser veraz, es decir, usar las metáforas usuales, así pues, dicho en términos morales, de la obligación de mentir según una convención fija.". En definitiva, sólo se aceptará en sociedad a aquel individuo que use de un modo correcto las metáforas establecidas por convención (mentiroso será, por ejemplo, quien nos diga: ayer estuve conversando con un león, pues, según nuestras convenciones lingüísticas, la palabra león designa un ser vivo con el cual es imposible mantener una conversación). Esta verdad establecida convencionalmente, aunque falsa en su origen más profundo, es necesaria para la sociedad: "...a partir de la contraposición del mentiroso, en quien nadie confía y a quien todos excluyen, el hombre se demuestra a sí mismo lo venerable, lo fiable y provechoso de la ver­dad". La "verdad" extramoral está, pues, vinculada al interés social, aunque ella misma provenga del olvido de su mentira original: "...llega al sentimiento de la verdad precisamente por esta inconsciencia, justo por este olvido".

“Ciertamente, el hombre se olvida entonces de que así es su situación; por lo tanto, miente inconscientemente de la manera que hemos indicado, siguiendo habituaciones seculares - y llega al sentimiento de la verdad precisamente por esta inconsciencia, justo por este olvido. En el sentimiento de estar obligado a designar una cosa como roja, otra como fría, una tercera como muda, se despierta un movimiento moral que se refiere a la verdad: a partir de la contraposición del mentiroso, en quien nadie confía y a quien todos excluyen, el hombre se demuestra a sí mismo lo venerable, lo fiable y provechoso de la verdad. En ese instante somete su obrar como ser racional al señorío de las abstracciones: ya no soporta ser arrastrado por las impresiones repentinas, por las intuiciones y, ante todo, generaliza todas esas impresiones en conceptos más descoloridos, más fríos, con el fin de que el carro de su vida y de su acción esté unido a ellos.”

El hombre

Los seres humanos nos distinguimos de los animales en que, partiendo de nuestras impresiones intuitivas originarias, somos capaces de construir sobre ellas todo un universo ficticio de conceptos que utilizamos para poder comunicar­nos y convivir en sociedad: "Todo lo que distingue al hombre del animal depende de esa capacidad de volatizar las metáforas intuitivas en un esquema, esto es, de disolver una imagen en un concepto". Sin embargo, acabamos siendo esclavos de esos conceptos que hemos construido, que se convierten "en lo regulador y lo im­perativo", olvidamos su inicial carácter de ficción al considerarlos sin más como la verdad. Las intuiciones primitivas mediante las cuales establecemos nuestro primer contacto con la realidad son únicas e irrepetibles (y por ello inmanejables para la comunicación), pues la propia realidad no es más que un cambio constante e ince­sante: "...toda metáfora de intuición es individual y carece de algo idéntico a ella".

“Todo lo que distingue al hombre frente al animal depende de esa capacidad de volatilizar las metáforas intuitivas en un esquema, esto es, de disolver una imagen en un concepto; pues en el ámbito de esos esquemas es posible algo que nunca podría conseguirse bajo las primeras impresiones intuitivas: construir un orden piramidal por castas y grados, crear un mundo nuevo de leyes, privilegios, subordinaciones y delimitaciones, que ahora se contrapone al otro mundo intuitivo de las primeras impresiones como lo más firme, lo más universal, lo más conocido y lo más humano y, por ello, como lo regulador e imperativo.”

Lo Gregario

Frente a esto, los conceptos construidos sobre ellas pretenden aplicarse a un gran número de circunstancias y, ya sólo por este hecho, falsean una realidad que nunca puede someterse a unos esquemas tan rígidos. Los seres humanos, sin embargo, se resisten a creer en la falsedad radical de los conceptos, pues ello sería como destruir las fantasías, los castillos de arena que ellos mismos han construido: "...apenas creerá que también el concepto... no sea a fin de cuentas sino como el residuo de una metáfora".

Sin embargo, de todo lo dicho no podemos extraer la conclusión de que Nietzsche desprecie el lenguaje y a su creador el ser humano. Muy por el contrario admira la capacidad constructora e inventiva de este ser que ha sido capaz de le­vantar un edificio tan complicado como es el lenguaje, muestra de la capacidad que tenemos de dominar sobre la naturaleza. Pero ese lenguaje descansa sobre unos cimientos tan inestables como las telarañas: "Aquí se debe admirar al hombre co­mo un poderoso genio constructor, que sobre fundamentos movedizos... consigue levantar una catedral de conceptos infinitamente complicada". Por ello, el lenguaje (en cuanto conjunto de metáforas que es) nos aleja de la auténtica verdad, de la auténtica realidad, la cual, por la propia estructura del lenguaje, nunca podrá ser alcanzada: "Es aquí muy de admirar, -si bien, de ningún modo por su impulso hacia la verdad, hacia el conocimiento puro de las cosas".

Mientras que toda metáfora de intuición es individual y carece de algo idéntico a ella y, en consecuencia, sabe escaparse siempre de toda clasificación, el gran edificio de los conceptos presenta la rígida regularidad de un columbarium romano e insufla en la lógica el rigor y la frialdad que son propios de las matemáticas. Quien está poseído por el hálito de esa frialdad apenas creerá que también el concepto, óseo y octogonal como un dado y, como éste, versátil, no sea a fin de cuentas sino como el residuo de una metáfora y que la ilusión de la extrapolación artística de un estímulo nervioso en imágenes es, si no la madre, en todo caso la abuela de cada uno de los conceptos. Ahora bien, dentro de ese juego de dados de los conceptos se llama "verdad" - a usar cada dado tal y como está designado; contar exactamente sus puntos, formar clasificaciones correctas y no violar nunca el orden de las castas ni los turnos de las clases de jerarquía.

El espíritu

La verdad que queremos establecer mediante el lenguaje no es más que una verdad construida por el propio ser humano. ¿Qué valor tiene entonces que la "en­contremos"?. Es como el ejemplo del texto del objeto escondido detrás del matorral y luego encontrado por nosotros mismos. Se trata, en definitiva, de otra versión de las críticas tradicionales hechas al modo de razonar silogístico: si yo afirmo que "Pepe es hombre" y luego digo que "Todos los hombres son mortales", puedo ex­traer como conclusión que "Pepe es mortal", y quizá creeré haber descubierto una verdad nueva. Pero, en realidad, era una verdad que ya conocía al establecer las definiciones de "hombre" y "mortal". Así, el lenguaje sólo nos permite establecer verdades que lo son mediante las definiciones que nosotros mismos hemos estable­cido, esto es, el lenguaje es el resultado de un proceso de antropomorfización.

No olvidemos, por último, que el propio primer contacto del ser humano con la realidad es también a partir de metáforas, aunque sean intuitivas y únicas, y que toda metáfora lleva consigo una deformación de la realidad la cual se convier­te, así, en algo inalcanzable: "...parte del error de creer que tiene esas cosas inme­diatamente ante sí como objetos puros. Olvida, por lo tanto, las metáforas intuiti­vas originales en cuanto metáforas y las toma por las cosas mismas".

“Del mismo modo que los romanos y los etruscos dividían el cielo con rígidas líneas matemáticas y en un espacio así delimitado conjuraban a un dios como en un templum, así cada pueblo tiene sobre él un cielo conceptual similar, matemáticamente dividido, y entiende entonces como la exigencia de la verdad que todo dios conceptual no sea buscado más que en su esfera. Ciertamente, aquí se debe admirar al hombre como un poderoso genio constructor, que sobre fundamentos movedizos y, por así decirlo, sobre agua que fluye, consigue levantar una catedral de conceptos infinitamente complicada; claro, para encontrar apoyo en tales fundamentos tiene que ser una construcción como de telarañas, tan fina que sea transportada por las olas, tan firme que no sea desgarrada por el viento. El hombre, como genio constructor, se eleva de tales modos muy por encima de la abeja: ésta construye con cera que recoge de la naturaleza, él con la materia mucho más fina de los conceptos que primero tiene que fabricar de sí mismo. Es aquí muy de admirar - si bien, de ningún modo por su impulso hacia la verdad, hacia el conocimiento puro de las cosas. Si alguien esconde una cosa detrás de un matorral, después la busca de nuevo exactamente allí y, además, la encuentra, en esa búsqueda y en ese hallazgo no hay, pues, mucho que alabar: sin embargo, esto es lo que sucede al buscar y al encontrar la "verdad" dentro de la jurisdicción de la razón. Si doy la definición de mamífero y luego, después de examinar a un camello, digo: "Fíjate, un mamífero", no cabe duda de que con ello se ha traído a la luz una verdad, pero es de valor limitado, quiero decir que es antropomórfica de pies a cabeza y no contiene ni un solo punto que sea «verdadero en sí», real y universalmente válido, prescindiendo del ser humano. El investigador de tales verdades tan sólo busca, en el fondo, la metamorfosis del mundo en los hombres; lucha por una comprensión del mundo como una cosa de especie humana y se consigue, en el mejor de los casos, el sentimiento de una asimilación. De modo similar a como el astrólogo considera las estrellas al servicio de los hombres y en conexión con su felicidad y su desgracia, así considera un tal investigador al mundo entero como ligado a los hombres, como el eco infinitamente quebrado de un sonido primordial, el hombre, como la reproducción multiplicada de una imagen primordial, el hombre. Su procedimiento es: tomar al hombre como medida en todas las cosas, con lo cual, sin embargo, parte del error de creer que tiene esas cosas inmediatamente ante sí como objetos puros. Olvida, por lo tanto, las metáforas intuitivas originales en cuanto metáforas y las toma por las cosas mismas.”

Párrafo 9

El ojo de Dios

Los seres humanos sólo podemos vivir seguros en la realidad deformándo­la, moldeándola según nuestros intereses y, más aún: olvidándonos de que hemos enmascarado la auténtica realidad mediante metáforas que nos son útiles: "...gracias solamente a que el hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente creador, vive con alguna calma, seguridad...". Tenemos que ser conscientes de que otros seres vivos perciben la realidad de un modo distinto al nuestro captando, por ejemplo, colores o sonidos inaccesibles para nosotros: "...el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre". No es ni siquiera lícito preguntarnos por cuál de todas esas percep­ciones es la correcta pues ninguna de ellas lo es, ya que no hay un criterio que nos permita distinguirla. Todas y cada una dependen de una perspectiva, de un punto de vista diferente y tan valioso como cualquiera de los otros. A un gato, su manera de percibir el mundo le resultará la más valiosa, pues le es útil para manejarse en la vida. Lo mismo exactamente ocurre con nosotros.

Pero, ¿qué es una percepción correcta? Aquella en la cual el objeto perci­bido encuentra una expresión adecuada en el sujeto que lo percibe. Pero no existe ninguna percepción correcta, toda percepción es una interpretación por parte del sujeto que percibe, lo que implica una manipulación: "...entre dos esferas absolu­tamente distintas como el sujeto y el objeto no hay... ninguna exactitud. .. a lo su­mo... una traducción balbuciente a un lenguaje completamente extraño".

“Sólo mediante el olvido de ese primitivo mundo de metáforas, sólo mediante el endurecimiento y la petrificación de una masa de imágenes que brota originariamente en candente fluidez de la capacidad primordial de la fantasía humana, sólo mediante la invencible creencia en que este sol, esta ventana, esta mesa, sean una verdad en sí, en una palabra, gracias solamente a que el hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente creador, vive con alguna calma, seguridad y consecuencia; si pudiera salir, aunque sólo fuese un instante, fuera de los muros de la cárcel de esa creencia, se acabaría en seguida su «autoconciencia». Ya le cuesta trabajo reconocer ante sí mismo que el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre y que la cuestión de cuál de las dos concepciones del mundo es más correcta carece totalmente de sentido, puesto que para ello tendría que medirse con el criterio de la percepción correcta, esto es, con un criterio del que no se dispone. De todos modos, sin embargo, la percepción correcta -que sería la expresión adecuada de un objeto en el sujeto-, me parece un absurdo lleno de contradicciones: porque entre dos esferas absolutamente distintas como el sujeto y el objeto no hay ninguna causalidad, ninguna exactitud, ninguna expresión sino, a lo sumo, un comportamiento estético, quiero decir, una extrapolación indicativa, una traducción balbuciente a un lenguaje completamente extraño. Para lo cual se necesita, en cualquier caso, una esfera intermedia y una fuerza mediadora que libremente poeticen e inventen.”

Contra el fenómeno

Así pues, ni siquiera la percepción sensorial nos puede mostrar nunca la auténtica realidad, sino una realidad ya deformada. Sólo así se explican las dife­rentes percepciones de los distintos seres vivos: "...no es verdadero que la esencia de las cosas se manifieste en el mundo empírico". Lo que ocurre es que al repetirse una y otra vez una misma percepción en presencia de un mismo estímulo tendemos a establecer un vínculo inquebrantable entre ambos y a pensar, equivocadamente, que nuestra percepción es un reflejo fiel de un cierto objeto que actúa como estí­mulo: "Incluso la relación de un estímulo nervioso con la imagen producida no es, en sí, necesaria; pero cuando la misma imagen se ha producido millones de ve­ces... entonces acaba por tener el mismo significado para el hombre que si fuese la única imagen necesaria". Razonamiento erróneo similar al utilizado en los proce­sos inductivos. Allí concluíamos, por ejemplo, que, porque el agua siempre ha her­vido al ponerla al fuego, lo mismo ocurriría necesariamente mañana si se repitiera la situación. Pero este paso es (como aclaró Hume en su crítica al concepto de causalidad) absolutamente injustificado por estar basado únicamente en nuestra costumbre de que las cosas han ocurrido siempre así.

Así pues, por mucho que se repita una metáfora, jamás podrá ser real, se­guirá siendo una metáfora: "...el endurecimiento y la petrificación de una metáfora no garantizan... ni la necesidad ni la legitimación exclusivas de esa metáfora.".

“La palabra fenómeno [Erscheinung] encierra muchas seducciones, por lo que hago todo lo posible para evitarla; porque no es verdadero que la esencia de las cosas se manifieste [erscheint] en el mundo empírico. Un pintor al que le faltaran las manos y que quisiera expresar por medio del canto la imagen que se le está formando revelará siempre en ese cambio de esferas todavía más de lo que el mundo empírico revela de la esencia de las cosas. Incluso la relación de un estímulo nervioso con la imagen producida no es, en sí, necesaria; pero cuando la misma imagen se ha producido millones de veces y se ha transmitido hereditariamente a través de muchas generaciones de seres humanos, manifestándose finalmente en toda la humanidad cada vez como consecuencia del mismo motivo, entonces acaba por tener el mismo significado para el hombre que si fuese la única imagen necesaria, como si esa relación de la excitación nerviosa originaria con la imagen producida fuese una estricta relación de causalidad; al igual que un sueño eternamente repetido sería captado por la sensación y juzgado como absolutamente real. No obstante, el endurecimiento y la petrificación de una metáfora no garantizan en modo alguno ni la necesidad ni la legitimación exclusivas de esa metáfora.

Párrafo 10

La ciencia.

Parece ser, pues, que la auténtica realidad, sea cual sea ésta, resulta ser algo radicalmente inaccesible para el ser humano, pues partimos ya de la base de que nosotros interpretamos ya esa realidad de un modo peculiar desde una cierta perspectiva (perspectivismo), desde la manera como están configurados nuestros órganos sensoriales. Sin embargo, frente a esta postura se encuentra la de aquellos que creen en el rigor de la ciencia y en que ésta nos desvela la existencia de unas leyes de la naturaleza que reflejan de un modo perfecto su funcionamiento: "Qué poco se parece esto a un producto de la fantasía: pues, si lo fuese, tendría que dar lugar a que se adivinase en alguna parte la apariencia y la irrealidad".

 “Ciertamente, todo hombre que esté familiarizado con tales consideraciones ha sentido una profunda desconfianza hacia cualquier idealismo de esta especie, siempre que por una vez se hubiese convencido claramente de la consecuencia, omnipresencia e infalibilidad eternas de las leyes de la naturaleza; y ha sacado esta conclusión: aquí, todo aquello en lo que penetramos, en las alturas del mundo telescópico y en las profundidades del mundo microscópico, todo es tan seguro, tan elaborado, tan infinito, tan regular y sin defectos; la ciencia tendrá que cavar eternamente con éxito en estos pozos y todo lo que encuentre estará en concordancia y no se contradirá. Qué poco se parece esto a un producto de la fantasía: pues, si lo fuese, tendría que dar lugar a que se adivinase en alguna parte la apariencia y la irrealidad.”

A priori

Pero, ¿qué son exactamente esas leyes de la naturaleza? Para los creyen­tes en el poder y en la veracidad de la ciencia, dichas leyes expresarían ciertas re­gularidades que se dan en el mundo real, (por ejemplo que Velocidad = Espacio / Tiempo). Sin embargo, Nietzsche cuestiona esta creencia ingenua: si nosotros tu­viéramos capacidades sensoriales distintas, entonces dichas regularidades no nos parecerían tales, o incluso construiríamos otras totalmente distintas: "...si nosotros mismos percibiésemos unas veces como un pájaro, otras como un gusano y otras como una planta... entonces nadie hablaría de tal regularidad de la naturaleza, sino que solamente la concebiría como una construcción altamente subjetiva".

Por eso, para Nietzsche, las leyes de la naturaleza expresarían en realidad el modo como nosotros la percibimos. Son, pues, más leyes nuestras (nosotros las creamos) que leyes de la naturaleza y poseen, por tanto, un carácter subjetivo: "...las producimos en nosotros y desde nosotros mismos...; si estamos obligados a concebir todas las cosas únicamente bajo esas formas, entonces deja de ser mara­villoso que... sólo concibamos en todas las cosas precisamente esas formas.".

Así, siguiendo el ejemplo anterior (V=E/T), ¿de dónde surge exactamente esa ley? De los conceptos de "velocidad", "espacio" y "tiempo", conceptos que, no hay que olvidar, son igual de metafóricos que cualquier otro concepto, y son pro­ducto de nuestra manera peculiar de interpretar la realidad. Es como el ejemplo del objeto escondido en el matorral del párrafo 8: nada tiene de maravilloso que V=E/T, pues tiene que ser necesariamente así tal y como nosotros hemos ido defi­niendo esos conceptos. Así se explica igualmente que, con la misma "necesidad", definamos el espacio como E=VxT, y el tiempo como T=E/V, pues, "...todas estas relaciones no hacen más que remitirse continuamente unas a otras...".

Ásí pues, esas leyes de la naturaleza sólo expresan la perspectiva desde la cual nosotros, de un modo completamente subjetivo, interpretamos la realidad. Sólo podemos captar esta realidad de un modo metafórico y siempre alejados, por las imposiciones de nuestra propia constitución, de una "auténtica realidad" que nos resultará en todo momento inapresable.

“Pero, por otro lado, cabría decir: que si nosotros tuviésemos una sensación sensorial que para cada uno fuese de especie diferente, si nosotros mismos percibiésemos unas veces como un pájaro, otras como un gusano y otras como una planta, o si uno de nosotros viese el mismo estímulo como rojo, otro como azul e incluso un tercero lo escuchase como sonido, entonces nadie hablaría de tal regularidad de la naturaleza, sino que solamente la concebiría como una construcción altamente subjetiva. Tras lo cual: ¿qué es para nosotros, en suma, una ley de la naturaleza? No nos es conocida en sí, sino solamente en sus efectos, es decir, en sus relaciones con otras leyes de la naturaleza que, a su vez, sólo nos son conocidas como relaciones. Por consiguiente, todas estas relaciones no hacen más que remitirse continuamente unas a otras y, en su esencia, para nosotros son incomprensibles por completo; de ellas tan sólo conocemos en realidad lo que nosotros aportamos, el tiempo, el espacio, es decir, relaciones de sucesión y números. Pero todo lo maravilloso que admiramos precisamente en las leyes de la naturaleza, aquello que reclama nuestra explicación y que sería capaz de seducirnos para que desconfiásemos del idealismo, justamente reside única y exclusivamente en el rigor matemático y en la inviolabilidad de las representaciones del tiempo y del espacio. No obstante, las producimos en nosotros y desde nosotros mismos con la misma necesidad con que la araña teje telarañas; si estamos obligados a concebir todas las cosas únicamente bajo esas formas, entonces deja de ser maravilloso que, hablando con propiedad, sólo concibamos en todas las cosas precisamente esas formas: pues todas ellas han de llevar en sí las leyes del número y el número es justamente lo más admirable en las cosas. Toda la regularidad que tanto respeto nos impone en las órbitas de los astros y en los procesos químicos coincide en el fondo con aquellas propiedades que nosotros aportamos a las cosas, de modo que, con ello, nos imponemos respeto a nosotros mismos. De esto resulta, en efecto, que esa artística creación de metáforas con la que comienza en nosotros toda sensación presupone ya esas formas, es decir, se realiza en ellas; sólo partiendo de la firme persistencia de estas formas primordiales se explica la posibilidad de cómo, posteriormente, debió de constituirse de nuevo, desde las metáforas mismas, el edificio de los conceptos. Pues éste es una imitación de las relaciones de tiempo, de espacio y de número sobre el suelo de las metáforas.”

 2

Párrafo 11

El columbarium

Así pues, la ciencia y el trabajo científico suponen un paso más en ese alejamiento de la realidad llevado a cabo continuamente por los seres humanos. El lenguaje había creado ya un mundo de conceptos ficticios necesarios para nuestro manejo de la realidad pero totalmente alejados de ésta. La ciencia, por su parte, crea todo un entramado de relaciones ficticias entre dichos conceptos, igual que las abejas rellenan los panales (metáfora de los conceptos lingüísticos) fijando, así, la ilusión de que esas relaciones son auténticas, que existen de verdad en la naturaleza y que expresan su funcionamiento.

“Como hemos visto, en el edificio de los conceptos trabaja originariamente el lenguaje, en épocas posteriores la ciencia. Y así como la abeja construye en las celdas y simultáneamente las llena de miel, así también la ciencia trabaja sin cesar en ese gran columbarium de los conceptos, necrópolis de la intuición, construye siempre nuevas y más elevadas plantas, apuntala, limpia y renueva las celdas viejas y, sobre todo, se esfuerza en llenar ese andamiaje aupado hasta la desmesura y en ordenar dentro de él todo el mundo empírico, es decir, el mundo antropomórfico.”

El investigador

Pero la supuesta verdad científica no es más que una entre otras muchas verdades, todas ellas igualmente válidas. Aunque la ciencia rechaza orgullosamente cualquier otra interpretación posible de la realidad, considerando la suya como la única válida: "...hay poderes terribles que permanentemente le acometen ya que, en contra de la verdad científica, presentan "verdades" de especie completamente diferente con las más diversas etiquetas". Mediante la creación de un mundo hecho a su imagen, y que obliga a los demás a compartir, el científico pretende protegerse del caos que es la realidad, y obtener un sentimiento de seguridad.

“Si ya el hombre que actúa ata su vida a la razón y sus conceptos para no ser arrastrado ni perderse a sí mismo, el investigador construye su cabaña junto a la torre de la ciencia para poder cooperar en su edificación y para encontrar él mismo protección bajo el baluarte ya existente. En efecto, necesita protección: pues hay poderes terribles que permanentemente le acometen ya que, en contra de la verdad científica, presentan "verdades" de especie completamente diferente con las más diversas etiquetas.”

Párrafo 12

Mito y Arte

El ser humano es un constructor de metáforas por naturaleza o, más bien, por una necesidad natural y vital, puesto que sin las metáforas que son comunes al lenguaje y a la ciencia no habría podido subsistir: "Ese impulso hacia la formación de metáforas en ningún momento se puede eliminar porque con ello se eliminaría al hombre mismo...". Pero este impulso instintivo a construir metáforas no se agota únicamente con el lenguaje y la ciencia, sino que encuentra un nuevo campo de expansión en el arte: "Dicho impulso se busca para su actividad un campo nuevo y un cauce distinto y los encuentra en el mito y, de modo general, en el arte".

El mundo del arte y el mundo de los sueños guardan, según Nietzsche, un alto número de similitudes, puesto que en ambos trastocamos el orden de las cosas que la ciencia nos ha enseñado a aceptar como normal. En ellos, creamos metáforas nuevas o cambiamos y mezclamos el significado de las que habíamos aprendido a utilizar de un único e inviolable modo: "...constantemente muestra el deseo de configurar el mundo existente del hombre despierto haciéndolo tan multicolor, irregular, inconsecuente, inconexo, encantador y eternamente nuevo como lo es el mundo de los sueños". El sueño y el arte coinciden en que ambos desgarran esos conceptos tradicionalmente usados en el lenguaje y la ciencia. Precisamente por ello pueden confundirse. De hecho, algunas obras de arte (cuadros de El Bosco, cuentos de Kafka), se han interpretado como el producto de una elaboración crea­dora a partir de lo soñado por el artista.

“La importancia dada al sueño y al arte por los antiguos griegos a través, por ejemplo, de los mitos que ellos crearon es una de las causas de la admiración de Nietzsche por aquella cultura. Como él mismo nos dice, un sueño, a fuerza de ser repetido constantemente, puede llegar a confundirse con la realidad: "...si todas las noches nos sobreviniese el mismo sueño, nos ocuparíamos de él exactamente tanto como de las cosas que vemos todos los días". Y esto es lo que ocurría en el mundo griego, donde el ciudadano corriente creía en la veracidad de los hechos fantásticos que relataban los mitos: "...y esto el honrado ateniense lo creía". 

Ese impulso hacia la formación de metáforas, ese impulso fundamental del hombre que en ningún momento se puede eliminar porque con ello se eliminaría al hombre mismo, no está en verdad dominado ni apenas domado por el hecho de que con sus evanescentes productos, los conceptos, se construya un mundo nuevo, regular y rígido, que es como una fortaleza para él. Dicho impulso se busca para su actividad un campo nuevo y un cauce distinto y los encuentra en el mito y, de modo general, en el arte. Constantemente confunde las rúbricas y las celdas de los conceptos introduciendo nuevas extrapolaciones, metáforas y metonimias; constantemente muestra el deseo de configurar el mundo existente del hombre despierto haciéndolo tan multicolor, irregular, inconsecuente, inconexo, encantador y eternamente nuevo como lo es el mundo de los sueños. En sí, ciertamente, el hombre despierto tan sólo tiene claro que está despierto gracias al rígido y regular tejido conceptual y, justamente por eso, llega a la creencia de que está soñando si, en alguna ocasión, ese tejido conceptual es desgarrado por el arte. Pascal tiene razón cuando afirma que, si todas las noches nos sobreviniese el mismo sueño, nos ocuparíamos de él exactamente tanto como de las cosas que vemos todos los días: «Si un artesano estuviese seguro de soñar todas las noches durante doce horas seguidas que era rey, yo creo -dice Pascal- que sería exactamente tan dichoso como un rey que soñase todas las noches durante doce horas que era artesano» La vigilia de un pueblo míticamente excitado, por ejemplo, la de los griegos más antiguos, es, de hecho, gracias al prodigio que constantemente se produce, tal y como el mito lo supone, más parecida al sueño que a la vigilia del pensador científicamente lúcido. Si cualquier árbol puede un día hablar como una ninfa o si un dios bajo la apariencia de un toro puede raptar doncellas, si la misma diosa Atenea es vista de repente en compañía de Pisístrato recorriendo los mercados de Atenas en un hermoso carro de caballos -y esto el honrado ateniense lo creía-, entonces, en cada momento, como en los sueños, todo es posible y la naturaleza entera ronda al hombre como si ella solamente fuese la mascarada de los dioses que no se tomase sino a broma el engañar a los hombres en todas las figuras.”

Párrafo 13

El espíritu libre

El hombre tiene una inevitable tendencia a dejarse engañar (el mundo de conceptos que ha construido mediante el lenguaje no es más que el resultado de dicha tendencia). Pues bien, el arte supone llevar al último extremo ese afán por dejarse engañar. De ahí el placer que extraemos al sumergirnos en una novela, una obra de teatro o una película, dejándonos engañar por ella y llegando a vivirla co­mo algo real (seguro que muchos hemos soltado una lagrimita viendo, por ejemplo, La vida es bella; y otros muchos, después de ver la última película de Van Damme, se han creído capaces de vapulear a patadas a todos los macarras de su barrio).

Es evidente que la inteligencia también tiene mucho que ver en la creación de estas obras artísticas, pero es una inteligencia usada de un modo distinto al usual: "El intelecto, ese maestro de la ficción, está libre y sin la carga de su ordi­nario servicio de esclavo...". En el lenguaje y la ciencia el lenguaje actuaba como un siervo que tenía que amoldarse a unas convenciones ya establecidas y de las cuales no podía escapar so pena de enfrentarse al rechazo social y la incompren­sión: "...de ordinario se esforzaba con la melancólica ocupación de mostrarle el camino y las herramientas a un pobre individuo que suspira por la existencia y como un siervo se lanzaba a conseguir para su señor presa y botín...".

Ahora, gracias al arte, la inteligencia pasa a actuar como señor: "...ahora se ha convertido en señor y le es lícito borrar de su semblante la expresión de in­digencia ". Es ella la que hace y deshace a su antojo, la que crea sin límites ni ba­rreras que la constriñan: "Con gozo creador arroja las metáforas sin orden ni con­cierto y cambia los mojones fronterizos de la abstracción... ". El ser humano es ahora dueño de lo que construye, y juega con los conceptos creando así la obra de arte: "Aquel gigantesco entramado y andamiaje de los conceptos... es para el in­telecto liberado, solamente un armazón y un juguete para sus más temerarias obras de arte".

Nietzsche, de este modo, ha ido introduciendo una distinción muy impor­tante, en la cual profundizará en el siguiente y último párrafo: la distinción entre hombre racional y hombre intuitivo. El primero sería el científico, pero también la mayoría de los seres humanos que en gran medida actuamos de acuerdo con normas, leyes y conceptos convencionalmente aceptados como válidos en nuestra sociedad. Este hombre racional se caracteriza, pues, por el uso de conceptos sin cuestionarse nunca su origen ni su validez. Frente a él, el hombre intuitivo, el ar­tista, el cual hace uso de sus intuiciones, y juega con ellas, y destruye y transforma los conceptos de los que el hombre racional se mostraba tan orgulloso. Para Nietzsche, los conceptos son inferiores a las intuiciones, entre otras cosas, porque los conceptos son construidos por los seres humanos a partir de nuestras intuiciones originarias, único modo válido (como recordaremos) de acercarnos (sólo acercar­nos) al conocimiento de la auténtica realidad. Intuición y abstracción son, para Nietzsche, enemigos naturales: "Ningún camino regular conduce de estas intuicio­nes al país de los esquemas fantasmales, de las abstracciones...". Por eso, también lo serán el hombre intuitivo y el hombre racional.

“Pero el hombre mismo tiene una invencible tendencia a dejarse engañar y está como mágicamente transformado por la felicidad cuando el rapsoda le narra cuentos épicos como si fuesen verdaderos o cuando en una representación teatral el actor interpreta al rey más regiamente de lo que la realidad lo muestra. El intelecto, ese maestro de la ficción, está libre y sin la carga de su ordinario servicio de esclavo tanto tiempo cuanto puede engañar sin causar daño y, entonces, celebra sus Saturnales; nunca es tan exuberante, tan rico, tan orgulloso, tan ágil y tan temerario. Con gozo creador arroja las metáforas sin orden ni concierto y cambia de sitio los mojones fronterizos de la abstracción de tal manera que, por ejemplo, designa a la corriente como el camino móvil que lleva al hombre allí donde éste habitualmente llega andando. En esos momentos ha arrojado de sí el signo de la servidumbre: mientras que de ordinario se esforzaba con la melancólica ocupación de mostrarle el camino y las herramientas a un pobre individuo que suspira por la existencia y como un siervo se lanzaba a conseguir para su señor presa y botín; ahora se ha convertido en señor y le es lícito borrar de su semblante la expresión de indigencia. También ahora, lo que haga, todo conllevará, en comparación con sus acciones más primitivas, la ficción, como éstas conllevaban la distorsión. Copia la vida del hombre, pero la toma por una cosa buena y parece darse por muy satisfecho con ella. Aquel gigantesco entramado y andamiaje de los conceptos, aferrándose al cual el hombre indigente se salva de por vida, es, para el intelecto liberado, solamente un armazón y un juguete para sus más temerarias obras de arte: y cuando lo destruye, lo arroja sin orden ni concierto, o con ironía lo vuelve a componer, uniendo lo más diverso y separando lo más afín, entonces revela que no necesita de aquellos auxilios de la indigencia y que ahora no se guía por conceptos sino por intuiciones. Ningún camino regular conduce de estas intuiciones al país de los esquemas fantasmales, de las abstracciones: para aquéllas no está hecha la palabra, el hombre enmudece al verlas o habla solamente en metáforas prohibidas y en inauditas concatenaciones conceptuales con el fin de corresponder creativamente a la impresión de la poderosa intuición presente, al menos, destruyendo y burlándose de las antiguas barreras conceptuales.”

Párrafo 14

Racional vs intuitivo

Esta distinción entre hombre racional y hombre intuitivo que apuntábamos en el párrafo anterior es ahora analizada de un modo más profundo. Veamos las características que definen tanto a uno como al otro. Partiendo de que "ambos desean dominar la vida" podríamos señalar las siguientes diferencias:

a) Hombre racional: se definiría por su "precisión, prudencia y regulari­dad", características estas fruto de un uso repetido y constante de los conceptos mediante los que se fuerza esa regularidad en la Naturaleza (regularidad que no es real) para así poder conocerla y dominarla.

b) Hombre intuitivo: es como un niño que juega con las intuiciones y con­ceptos moldeándolos a su voluntad y creando de ese modo metáforas nuevas y personales: "...una dicha sublime y una serenidad olímpica y, por así decirlo, un jugar con la seriedad". De este modo disfruta de su creación y vive con mayor intensidad sus sentimientos, tanto de gozo como de sufrimiento: "Es cierto que cuando sufre, su sufrimiento es más intenso; y hasta sufre con mayor frecuencia porque no sabe aprender de la experiencia y una y otra vez tropieza en la misma piedra en la que ya tropezó". Por ello domina la vida: puesto que la vive y la siente de un modo mucho más intenso que el previsor y cerebral hombre racional, el cual le ha quitado su frescura y la ha encajonado en una celda de conceptos rígidos y fríos (aquel "columbarium").

Nietzsche identifica al hombre racional con el estoico, ese individuo que intenta negar sus propios sentimientos y emociones aceptando de un modo resigna­do las desgracias que le van acometiendo y sin encontrar, o bien la fuerza de vo­luntad necesaria para luchar contra ellas, o bien la capacidad de sentir el sufri­miento y la angustia de un modo tal que le haga gritar de dolor como le ocurre al hombre intuitivo: "...no presenta un rostro humano que se contrae y se altera sino, por así decirlo, una máscara con digna simetría en los rasgos, no grita, ni siquiera altera su voz". El hombre estoico es, así, el culmen del fingimiento, pues intenta engañar a sus propios sentimientos.

“Hay épocas en las que están juntos el hombre racional y el hombre intuitivo, el uno angustiado ante la intuición, el otro mofándose de la abstracción; este último es tan irracional, pues, como poco artístico el primero. Ambos desean dominar la vida: éste sabiendo afrontar las necesidades más esenciales mediante previsión, prudencia y regularidad, aquél sin ver, como un «héroe superalegre», esas necesidades y tomando como real solamente la vida fingida en apariencia y en belleza. Allí donde el hombre intuitivo, como, por ejemplo, en la Grecia más antigua, maneja sus armas de modo más potente y victorioso que su contrario, en circunstancias favorables puede formarse una cultura y fundarse el señorío del arte sobre la vida; esa ficción, esa negación de la indigencia, ese brillo de las intuiciones metafóricas y, en general, esa inmediatez del engaño acompañan a todas las manifestaciones de una vida así. Ni la casa, ni el paso, ni la indumentaria, ni el cántaro de barro revelan que la necesidad los inventó; parece como si en todos ellos debiera de expresarse una dicha sublime y una serenidad olímpica y, por así decirlo, un jugar con la seriedad. Mientras que el hombre guiado por conceptos y abstracciones únicamente con esta ayuda previene la desgracia, sin ni siquiera obtener felicidad de las abstracciones, aspirando a estar lo más libre posible de dolores, el hombre intuitivo, manteniéndose en medio de una cultura, cosecha a partir ya de sus intuiciones, además de la prevención contra el mal, una claridad, una jovialidad y una redención que afluyen constantemente. Es cierto que, cuando sufre, su sufrimiento es más intenso; y hasta sufre con mayor frecuencia porque no sabe aprender de la experiencia y una y otra vez tropieza en la misma piedra en la que ya tropezó. Además, en el sufrimiento es tan irracional como en la dicha, grita como un condenado y no encuentra ningún consuelo. ¡De qué forma tan diferente se mantiene el hombre estoico en idéntica adversidad, enseñado por la experiencia y dominándose a sí mismo mediante conceptos! É1, que de ordinario tan sólo busca sinceridad, verdad, librarse de engaños y protección ante sorpresas que cautivan, ahora, en la desgracia, lleva a cabo la obra maestra de la ficción, como aquél en la dicha; no presenta un rostro humano que se contrae y se altera sino, por así decirlo, una máscara con digna simetría en los rasgos, no grita, ni siquiera altera su voz. Cuando un genuino nubarrón de tormenta descarga sobre él, entonces se envuelve en su manto y se va bajo la tempestad a paso lento.”

 

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